SANDRA FAGINAS 05 nov 2024
«La Comunidad Valenciana aprobó dos días antes de la dana adelantar los hoteles a 200 metros de la costa y no a 500. Eso pone en riesgo a los ciudadanos», advierte el científico, que apunta que Galicia soportará una fuerza inusitada del viento.
Con la indignación brotándole aún de la boca, Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas, investigador del CSIC y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos, asegura que el día que la dana arrasó los pueblos de Valencia, él, como otros expertos, tenían la información de qué podía suceder, aunque no de la manera en que pasó: «Desde la alerta roja estábamos esperando a que hicieran algo, pero nada. Yo miraba el reloj a la una y decía: «¿La gente sigue trabajando?».
—¿Cómo valoras lo sucedido?
—Nos ha pillado a todos de sorpresa por la severidad, pero a escalas de décadas, lo sabíamos, la ciencia lo estaba avisando, que estábamos en un clima nuevo. La Aemet ha hecho un papel fantástico, dejó la pelota botando a las 7.31 del 29 de octubre diciendo que había alerta roja. Somos los demás los que no hemos entendido qué nos quiso decir. Porque yo, como científico, sí que lo sabía. De hecho, esa mañana me sorprendió que no se hiciese nada.
—¿Tú ya lo sabías?
—Totalmente. La semana anterior se avisó de que los dos factores que hacen de esto una situación explosiva estaban rondándonos: una masa de aire frío en altura y el mar Mediterráneo más caliente que nunca... Y cuando la Aemet dijo cómo venía, ya pensábamos que lo mejor era pecar de exagerados. Y nos hemos quedado cortísimos. Hablo en un plural mayestático. Algunos tenían más responsabilidad, tomaban las decisiones, y mandaron a los trabajadores a los trabajos. Yo miraba el reloj a la una de la tarde y decía: «¿La gente sigue trabajando?...». No lo podía creer, estaba esperando una medida rápida y eficaz, pero nada, el anuncio llegó a las ocho.
—Se avisó de que los niños no fueran al cole, pero los padres fueron al trabajo.
—Claro, ¿qué incidencia tienen los niños en el producto interior bruto? Cero. La decisión de no mandar a los niños al colegio tiene la valentía de igual a cero. Es una medida insulsa. Las medidas hubieran sido cerrar los centros comerciales, los aparcamientos, esto es de primero de emergencia. Pero choca con los intereses económicos. Hay varias escalas de tiempo, la escala larga: de qué es esto del cambio climático; la escala intermedia: mantener los cauces de los ríos en buen orden y no permitir la proliferación de un urbanismo en zonas inundables; y la corta: cómo actuar en una situación de emergencia para no magnificar una catástrofe. Y en este último punto miraron a otro lado quienes podían haber reducido las muertes y los daños materiales. Estos tres planos muestran que no estamos sintonizados con el clima actual, sino con uno antiguo, y por eso creemos que nada va a pasar. En el clima de antes cuando llegaba una dana, podías coger el coche. Hoy no, lo último que tienes que hacer es ir a por tu coche. No da tiempo.
«Es el mundo al revés: un científico apunta con el dedo a un problema, y la gente mira el dedo y no el problema. Y, como luego ha habido una gran catástrofe, voy y le culpo al que decía que iba a ocurrir»
—Si la Aemet informó de la alerta roja, ¿cómo el presidente Mazón no avisó?
—Una de las cosas que los científicos estamos aprendiendo en la interacción con la sociedad, los políticos y con el sector privado es que en las pequeñas fisuras de incertidumbre con la que comunicamos se amplifican esas incertidumbres para que al final acabe cuadrando con lo que tú querías hacer. Tú querías hacer x, y entonces como los científicos te dicen que hay un 98% de probabilidades de que suceda, amplías el 2 o el 4% de incertidumbre del momento, la intensidad, el lugar..., y sigues con el plan que tenías. Es una forma de negacionismo climático, se conoce como el retardismo: «Vale, vale, no es para tanto».
—¿Los políticos, como Mazón, han sido negacionistas?
—Totalmente. Y luego tenemos a Feijoo que salió a atacar a la Aemet; incluso el sindicato Manos Limpias ha puesto una querella. Es el mundo al revés: un científico apunta con el dedo a un problema, y la gente mira el dedo y no el problema. Y, como luego ha habido una gran catástrofe, voy y le culpo al que decía que iba a ocurrir. Lo peor es que incluso esto los jueces puedan considerarlo. Que esto tenga consecuencias jurídicas de sanciones, que esto pueda ser puesto en un juicio revelaría un sinsentido absoluto.
—Ahora se apunta a los científicos, que son los únicos que han alertado.
—Claro, yo puedo entender que un político se vea desbordado y culpe a otros, lo comprendo, aunque no lo justifico. Pero que en frío un juez lo recoja o que sus señorías en el Congreso lo puedan discutir con visos de llevar la cuestión más allá, no. La Aemet ha hecho su papel, a partir de las 7.31 el papel era de otros. La Aemet es, por cierto, una agencia meteorológica muy valorada internacionalmente. Es para sentirnos orgullosos en España. Tiene los mejores protocolos, los mejores científicos e instrumentos. Ahí, diez puntos, ni una sombra de duda. Pero tú, claro, puedes ignorar la información cuando te están diciendo que un calentamiento por encima de 1,5 grados es un clima de inseguridad para los ciudadanos...
«El Colegio de Ingenieros de Caminos, Puertos y Canales de Valencia ha hecho un artículo diciendo que esto solo se soluciona con más embalses y encauzamientos. Esto es una aproximación muy simplista»
—Por desgracia, después de lo que ha pasado alguna gente entiende ahora qué es el cambio climático.
—Totalmente. Yo, de hecho, estoy trabajando para que esto no se olvide, para que puedan hacer las cosas de otra manera, esto tiene que ser una oportunidad, un punto de inflexión. Hay que hacer las cosas de modo diferente, y espero que no pase lo mismo que con el covid, que estamos ya en el mismo círculo.
—Hay que afinar la manera de informar.
—Sí, y la coordinación. Porque en esta catástrofe había medios técnicos y humanos y, por estas competencias autonómicas y del Estado, no han funcionado. Hay que replanteárselas. Porque me apuesto mi sueldo a que este invierno veremos otro evento climático extremo en la misma zona, porque el mar Mediterráneo tiene temperaturas de récord.
—Si ahora reconstruimos sobre los mismos lugares, volveremos al mismo error.
—Mira, de los puntos optimistas que me gusta exponer es que en Cataluña han reconsiderado hacer muchos paseos marítimos. Muchos responsables políticos están entendiendo el cambio climático. Ahora la tormenta golpea la primera línea de edificación y no tenemos las dunas. Los paseos se han construido encima de estas dunas, que era la manera natural de protegernos. Y el nivel del mar está más alto. Nos sirve más la duna que el paseo.
—La obra que se hizo para desviar el cauce del Turia a raíz de las inundaciones de 1957 ha valido para que la tragedia no fuera mayor. ¿Es así?
—En parte sí, pero la historia no es perfecta. El Colegio de Ingenieros de Caminos, Puertos y Canales de Valencia ha hecho un artículo diciendo que esto solo se soluciona con más embalses y encauzamientos. Esto es una aproximación muy simplista de un problema más complicado, tampoco la solución es apoyarse en la naturaleza porque ya es una zona densamente poblada y los márgenes para naturalizar esa zona del Turia y el Júcar son pequeños, pero indudablemente tenemos que aliarnos con la naturaleza. Esto no es una cosa de hippies y abrazaárboles. Cuando la magnitud de los problemas naturales crece de esta manera tan rápida no podemos fiarlo todo a soluciones de tipo técnico. Porque tú haces un cauce para un determinado caudal, y luego el caudal va a ser mucho más. Pensemos en los puertos. La inmensa mayoría no están diseñados para el mar que hay hoy, lo que pasa es que han ido aguantando. Y las obras de ingeniería son de gran coste.
—¿Qué hay que hacer?
—Naturalizar los cauces de los ríos, allanar la zona de inundación de un río, permitir meandros que frenen su velocidad, que se desarrolle otra vegetación natural, no esas cañas que se pusieron de forma apresurada para cubrir el expediente ambiental y han resultado peor. Tomarse en serio cómo funciona un río y tomar medidas casi en el día a día y año a año. Recurrir a la naturalidad del cauce requiere eliminar algunas viviendas, algunas de ellas ilegales, que se acaban legalizando porque estaban ya construidas. Hay que revisar caso por caso. Se han aceptado proyectos de construcción de 200.000 y 300.000 euros, y mira ahora a cuánto ascienden los daños. Sin contar las muertes, que yo no sé cuánto cuesta la vida de una persona. Nos ha salido carísimo posponer la inversión en naturalizar los cauces.
—¿Habría que eliminar viviendas?
—Sí, y desde luego, regular a la baja la construcción en estas zonas. Es que fue paradigmático, el día anterior a la dana, la Comunidad Valenciana aprobó adelantar la línea de los hoteles a 200 metros frente a la costa, en lugar de los 500 que se ponía por precaución. Es una medida de seguridad. Pues esa semana se aprobó rápidamente. Igual que la Comunidad Valenciana eliminó la UVE, la Unidad de Vigilancia de Emergencias. Esto revela que no se ha entendido el riesgo del cambio climático, y si se ha entendido, entonces peor aún: la vida de las personas no vale nada.
—¿Qué riesgo corre Galicia?
—Es la fachada que se expone a los temporales. Hay un índice, el de la NAO (North Atlantic Oscillation), que tiene que ver con las bajas presiones en Islandia y las altas presiones en el anticiclón de las Azores, y ese índice, que nos revela cuánta lluvia le llega a Galicia, está generando tormentas cada vez más fuertes. Incluso los famosos paraguas gallegos se quedan cortos ya por la fuerza del viento inusitada. Rachas de 150 o 200 km/h sostenidas en el tiempo, el nivel del mar ha subido, la altura de las olas... Esto son amenazas reales. La crisis de los pellets tiene que ver con eso. Los barcos que pasan por las costas gallegas corren más riesgo de zozobrar o naufragar. Los mariscadores se han jugado siempre la vida, pero ahora se la juegan doblemente: los mares son cada vez más furiosos y los percebes están cada vez en sitios más inaccesibles.
«Los ciudadanos japoneses en España estuvieron mejor informados que los españoles»
—Algunos políticos decían hace nada que si te llegaba una alerta al móvil era una intromisión en tu vida privada. Esa intromisión hubiera salvado vidas.
—Tenemos que aprender de países como Japón o Chile, que mandan mensajes cuando hay riesgo. Tú puedes ignorarlos, pero, al menos, los has recibido. Y nadie tiene tu teléfono, eso tiene que quedar claro. Es una señal de radio, llega a los teléfonos de la zona. Tú tienes derecho a estar informado y tienes el derecho a no ir a trabajar, si hay evidencias de que tu seguridad física corre peligro. Si les hubiera llegado ese mensaje a tiempo, podrían no haber ido. El día 29 hubo muchas presiones para que los autónomos no dejaran de trabajar, pero tenían derecho a estar informados. Esto es una gran bola social, política y civilizatoria en la cual ni unos ni otros aceptan los riesgos.
—¿Es cierto que Japón envió una alerta a los ciudadanos que estaban en España?
—Sí, estaban mejor informados los japoneses en España que los españoles.
—Otra cosa ha sido la gestión de la catástrofe. ¿Qué opinión tienes?
—Hay dos dimensiones. Una ha sido de conocimiento y de experiencia, pero hay otra dimensión de «no hemos querido». De quién se quería poner la medalla de salvador o quién se arriesgaba a hacer el ridículo. Salvo los alcaldes, que han estado a pie de calle, los políticos no han estado a la altura, se han pasado la pelota unos a otros. El propio presidente de la Comunidad Valenciana no ha estado donde tenía que estar y el Gobierno de España, pensando que le podía caer un aluvión político, de consecuencias en sede parlamentaria, con la debilidad política... En fin, no podemos admitir que estas cuestiones domésticas de la política empañen una estrategia de gestión del riesgo. Ahí tolerancia cero. Y el sector privado que no se vaya de rositas, ha estado protegido por unos políticos que han favorecido la economía. ¿Qué hacían los trabajadores de grandes empresas trabajando a esas horas?
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