viernes, 13 de enero de 2023

Por otra forma de consumir. MARTINA DI PAULA LÓPEZ, SARA NAVARRO ASENSIO Y JUVENTUD POR EL CLIMA

 Consumir es un acto político desde la esfera privada e individual. Enfrentarnos a hablar de consumo tras el Black Friday y el Cyber Monday, con el consumo masivo propio de las Navidades que se acercan, no es una tarea sencilla. La complejidad está en el diálogo entre la acción política de la persona al consumir, y el huir del peso de la hiperresponsabilización individual. Hay un sistema capitalista que arrastra hacia el consumo masivo, pero cuando más de una persona nos replanteamos el modelo de consumo, sembramos una semilla que dará su fruto si la regamos entre todas.

Ya lo comentaban Leticia Toledo y Mª Victoria Coronado en el artículo ‘Consumo a fuego lento’: “Vivimos en un sistema económico capitalista y patriarcal, que tiene la base de su existencia en el crecimiento ilimitado, que consume materias primas y energía humana para generar dinero, capital. En este contexto, el único trabajo que existe es aquel que produce bienes y servicios que se pueden monetizar. Los trabajos no remunerados —que suponen dos tercios del total del tiempo empleado— quedan fuera del sistema, a pesar de ser los que sostienen la vida y que, fundamentalmente, están realizados por mujeres. De la misma manera, la lógica economicista dominante se olvida de que formamos parte del planeta Tierra, un sistema ecológico con sus propios tiempos y límites, del que dependemos para satisfacer nuestras necesidades. Queremos hablar de la necesidad de repensar el consumo superando esta lógica del poder, del beneficio individual y del crecimiento ilimitado. Queremos pensar en facilitar una vida que merezca la pena ser vivida”.

Hablamos de economía feminista

Mercedes D’Alessandro, economista y escritora argentina, define la economía feminista como una perspectiva de la economía que busca revalorizar el rol de las mujeres en el sistema productivo. La economista estudia la pobreza o la desigualdad desde la perspectiva de género entendiendo que las relaciones de género sostienen y reproducen la actividad económica y contribuyen a generar pobreza y desigualdad. Por eso, cuando hablamos de cerrar la brecha salarial no podemos quedarnos en la superficie, en pensar que se trata simplemente de tener salarios parecidos o de unirnos en la igualdad de la superexplotación y de la pobreza para todas. En el fondo estamos hablando de la necesidad de transformar el modo en que organizamos nuestra vida económica cotidiana y también de cambiar cómo la pensamos.

El sistema económico actual genera desventajas todos los días en las mujeres, especialmente en las no blancas, en las precarias, en las refugiadas y en las migrantes. Tiende a reforzar desigualdades, que no son errores o excepciones, es la forma en la que funciona el capitalismo. Es un sistema que perjudica a quienes nos cuidan, a enfermeras y maestras, a limpiadoras, a madres y abuelas, al sistema público de atención médica.


Mural del artista Escif enfrente del Primark de València.  / Foto: Twitter de Escif


Cuando introducimos una mirada ecologista a esta economía feminista es para referirnos, como han expuesto Leticia Toledo y Mª Victoria Coronado, que lo que consumimos proviene del planeta que habitamos, con sus propios tiempos y límites, porque ni los combustibles fósiles, ni los minerales, ni los metales, ni la tierra cultivable son infinitos.

Un viernes muy negro

Desde Juventud x el Clima denunciamos cómo el pasado 25 de noviembre el capitalismo volvía a celebrar el Black Friday, este año coincidiendo con el día contra la violencia machista. Se suele relacionar el consumismo con el crecimiento económico y la desaparición de la pobreza, pero es un mito. Para mantener este nivel de consumo en los países privilegiados es necesario que se siga explotando a trabajadoras (especialmente mujeres) en el sur global.

Hablemos de la industria textil porque es uno de los sector donde la población española ha consumido más este Viernes Negro. Industria que no solo pone de manifiesto la opresión que viven las mujeres trabajadoras -recordemos ese 8 de marzo donde fallecieron 146 trabajadoras en incendio de la fábrica de blusas Triangle Shirtwaist de Nueva York- , sino también tiene un gran impacto ecológico. Por un lado, de los 75 millones de personas que trabajan en el mundo de la confección, el 80 por ciento de estas son mujeres de entre 18 y 35 años, la mayoría viven en países con escasas protecciones legales y son explotadas por grandes empresas a cambio de uno o dos dólares al día.

Por otro lado, la industria textil es la responsable del 10 por ciento de las emisiones de CO2 a escala mundial. Un estudio, realizado por personal investigador de Finlandia, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos y Australia y publicado en la revista científica Nature Reviews Earth & Environment, manifestó que el sector produce 92 millones de toneladas de desechos por año y consume 79 billones de litros de agua. Unas condiciones laborales inhumanas y el manejo de productos químicos peligrosos para la salud son el precio para poder vender montañas de ropa barata.

¿Cuidados o regalos?

Desde Juventud x el Clima animamos a intercambios de ropa, comprar de segunda mano y fomentar el comercio local. Recalcamos la importancia de educarse, difundir y unir colectivos para poder frenar este sistema que prioriza los bolsillos de unos pocos sobre las vidas de muchos (mejor dicho, de muchas). Nos cuestionamos el porqué de esta forma hegemónica de consumir, de regalar. Pero en definitiva, vivimos en un sistema consumista que incita a las soluciones rápidas. Muchas veces, al regalar, no pensamos en las otras: ni a quién regalamos ni quién ha hecho lo que regalamos.

El consumo tiene muchas consecuencias. Ya lo decía Sara Boureiyi“con nuestros consumos podemos llegar a oprimir”. El racismo, el feminismo y el ecologismo se interrelacionan cuando hablamos de todo lo que engloba el consumir. Es difícil plantear la crisis climática como algo prioritario cuando existen otras urgencias, como la regularización de la documentación o el cierre de los CIES. Sin embargo, es imposible abordar estas problemáticas de forma excluyente. Somos ecodependientes, no solo debemos cuidarnos entre nosotras, sino la tierra que habitamos.

Termina 2022 en una situación muy similar al año pasado, sin ambición ni acción real. Y nuestros propósitos para el siguiente año siguen siendo casi los mismos, las exigencias siguen siendo casi las mismas. Casi porque cuanto más tiempo pasa, más urgente es la situación en la que nos encontramos. Pocas victorias podemos anotar a la lucha ecosocial en un sistema cada vez más cambiante que se aprovecha de las insatisfacciones de la población proponiendo soluciones fáciles que las calmen de forma inmediata.

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