Un hombre sostiene la manito de María Al-Gazali, de 14 meses, que yace
en una camilla del hospital de Beit Lahia (en el norte de Gaza), el
5/5/2019. La bebé murió durante un bombardeo israelí. (AFP).
Me gustaría que ensayaran un ejercicio. Busquen en Google las
palabras “familia de ocho integrantes asesinada” y se les darán varias
opciones: una en Sonora, México, otra en Pike, Ohio, y otra en el Condado de Mendocino, California.
Pero la memoria masiva de Google parece haber sufrido amnesia sobre lo que ocurrió hace apenas un mes en Deir al-Balah, Gaza.
Para recapitular, porque ustedes también pueden haberlo olvidado: el 14 de noviembre, un piloto israelí lanzó una bomba JDAM
de una tonelada sobre una vivienda precaria donde dormían ocho
integrantes de una familia. Cinco de ellos eran niños. Dos de ellos eran
bebés.
En un principio, el ejército israelí trató de librarse de la responsabilidad por el asesinato de la familia al-Sawarka
(desde entonces, otro miembro de la familia ha muerto a causa de las
heridas, lo que eleva el total a nueve). Su portavoz en lengua árabe
afirmó que la vivienda era el puesto de mando de una unidad de
lanzamiento de cohetes de la Yihad Islámica en el centro de la Franja de
Gaza.
Sin embargo, como reveló Haaretz,
la información sobre el objetivo tenía al menos un año de antigüedad.
La inteligencia se basaba en rumores, y nadie se molestó en comprobar
quién vivía dentro de ese edificio; lanzaron la bomba de todos modos.
La inteligencia militar capaz de identificar y golpear objetivos en movimiento como Bahaa Abu al-Atta, el comandante de la Yihad Islámica, en el norte de la Franja de Gaza -o de intentar matar a Akram al-Ajouri, un miembro de su oficina política en Damasco- es al mismo tiempo incapaz de actualizar su banco de objetivos de hace un año.
El ejército israelí no tenía que haberse molestado en mentir. Nadie
se dio por enterado. Ni el intercambio de disparos de cohetes ni el
asesinato de la familia Sawarka ocuparon las primeras planas del The Guardian, el New York Times o el Washington Post.
Los
cadáveres de cinco niños de la misma familia muertos en un ataque aéreo
israelí el 14 de noviembre yacen en una sala de un hospital de Gaza
(MEE/Atiyya Darwish)
El plan de dieta de Israel para Gaza
Esto es Gaza hoy en día: un bloqueo brutal a un pueblo olvidado que subsiste en condiciones que la ONU predice que serán inhabitables en 2020, un año que está a pocas semanas de distancia.
Es inexacto decir que las muertes de la familia Sawarka fueron recibidas con indiferencia en Israel.
Indiferencia no es la palabra correcta. Es más bien júbilo.
El único rival de Benjamín Netanyahu para asumir su cargo es Benny Gantz.
Cualquiera en las capitales occidentales que confunda a Gantz con un
pacifista, simplemente porque está desafiando a Netanyahu, debería ver
una serie de videos de campaña que el ex jefe del ejército israelí publicó recientemente sobre Gaza.
Uno de ellos comienza con el tipo de imágenes que un avión no
tripulado ruso podría haber tomado después de bombardear el este de
Alepo. La devastación es como en Dresde o Nagasaki. Lleva unos
inquietantes segundos darse cuenta de que estas horribles imágenes con
drones son una celebración de la destrucción, no una denuncia de ella.
Su mensaje en hebreo es inequívoco para lo que en el derecho internacional se considera un crimen de guerra. “Partes de Gaza fueron devueltas a la edad de piedra (…) 6.231 objetivos destruidos (…) 1.364 terroristas muertos (…) 3,5 años de silencio (…) Sólo los fuertes ganan“ (...)
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