Gerardo Tecé 11/07/2024
Quizá la democracia le acabe poniendo una placa a esos menores que consiguieron sacar a los ultras de los gobiernos autonómicos. No sólo acogida y cariño para ellos. También honor. Bienvenidos y gracias
El líder de Vox, Santiago Abascal, atiende a los medios de comunicación en junio de 2023. A la izquierda de la imagen, Juan García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León. / Redes sociales
Castilla y León, al borde del abismo. Don Juan García-Gallardo Frings, vicepresidente de Castilla la Vieja, amenaza con dimitir dejando huérfanas a sus buenas gentes. Si el órdago llegase a término y García-Gallardo abandonase el gobierno autonómico, los ciudadanos de esta comunidad tendrían que aprender a salir adelante sin la ayuda de un vicepresidente al que no se le conoce un solo error de gestión tras más de dos años al frente de su cargo. Pocos políticos pueden decir esto, aunque, con mala fe manifiesta, haya quien asegure que se debe a que el vicepresidente no tiene más competencias asociadas a su cargo que la gestión de su sueldo, 6.000 euros mensuales. Opiniones hay para todos los gustos, pero el hecho fehaciente es que, en estas horas de máxima tensión que podría concluir con la dimisión de Juan Gagá –así lo llaman cariñosamente en su tierra–, nadie en el territorio más extenso de España puede decir que una decisión ejecutiva suya le haya supuesto un perjuicio.
Juan Gagá es un talento joven. Su currículum igualmente intachable en el bufete de abogados de su padre así lo avala. Pero también es un vestigio de la Historia de España. Fue el primer miembro de Vox en ocupar un alto cargo público desde el franquismo. De su mano y bajo su estudiada barba de Abascal castellano con la que hizo méritos suficientes para liderar el proyecto, Vox llegó a las instituciones que hoy amenaza con abandonar. No sólo en Castilla y León. También en Valencia, Aragón, Extremadura o Murcia. El motivo es más que justificado, ya que el PP, entregado a la Agenda 2030 y cómplice de la dictadura sanchista, ha aceptado voluntariamente dar acogida, cobijo e incluso alimento a 347 niños que llegaron a las costas de Canarias sin compañía y huyendo de la pobreza. Una cifra inasumible la de estos 347 niños que, a buen seguro, según denuncia Vox, sembrarán el terror entre 47.780.000 españoles indefensos ante tal invasión.
Si nos hacen escoger entre el honor y los niños negros escogeremos el honor, declaró solemne y con gran sentido del momento histórico que vivimos Juan Gagá ante la perspectiva de que 21 niños lleguen a su comunidad autónoma. 94.222 kilómetros cuadrados de extensión que no dan para tanto. Castilla y León dejaría de llamarse vaciada para pasar a estar saturada. Los periodistas que cubrieron la comparecencia salieron de allí con la sensación de que la cosa iba en serio. Que no sólo el talentoso Gagá está dispuesto a volver al bufete familiar a seguir haciendo méritos, sino que también el vicepresidente torero de Valencia, el negacionista climático de Aragón o el murciano que presume de retirarle fondos a los colectivos LGTBI, podrían romper sus gobiernos de coalición con el PP. Abandonarían a su suerte, en una maniobra difícil de explicar, a los ciudadanos de bien que son víctimas del feminismo, del lobby gay o de la mentira climática, por poner solo algunos ejemplos de las muchas opresiones que sufren. La representación del órdago es de tal envergadura que, aunque Abascal lo iniciase indignado al ver cómo entraba por la escuadra el zapatazo de Lamine Yamal, quizá ya sea demasiado tarde para echarse atrás. Quizá tengamos un verano políticamente movidito. Quizá, pasado el verano, la democracia les acabe poniendo una placa a esos 347 niños que consiguieron sacar a la ultraderecha de los gobiernos autonómicos. No sólo acogida y cariño para ellos. También honor. Bienvenidos y gracias.
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