domingo, 1 de junio de 2025

CTXT. Procesionaria, de Silvia Cosio

 Silvia Cosio 12/05/2025

Las militancias, como las manifestaciones, son un medio y no un fin. Un medio para transformar la sociedad y para construir un mundo mejor, más justo y más igualitario. Todo lo demás no es otra cosa que folklore y ritos vaciados de sentido

Manifestación por el Día del Trabajador en Madrid, en mayo de 1909. / Biblioteca Nacional de España


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En mi pequeña ciudad del norte se han puesto de moda las procesiones de Semana Santa. Es el fruto extravagante de apostarlo todo por el turismo masivo importando tradiciones de otros –aunque el resultado sea cutrísimo– y la derechización de una ciudad que hace décadas que dejó de ser obrera y que se ha arrojado gustosa en los brazos del rentismo y la especulación. Esto no quiere decir que no seamos expertos en procesiones, las tenemos a montones, pero en vez de cruces paseamos banderas rojas mientras desde la acera la gente nos mira con la misma cara de indiferencia que adoptan los turistas ante las tallas de Jesuses y Marías sin ningún valor artístico que se sacan de excursión un día al año por el barrio alto de mi pequeña ciudad del norte. 

Esto no siempre ha sido así, sino que es un fenómeno que se ha venido cocinando a fuego lento a lo largo de los últimos años, mientras mi pequeña ciudad del norte mutaba hacia otra cosa, las fábricas y las industrias cerraban, los jóvenes emigraban, la población envejecía y mi generación comenzaba a heredar pisos con los que especular y alimentar la burbuja de la vivienda, del turismo y de los restaurantes de hamburguesas smash que dentro de cinco años solo serán un recuerdo en forma de locales comerciales vacíos. Yo me di cuenta de este cambio durante los días de la marmota del confinamiento, cuando la beautiful people de izquierdas de mi pequeña ciudad del norte dejó de utilizar el Facebook para denunciar a sus vecinos por pasear al perro e ir al supermercado cada día y empezó hiperventilar porque se acercaba el Primero de Mayo y cayeron en la cuenta de que no iban a poder salir de manifestación.

Fue entonces cuando se dio un hecho extraordinario por el cual muchos de ellos, de la noche a la mañana, pasaron de ser expertos virólogos para convertirse en ingenieros. La imaginación humana es extraordinaria y, encerrados en sus casas, fueron capaces de diseñar todo tipo de maneras que les permitieran poder saltarse el confinamiento para ir a manifestarse y respetar al mismo tiempo la distancia de seguridad. Algunas muy ingeniosas. No faltaron tampoco los dibujos y los diagramas ni los alegatos para que se levantara el confinamiento de forma provisional y extraordinaria el Primero de Mayo, o las exhortaciones sobre SU derecho a manifestarse, la defensa súbita de los confinamientos a la manera francesa o belga, mucho más humanos y permisivos con las salidas al exterior, así como los llantos por el ataque a los derechos de los trabajadores que suponía pasar el Primero de Mayo confinados en casa. Todo esto cuando teníamos más de veinticuatro mil muertos a cuestas y a los menores de edad encerrados y olvidados por todos, por la administración y por la sociedad.

El Primero de Mayo se había convertido así en un rito, en una procesión laica en la que exhibirse y mostrarse como alguien que forma parte de un grupo elegido y especial que ha visto la luz y que conoce la verdad. En algo inútil y superficial. En un acto religioso y no político.

Porque salimos a la calle porque estamos cabreados, porque las cosas van mal, porque son injustas, porque nuestros gobiernos son cómplices de un genocidio, de una guerra, del cambio climático, de la desigualdad, de la violencia contra las mujeres y el colectivo LGTBI+; porque se están poniendo en peligro nuestros derechos, saqueando los servicios públicos y porque queremos y tenemos que demostrar fuerza y unidad. Una manifestación es, por tanto, la materialización y la constatación del fracaso del sistema. Es un medio y un arma política –una más– pero nunca una finalidad en sí misma.

Es innegable que todos necesitamos sentir que formamos parte de un grupo, es humano querer sentirse especial, diferente, y por eso buscamos algo que dé sentido y propósito a nuestra existencia. Compartir gustos, complicidades y códigos con otras personas nos permite establecer lazos con gente de fuera de nuestro círculo familiar, mientras tejemos alianzas que nos ayudan a enraizarnos pero también a identificarnos con los problemas de los demás. En este sentido las militancias políticas y sindicales no son muy distintas a pertenecer a un equipo de fútbol o a formar parte de un fandom, con todo lo que esto conlleva de participar de fobias y filias particulares y también de las discrepancias y batallas internas. Pero las militancias, como las manifestaciones, no se agotan en sí mismas, pues son un medio y no un fin. Un medio para transformar la sociedad y para construir un mundo mejor, más justo y más igualitario. Todo lo demás no es otra cosa que folklore y ritos vaciados de sentido, una procesión inútil de tallas apolilladas y mohosas a las que solo sacamos de paseo una vez al año. 

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OTRA COSA:  Paseo semanal por CTXT, por Adriana T.: No vamos a olvidarnos de Gaza

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