Netanyahu, sus ministros tan ferozmente religiosos y sus militares, dicen que profesionales, un horror y una vergüenza. “Tomaremos todo Gaza”, dice el desahogado. ¿Genocidio? Pues claro. Al tiempo, Elon Musk está de salida de la Casa Blanca, pero al frente del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge) va a sustituirle un tal Russell Vought, un pterodáctilo recién llegado desde el Jurásico donde corrió y voló hace unos 150 millones de años. Quizá el mayor destrozo que ha dejado el loco de Musk bajo las directrices del más loco en jefe, Donald Trump, ha sido acabar con los fondos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), unos 60.000 millones que dejarán de percibir los países más pobres del Tercer Mundo. A todos esos salvajes, Trump, Musk, Vough, les importa una higa el destino de esas pobres gentes, por lo que es más que dudoso que haya rectificación en este campo como lo ha habido en la conocida como guerra de los aranceles. Y usted, que tiene dos dedos de frente y unos gramos de humanidad, se preguntará por qué Europa, tan digna, tan de Beethoven y de Proust, no puede asumir esa cantidad para evitar que se mueran de hambre, tal cual, de hambre, niños de tres o cuatro años. Ursula von der Leyen, con gran prosopopeya, nos conminó a los europeos a que pusiéramos 800.000 millones para un imprescindible rearme, cañones y más cañones. ¿Qué tal si un 10% de ahorro en ese descomunal gasto, quizá unos cuantos carros de combate menos, los destinamos a dar de comer a los hambrientos del Tercer Mundo, a llevarles médicos y hospitales? Una Europa, por cierto, que se salva del auge de la extrema derecha en Rumanía y seguramente en Polonia, pero que cae en Portugal.