Emergencias
Querida comunidad de Ctxt:
La semana pasada una ola de peces, anguilas, crustáceos y moluscos
muertos aparecieron de forma súbita en las playas del Mar Menor. De
repente los medios de comunicación hablaban, en su mayoría, de una
situación de emergencia.
La noción de emergencia habitualmente evoca un acontecimiento que
requiere de algún tipo de acción urgente para evitar o minimizar daños.
La situación de emergencia es la nueva normalidad en múltiples
dimensiones de la vida: emergencia climática, emergencia social,
emergencia feminista, emergencia migratoria, emergencia energética...
Conviene preguntarse por qué en casi todos los ámbitos importantes de la
existencia nos encontramos en una situación de emergencia, y si hay
elementos comunes que conduzcan a pensar que más bien nos encontramos
ante una emergencia civilizatoria.
Las emergencias actuales no son acontecimiento abruptos ni inesperados.
Los procesos que han conducido a ellas han sucedido a plena luz. Fueron y
son retransmitidos en televisión. Son consecuencias inevitables y
anunciadas de decisiones, opciones, que no han sido tomadas por todo el
mundo, pero que han sido toleradas de forma mayoritaria.
Todas las emergencias actuales son el resultado, diría yo ineludible, de
un gobierno de las cosas que se orienta por el cálculo y la
maximización de beneficios, frente a una organización guiada por el
cuidado, la protección de todo lo vivo, la precaución o la cautela.
El cambio climático, el declive de recursos, la contaminación, el
ecocidio en definitiva, no son una sorpresa. Había estudios, gráficas y
ecuaciones que lo predecían desde hace décadas de forma bastante
acertada; la emergencia social es el resultado de políticas continuadas
que protegen las inversiones y el crecimiento pero se desresponsabilizan
de las personas; el conflicto en Cataluña es resultado, no solo, pero
en gran medida, de que la rentabilidad electoral se apoye sobre la
búsqueda permanente de enemigos a los que señalar, el miedo o la
humillación; los feminicidios y las violencias machistas son el
resultado de siglos de naturalización de la cultura patriarcal; la
emergencia migratoria responde a un sistema que desde hace siglos se
sostiene sobre la acumulación por desposesión y un racismo estructural
que legitima la violencia y el despojo de los desposeídos…
La emergencia civilizatoria es el resultado de decidir de forma
mayoritaria con una racionalidad estrictamente contable. Da igual que la
unidad contable sea la moneda, los votos o los
likes. El caso
es que, como cultura, tenemos la mirada puesta en cómo evolucionan las
cuentas de resultados, el PIB, las encuestas o las tendencias, y
mientras, delante de nuestros ojos, las condiciones que permiten una
vida decente para todas, ya sea la naturaleza o los vínculos y
relaciones sociales, se van degradando, y no es hasta que se hacen
presentes en forma de muerte o violencia que se televisan y se denominan
emergencia.
Es importante recuperar la memoria del camino recorrido hasta llegar
aquí, ser conscientes de la irreversibilidad de muchas de estas
trayectorias y señalar que en cada hito, en cada punto de bifurcación,
se pudo elegir entre el freno y el acelerador de las crisis, y se
escogió acelerar sabiendo cuáles eran los riesgos, cuáles podían ser las
consecuencias, quiénes eran los potenciales perjudicados…
Y es importante esta memoria porque abordar las diversas emergencias
supone seguir eligiendo. Si se continúa actuando con la lógica contable,
el resultado será la profundización de las heridas, del dolor, la
precariedad en todos los aspectos de la existencia, la violencia y la
muerte. Existe una incompatibilidad esencial entre la lógica del
cuidado, la precaución, la reconciliación y el diálogo y la lógica de
los beneficios.
De las imágenes del Mar Menor lo que más me impresiona es ver esos peces
plateados que, desahuciados, usan sus últimas bocanadas de aire para
saltar del mar a la tierra, es decir, hacia la muerte. Me recordaba a
las personas que, sin agua y comida, siendo conscientes de que su
barcaza se desintegra, con sus últimas energías saltan al agua, hacia la
muerte, con nulas posibilidades de llegar a tierra pero con la pulsión
de hacer algo. Esa pulsión la vimos también en las personas que se
tiraban de las Torres Gemelas, saltando, también, hacia la muerte desde
la misma muerte.
El capitalismo y la política que lo apuntala obligan a las vidas más
desprotegidas y precarias a saltar hacia la violencia o la muerte. Han
apostatado de la vida digna para todas.
En una situación de riesgo vital cada vez mayor nos vemos obligadas a
optar, como siempre, entre el acelerador y el freno, ahora ya de
emergencia. No hay forma de abordar las urgencias desde el cuidado y la
precaución si el horizonte de la economía es la cuenta de resultados, y
el de la política, lo que diga la próxima encuesta.
Televisar los peces muertos del Mar Menor, los africanos encaramados en
la valla de Melilla o los contenedores ardiendo en Barcelona, sin contar
cómo llegamos hasta aquí, y sin mostrar la desobediencia de las
experiencias agroecológicas a contracorriente, la acogida en San Carlos
Borromeo, a quienes rescatan en el mar o la fuerza del Tsunami
Democrático, es naturalizar la legitimidad de la necropolítica. Combatir
esa idea de las emergencias como irrupciones bruscas y casuales es lo
que intentamos hacer desde CTXT. No vale presentarla como brotes
inesperados de desgracia que podemos atajar con las mismas herramientas
que los causaron.
Yo estoy harta de una cultura, una política y una economía que ya han
desahuciado a parte de la humanidad, a los animales, las plantas y al
territorio. A veces con un discurso explícito, como en el caso de las
ultraderechas, y otras veces con palabras hermosas –libertad, seguridad,
democracia, convivencia– que se dictan y se deciden desde los
gabinetes de comunicación mientras con el rabillo del ojo se va mirando
como el gesto comunicador influye en las encuestas.
Estoy harta de que haya tantas personas en la cornisa,
como decía en CTXT Gemma Barricarte,
la joven activista de Fridays for Future Barcelona, y de que la única
opción que se les deje sea saltar al abismo o matarse entre ellas.
La palabra emergencia, en ecología de sistemas, tiene una segunda
acepción. Las emergencias son propiedades, condiciones nuevas, que
emergen de la organización de los sistemas vivos.
¿Hay condiciones para que emerja un movimiento alrededor del cuidado, el
freno, la precaución, la contención, el diálogo, la desobediencia, el
reparto y la justicia? ¿Es posible apostar por herramientas políticas,
económicas y culturales que, más allá de la oportunidad o el cálculo,
afronten la emergencia civilizatoria?
Como señala Kois Casadevante en
un interesante artículo, “hay motivos para el optimismo, como demuestra
la magistral investigación de María J. Stephan y Érica Chenoweth,
que evidencia cómo es raro el fracaso de la acción colectiva que haya
logrado involucrar en sus picos de movilización a un 3,5% de la
población, y muchas lo han logrado implicando números de población más
bajos. No parece demasiado, pero en nuestra geografía esto se traduce en
movilizar en torno a cerca de dos millones de personas. Un dato
relevante es que todas las movilizaciones que llegan a esos números se
sostienen sobre la acción no violenta, logrando perdurar en el tiempo
cuatro veces más que las campañas violentas y siendo mucho más
representativas en términos de género, edad, raza, clase o geográficos”.
¿Podemos hacerlo?
En
Las uvas de la ira, la familia Joad, hambrienta y errante, duda si recoger o no a otros que está peor que ellos y la madre razona así:
–Y podemos alimentar una boca más?– sin volver la cabeza preguntó–. ¿Podemos, madre?
Madre aclaró la voz.
–No se trata de si podemos, sino de si estamos dispuestos– contestó con
firmeza–. Lo que es poder, no podemos hacer nada, ni ir a California ni
ninguna otra cosa, pero lo que queramos hacer…, vamos que haremos lo que
nos propongamos.
Yo estoy dispuesta. No voy a dejar a mi hija en la cornisa, ni a las
hijas e hijos de otras. Y conozco a mucha gente que tampoco lo va a
hacer. La cosa, entonces, es cómo y dónde encontrarnos.
Un fuerte abrazo,
Yayo Herrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario