domingo, 24 de agosto de 2025

Ángel Malanda / Bombero forestal “Llevamos 60 años de retraso en la lucha contra los incendios” Por Gorka Castillo

 Gorka Castillo Ávila ,   22/08/2025

El bombero forestal Ángel Malanda. / Cedida

                                          



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Ángel Malanda (Madrid, 1980) es un bombero forestal de élite perteneciente al equipo de lucha integrada contra incendios forestales de El Barco de Ávila. Miembro de la CGT, Malanda forma parte de una brigada helitransportada compuesta por cinco miembros, cuatro peones más un capataz técnico. Hace diez días fue desplazado a combatir los incendios que amenazaban con cercar una localidad muy poblada como Ponferrada. El miércoles, con el fuego más o menos bajo control y la aparición de las primeras ráfagas de lluvia, el equipo fue trasladado a Cáceres para reforzar el operativo que lucha para contener el avance del fuego hacia el Valle del Jerte. Malanda defiende el monte, la ecología y una manera de cuidar el patrimonio natural que nada se parece al que hoy se aplica, más definido por intereses privados y empresas que utilizan a los trabajadores como carne de cañón mediante contratos leoninos y despidos improcedentes. “Cuando hay una empresa de por medio, también hay dinero que se queda en el camino, que no se invierte, porque la empresa tiene que tener beneficios obligatoriamente, y mis compañeros, que se dejan la piel, que exponen su propia vida en este trabajo, no están lo bien pagados que deberían”. 

¿Cuentan con los medios necesarios para una brigada helitransportada?

Solemos acudir en helicóptero, pero tampoco es raro que nos movamos en vehículos. Por ejemplo, cuando nos desplazamos a la zona de León, los del primer turno llegaron en un helicóptero que ya no volvimos a ver en ocho días. Tuvimos que movernos con un todoterreno donde llevábamos las herramientas y equipos. Así que no podemos decir que estemos funcionando como una brigada helitransportada sino como una brigada a secas.

¿Desde cuándo están trabajando en León?

Desde la madrugada del día 11. Ahora nos hemos desplazado a Cáceres. Nosotros rara vez salimos de Ávila. A veces les cuesta incluso movilizarnos a Salamanca, pese a que estamos a 58 minutos de la linde de la provincia. Así que cuando nos dijeron que teníamos que ir a León pensamos que la cosa tenía que estar muy mal.

¿Qué se encontraron al llegar?

A partir de Zamora, humo y más humo. En León, igual. Columnas brutales de humo. Y lo curioso es que pocas carreteras principales se han visto afectadas por el fuego. Un poquito la A-6, pero realmente sabes que es algo feo. Llegaba el humo de Galicia y Asturias. Y había pequeños incendios en Llamas de Cabrera, en El Bierzo. 

¿Alguna vez se ha enfrentado a un incendio de una magnitud tan descomunal?

Este es mi cuarto año. Mi experiencia más potente ha sido en el Valle del Tiétar, que son más de 60.000 hectáreas de terreno. Puedo decir que los incendios son muy complejos y caprichosos. Yo he estado dos días trabajando en una aldea amenazada por el fuego que estaba rodeada de vegetación autóctona a la que le costaba un mundo arder porque tenía acumulada una enorme humedad bajo tierra, aunque estaba rodeada de un sotobosque de brezo. Pero sí, nos enfrentamos a unos incendios tremendos, pavorosos. Son tan extensos que te puedes encontrar en una zona tranquila la cola del fuego mientras en la cabeza, cinco o diez kilómetros más adelante, se está quemando todo de forma bestial.

¿Con cuánta gente han trabajado en los incendios de León?

No sabría decirle. El último día llegó una brigada de bomberos forestales de Álava con bastantes medios terrestres, motobombas y vehículos de apoyo. Pero no puedo concretar este dato porque hay un gran despliegue de otras comunidades autónomas y hay muchos incendios.

El sistema de vigilancia satelital Copernicus indica que ya han ardido casi 400.000 hectáreas de superficie. Es la peor ola de incendios en tres décadas. ¿Qué ha fallado?

No hace mucho leí una frase de un ingeniero que había hecho un estudio sobre los incendios y se me quedó grabada. Decía algo así como que la gestión del fuego es la gestión de una derrota. Cuando se desata un incendio, perdemos todos. Quiero decir que salvo que hayamos hecho los deberes en invierno, que normalmente no se hacen, siempre vamos a remolque del fuego. Aquí no es que llevemos un invierno de retraso, llevamos 60 años. En concreto, desde que las políticas del desarrollismo franquista vaciaron los pueblos para llenar las ciudades. Entonces empezamos a perder los montes. Podemos hablar de los 38 años que lleva el PP gobernando en Castilla y León y tampoco estaríamos diciendo ninguna mentira. Pero la cuestión es que son décadas de abandono que no tiene una reversión fácil. 

¿Hay alguna solución en el corto plazo?

La única manera de no exponer a situaciones de riesgo a la gente de los pueblos, a los compañeros y compañeras, es reducir la carga de combustible en los montes. ¿Cómo se hace eso? Invirtiendo. Recuerdo que cuando era niño escuchaba hablar de incendios de 500 hectáreas. Entonces pensaba, ¡madre mía, 500 hectáreas de fuego! Duraban cuatro o cinco días a lo máximo. Ahora, hay incendios que se comen 500 hectáreas en la primera hora pero los operativos para apagarlos siguen siendo parecidos. Y todo es mucho peor: la disponibilidad del combustible arbóreo no es la que había a principios de este siglo. Se ha ido acumulando año tras año, y las humedades relativas están por los suelos. Hay que redimensionar la lucha contra los incendios, los operativos. Pero, claro, los responsables responden que como no hay recursos suficientes, hay que aumentar la jornada normal de los bomberos, que es de 12 horas, y a partir de ahí saltársela para hacer 14, 16 y hasta 18 horas. No puede ser que Inspección de Trabajo no actúe motu proprio y vigile los procesos de las cuadrillas que andan por ahí cumpliendo los tiempos de descanso o echando más días al mes de los que se pueden estar. Tenemos convenios forestales que se incumplen de manera sistemática. Por ejemplo, el de Castilla y León. Son convenios tremendos, con unas condiciones leoninas para el trabajador y la trabajadora. Ahí también hay mucho por hacer. No funcionamos como si estuviéramos gestionando un desastre ni una emergencia. Aunque todos y todas sabemos que una catástrofe colosal como la que estamos sufriendo ahora iba a llegar tarde o temprano.

Usted ha escrito una carta muy ilustrativa desde Ponferrada en la que describe un operativo descoordinado y de incomunicación con otras brigadas que estaban en otro frente del incendio. 

Las comunicaciones son fundamentales e imprescindibles en todo el incendio, y en Castilla y León estamos en una situación tercermundista. Hablamos por móviles en zonas de montaña donde no hay cobertura y nos quedamos a oscuras en una emergencia en más de una ocasión. Pero también está el problema de quién dirige el operativo. Puede haber gente que sepa mucho y puede haber gente que no tenga ni puta idea de lo que está haciendo. Los técnicos al cargo, lo que llaman jefes de jornada en los centros provinciales de mando, son vitales porque ellos se encargan de distribuir los medios que los bomberos necesitamos. Y aquí puedes encontrarte a alguno que ha estudiado una carrera, incluso que sea ingeniero, pero que no ha tenido contacto con un incendio en su vida. Hay técnicos extraordinarios en la gestión del agua o que dirigen departamentos relacionados con la caza o la pesca de maravilla que son reubicados al mando de un operativo de extinción de estas características brutales. Eso ocurre en Castilla y León. Cuando trabajamos tenemos que hacer un acto de fe porque debemos confiar en que los que están por arriba saben lo que están haciendo. Y a veces no es así. Falta profesionalizar todo, desde el cuadro de mandos hasta el último peón. Es la única manera de hablar de un operativo de profesionales y no de un operativo de circunstancias como el que tenemos.

Los expertos hablan de una nueva generación de incendios, fuegos de unas magnitudes superlativas que superan la capacidad de extinción con la que cuentan países como España. ¿Hasta qué punto se enfrentan a un enemigo desbocado?

Efectivamente, son terribles. No hay más que verlos. Si no fuera así, no habría estado en León y después en Cáceres. El de León es un incendio que lleva activo desde el 8 de agosto. A lo largo de estos años he visto fuegos muy grandes pero no con la simultaneidad actual. Hablamos de incendios que se escapan al control, y que por su magnitud deberían cambiar el modelo de actuar de manera radical. No sé a qué estamos esperando para tomar medidas drásticas, porque nos enfrentamos a combustiones que emiten cantidades de calorías. ¿Cuántas veces hemos tenido una ola de calor con 12 o 14 días de duración? Nunca. Es un cóctel explosivo con tres ingredientes: Calor, combustible arbóreo y humedad ambiental bajísima.

Ya se han producido cuatro víctimas mortales, entre ellas dos compañeros suyos. Y hay un bombero más en estado grave con quemaduras en gran parte de su cuerpo. 

Sí, pero la temporada de incendios comenzó en julio en Lleida, con dos fallecidos. Días después, otro bombero se despeñó en Tarragona. Y también está el compañero que murió en Mombeltrán, Ávila, también en julio tras sufrir un accidente de tráfico cuando acudía a su puesto de trabajo. Con lo que estamos sufriendo este verano y las condiciones a las que nos exponemos, a veces de manera voluntaria y otras involuntaria, hablar de menos de diez muertos me parece milagroso. Que muera una persona en un incendio habla del gran fracaso de la gestión. No debería morir nadie, porque ahora el incendio es algo más previsible gracias a los modelos de predicción y a las redes de cobertura más potentes. Con todos esos adelantos, solo cabe pensar en la fatalidad y podríamos asumir que va en el sueldo siempre que los sueldos fueran dignos, algo que no sucede. Habría que estudiar por qué algunos compañeros no vuelven a casa. Determinar si se han producido fallos humanos y negligencias por parte de los que están por arriba, si cumplieron o no los periodos de descanso. Si los lugares a los que vamos son seguros o no, porque hay veces que entramos en ratoneras y no hay nadie vigilando desde fuera. Cuando estás en un incendio puedes creer que estás más o menos seguro y de repente viene un frente de humo y llamas por donde menos te lo esperas. Trabajas en zonas que desconoces por completo aunque tenemos la suerte de que cuando vas en helicóptero solemos estudiarlas dando vueltas en torno al foco para ver hacia dónde se dirigen los vientos, qué orografía hay, si hay vaguadas pronunciadas, etc. Todos estos detalles debes analizarlos con minuciosidad para comprometerte y entrar, porque lo primero en la extinción es la seguridad. Eso lo tenemos bastante interiorizado.

Los partidos políticos se echan la culpa unos a otros de esta situación caótica y de la falta de inversión en medios para luchar contra el fuego. ¿Qué opina?

Aquí hay una cuestión clara. Yo no voy a defender a ninguno de los dos principales partidos políticos, que son los grandes responsables de la gestión de catástrofes como ésta. Pero dicho esto, también me gustaría añadir que todos sabemos que las competencias están delegadas en las comunidades autónomas. Por lo tanto, cada gobierno autonómico es responsable de sus medios, de las inversiones y de la planificación aunque luego echen la culpa al Gobierno central. La gente, el vecino afectado y los trabajadores sabemos leer y podemos sacar nuestras propias conclusiones. El Gobierno central ha puesto sus grandes medios en movimiento. Es cierto. Son la élite en extinción de bomberos forestales, y es fantástico que así sea, pero hay diez de toda España. Todos trabajamos para una empresa privada de capital público que se llama Tragsa, que es la misma que me paga a mí. Y cuanto hay una empresa de por medio, también hay dinero que se queda en el camino, que no se invierte porque la empresa tiene que tener beneficios obligatoriamente. Y aunque mis compañeros se dejen la piel y expongan su propia vida en este trabajo, no están lo bien pagados que deberían estar. Nuestras condiciones laborales son muy precarias, como las del resto, aunque seamos bomberos de élite, aunque sea un cuerpo que lleva funcionando más de 25 años. Todos los años pasamos una especie de reválida. El otro día un compañero contaba que lleva 21 años en esta profesión, desbrozando el monte en invierno y pasando los veranos entre fuegos durmiendo de mala manera, y no ha visto jubilarse a nadie porque esta actividad te pasa factura y te echan a la calle.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha propuesto un Pacto de Estado sobre emergencias relacionadas con el cambio climático que sirvan para encarar desastres naturales como la DANA o superincendios como los que asolan gran parte del país. Bajo su punto de vista profesional, ¿qué aspectos deberían ser prioritarios en ese hipotético pacto?

Para empezar, hay que sobredimensionar la capacidad de los operativos. Para que se produzca un cambio efectivo deben estar todos los sectores afectados representados y todos los que tienen poder de decisión deberían creerse de una vez qué significa eso de la España abandonada, la España vacía. El problema que tenemos es cómo sostener económicamente la vida en el mundo rural. Se debería facilitar las conexiones que permitan a la gente desarrollar sus trabajos en estas zonas. Si la mayoría de los pueblos carecen de fibra, nadie se va a ir a vivir a un pueblo porque no puede teletrabajar. Necesitamos unas infraestructuras mínimas que eviten la despoblación. El mundo rural vive encerrado en un círculo vicioso. Primero eliminan el transporte, los aíslan, luego cierran escuelas, centros de salud. Así es difícil que el campo progrese, que haya un bienestar colectivo, ni que se beneficie de un crecimiento sostenible. Ni siquiera tiene posibilidades de mantenerse No hay equilibrio. Los ayuntamientos, que también tienen parte de responsabilidad en estos incendios porque casi ninguna tiene aprobado un plan de autoprotección aunque están obligados por una ley de hace más de 30 años, dicen que no tienen dinero para invertir en estas infraestructuras y servicios pero luego se gastan 10.000 euros en la contratación de una orquesta para las fiestas, o gastan miles de euros en corridas de toros, en vaquillas, en maltrato animal, pero abandonan sus planes de autoprotección. Hemos visto estos días a alcaldes y alcaldesas llorando porque su pueblo se quema cuando muchos de ellos tienen sus fincas abandonadas. Ahí volvemos al círculo vicioso. No trabajan las fincas porque no son productivas, porque no rinden, por lo que sea. Bien, entiendo que hay justificación para todo, pero yo les diría que sean honestos y asuman su parte de responsabilidad. Yo he estado limpiando fincas tanto propias como ajenas en el pueblo donde vivo porque no quiero que ningún lugar esté expuesto al fuego. Luego hay una cantinela que me resulta muy cansina y repetida. Esa de que no te dejan cortar nada, de que en el monte no se puede tocar nada. Legalmente, nunca he encontrado esas trabas. Es pura fantasía. Yo le digo a un agente medioambiental que voy a cortar y adecentar una parte de masa forestal y mientras sea algo respetuoso con el entorno y razonable con el medio ambiente, los agentes medioambientales siempre se muestran encantados de que lo hagas con cabeza. La cuestión es que a veces es más fácil decir no te dejan hacer nada y así no tener que ir a trabajar al monte. 

¿Qué opina de las críticas que desde la derecha, como la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, hacen de una supuesta agenda ideológica absolutamente incompetente contra los incendios?

Eso es una milonga. Pero combatir estos discursos es complicado porque hay mentes que los compran a ciegas. Evidentemente, no existe ninguna agenda ideológica que esté decidiendo que el monte hay que respetarlo y cuidarlo como un bien vital. Como ecologista que soy, ya me gustaría tener poder de influencia para que las leyes prohibieran arrasar con todo. Hay también un debate interesante en torno al ganado. A mí me resulta esencial a la hora de mantener los bosques a raya, pero limitando la presencia de animales, porque podemos conseguir el efecto contrario y destruir el suelo. El pastoreo es fantástico, siempre y cuando se haga con una rotación y con un número de cabezas acorde a lo que a lo que llamamos capacidad de carga. Para llevarlo a cabo correctamente se necesita inversión y planificación a largo plazo. Si lo hacemos a cuatro años, que es lo que duran las legislaturas, no saldremos del pozo.

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OTRA COSA:  Arde lo público, de Juan José Millas

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