Yagil Levy (Haaretz) 23/06/2024
Una narración ficcionada sobre una realidad más que tangible que ha dado lugar al genocidio palestino
Benjamin Netanyahu junto a varios altos cargos del ejercito israelí, el pasado 24 de marzo. / Cuenta de X de B. N.
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Pocos días después del estallido de la guerra, el primer ministro Benjamin Netanyahu convocó una consulta secreta con ciertos asesores estratégicos. Les dijo que su objetivo era mantener un conflicto prolongado para retrasar una investigación sobre su papel en el desastre militar y garantizar la continuidad de su gobierno. Admitió que el objetivo de destruir las competencias militares y de gobierno de Hamás no era realista, pero dejó claro que un objetivo realista acortaría la guerra.
El primer ministro preguntó a los allí convocados el modo de asegurarse de que el centro-izquierda no planteara objeciones al conflicto si este continuaba y el derramamiento de sangre se disparaba, objeciones que pondrían fin a la ofensiva israelí. Además de las propuestas que recibió –ampliar el gobierno, detener el golpe judicial, desdibujar los objetivos de los ataques, una campaña de propaganda para culpar de la guerra al centro-izquierda y al ejército–, también hubo sugerencias más sofisticadas.
El consejero A arguyó que la estrategia principal debía enfocarse en desviar la atención del centro-izquierda de los objetivos políticos de la guerra y de su precio. Por lo tanto, el consejero A recomendó “evitar la devolución de los rehenes en la medida de lo posible. Quizá alguna operación de rescate aquí y allá y escasos tratos con Hamás; sin embargo, usted, primer ministro, debe mantener este problema hemorrágico en la agenda política. Hizo bien en no apresurarse a incluir la devolución de los rehenes entre los objetivos de la guerra”.
Cuando los allí presentes le pidieron que aclarara sus comentarios, A explicó: “Ya hay indicios de que este asunto se convertirá rápidamente en la herramienta clave de protesta de la izquierda contra la guerra. Exigirá acuerdos y la voluntad de lograr una liberación masiva de prisioneros palestinos, pero no propondrá poner fin a la guerra para liberar a unos cuantos rehenes antes de lograr el objetivo de destruir a Hamás. Sería mejor que la izquierda se centrara en esa cuestión y no en la de cuáles son los objetivos y cómo alcanzarlos”.
“Además”, susurró el consejero en voz baja, “cuanto más dure la guerra, el número de rehenes vivos disminuirá, así como el número de interesados”.
A continuación, el consejero C aprovechó el tirón para intervenir. C le dijo al primer ministro: “La cuestión del reclutamiento de los ultraortodoxos estallará pronto debido a la destructiva intervención del Tribunal Superior de Justicia. Se espera que usted aproveche la guerra para elaborar un plan de reclutamiento más equitativo. Le sugiero que haga lo contrario: mantener la desigualdad”.
En respuesta, el consejero S especuló: “Después de todo, por este asunto, el centro-izquierda ‘matará’, especialmente en tiempos de guerra”.
“Espero que así sea”, respondió el consejero C. “No será posible permanecer indiferentes si los ultraortodoxos siguen estudiando en las yeshivás (escuelas talmúdicas) mientras mueren soldados en la guerra. Pero esa es precisamente la cuestión. En lo que a nosotros respecta, un debate sobre el reparto de las responsabilidades sería mejor que un debate sobre los objetivos de la guerra. Dejemos que el centro-izquierda se atrinchere en su zona de confort: la exigencia de un reparto equitativo de las responsabilidades”.
“¿Qué ocurrirá si esta medida perjudica el reclutamiento en el ejército?", preguntó el consejero R. “Eso también tiene ventajas”, respondió C. “En primer lugar, desviará la atención hacia el ejército, que está luchando por reclutar a una izquierda esquiva. En segundo lugar, el ejército sabrá adaptar la magnitud e intensidad de los combates a los efectivos disponibles”. De este modo continuaron los convocados, que presentaron más sugerencias sobre el modo de trollear a la oposición interior durante la guerra y desbaratar sus pensamientos.
El relato es ficción. La realidad, no.
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