Jose Carmona 16/04/2025
La periodista publica 'Flores de papel', un recorrido novelado a través de tres mujeres de la historia del pueblo saharaui y la colonización de Marruecos.
No está educado el saharaui para hablar de emociones. El colectivo se sobrepone a cualquier dolor o trauma personal. Es por eso que Ebbaba Hameida (Campamentos de refugiados de Tinduf, 1992) ha roto los esquemas habituales al tratar el Sáhara Occidental.
La periodista saharaui publica Flores de papel (editorial Península), una novela donde narra vivencias personales, familiares y colectivas de su pueblo a través de tres mujeres en diferentes etapas del conflicto. Desde que España colonizó el Sáhara Occidental, hasta la invasión de Marruecos y el exilio del pueblo saharaui a los campamentos de Argelia, para llegar a una niña que aterriza en España a principios del s.XXI sin entender nada de lo que pasa a su alrededor.
¿Cómo ha sido todo ese trabajo para conocer la historia de mujeres saharauis en los años setenta y noventa?
Hay una parte muy importante que ha sido la documentación con entrevistas corales, sobre todo con mi abuela, con mis tías, con mi madre... Nos hemos sentado y me han ayudado mucho a reconstruir toda la historia. Pero este relato necesitaba de una documentación histórica, he hablado con historiadores, he hablado con mujeres que vivieron la época colonial... Cada personaje ha tenido su propio proceso. Al principio empecé escribiendo a Aisha en segunda persona, en un intento un poco de autosanación, de autocomprensión, autodefinición de la identidad. Ha sido como mirarme al espejo e intentar contarme a mí lo que yo había vivido.
En el caso de Naima, han sido muy importante mis viajes a los campamentos, para preguntarle a mi madre, pero también a mis tíos, a otras mujeres saharauis... De hecho, es uno de los personajes más ficcionados.
Leila ha sido con voces que conocen la historia, con el relato de mi propia abuela. Luego tuvo un ictus y dejó de hablar, pero esas conversaciones las manteníamos de forma coral y ella utilizaba el lenguaje de los gestos para decirme si algo estaba bien o mal. Ha sido un proceso largo, de muchos años, de mucha escucha y comprensión.
¿Percibes cómo poco a poco el conflicto del Sáhara Occidental cae en el olvido?
Vengo del periodismo y de ver cómo se ha contado el Sáhara. Me he leído todo lo que se ha escrito sobre el Sáhara y yo misma me he dado cuenta de había picos informativos del Sáhara y siempre era desde de vista política, porque es verdad que es un conflicto político y requiere de una solución política, pero muchas veces se deshumanizaba a los saharauis.
Quizás también tenemos que volver a insistir en que si en estos 50 años no ha pasado nada, este es el titular. El Sáhara es una herida que tiene que cicatrizar, pero no cicatriza porque no se quiere ahondar en que España tiene responsabilidad históricas.
A mí me ha costado mucho explicar por qué yo venía tan triste del Sáhara o por qué me había marcado tanto el haber estado separada de mi madre. Y también me costaba mucho comprender las consecuencias que ha tenido esta guerra, que yo no he vivido, pero que sí que he sentido.
Yo buscaba ese trato humano, explicar cómo mi madre y cómo las mujeres de mi vida han vivido el conflicto, que al final no es solo la historia de nuestra familia, es la historia de muchísimas mujeres, de todas las mujeres saharauis.
También ha sido chocante para mi propia familia. Me dicen, "¿Pero, por qué hablas de nosotros, por qué hablas de ti?". Siempre hemos contado la historia en el sentido más comunitario y político. Lo colectivo se ha impuesto a lo individual, porque también estamos hablando de un pueblo que ha vivido luchando por sobrevivir constantemente, que se ha sentido aniquilado, amenazado, ha sentido su identidad en peligro.
El testimonio de Leila, la mujer más mayor, demuestra que la colonización de España no fue tan amable como el franquismo quiso contar.
La convivencia que tuvo mi familia es muy distinta a la que tuvieron los demás, porque además estamos hablando de que ellos estuvieron en una ciudad más pequeña.
Era una zona de mar y mis abuelos venían del desierto. Sus circunstancias eran muy distintas, porque estaban huyendo de una sequía. De pronto se encuentra con que hay comida empaquetada cuando había perdido todo su ganado. Ni pretendo ni consigo explicar del todo cómo fue esa colonización, sería muy ambicioso, pero hay matices. La colonización se impone en el sistema sanitario, en el educativo... No llegar a comprender esa imposición está implícito en el libro. En uno de los capítulos, una mujer saharaui va a dar a luz en un hospital español y ahí hay una mucha violencia.
Es verdad que ha sido una colonización mucho menos agresiva, a mí lo que me ha llegado, lo que yo he intentado investigar y ver no tiene nada que ver con la colonización francesa en Argelia, pero el abandono que hubo después sí fue inédito.
¿Han leído ya el libro en los campamentos?
A mí me daba mucho miedo la reacción de los saharauis, pero porque también el libro es crítico con ellos. Es bastante rebelde en ese sentido, tiene una doble lectura. Comenzar con un tema tan tabú como el sexo, al final es muy chocante, pero también tenemos que empezar a cambiar las cosas.
Cuando estás en Europa te sientes del Sáhara y cuando estás en el Sáhara te sientes europea. Siempre en tierra de nadie.
Continuamente, sí, ha sido la eterna búsqueda. Sobre todo cuando son dos culturas y dos mundos que chocan entre sí, que no quieren entenderse, que no quieren comprenderse, que no quieren ponerse uno en el lugar del otro y que cada uno tira del extremo de la cuerda.
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