sábado, 17 de septiembre de 2022

Tesoros de pobres - Ctxt.es, de Gerardo Tecé

 17 ago 2022 

Tesoros de pobres     Por Gerardo Tecé


Coleccionar periódicos es ser rico de bajo coste. Es ser guardián de especies únicas que entran en grave peligro de extinción desde el mismo

momento en el que salen de la imprenta y llegan al quiosco

 

    

  Los pobres no amasamos fortunas, pero sí guardamos pequeños tesoros. Un billete antiguo de nuestro tatarabuelo que se fue a Cuba a hacer las Américas, la radio antigua con la que la abuela escuchaba los seriales, la matrícula de un coche de aquella época en la que no había letras al final de la chapa, sólo números. En el colegio, Migue se convirtió en Rockefeller aquel día en el que de un sobre de cromos le salió Oceano. Un futbolista negro y exótico que jugaba en la Real Sociedad de principios de los 90 y que protagonizó el cromo más difícil de conseguir en el mundo entero, que por aquel entonces era mi barrio. Si os ponéis todos a tocarlo se puede estropear, así que yo lo sujeto y os vais acercando uno a uno, nos explicó en plan director de la casa de subastas Christie’s y sin disimular cierto aire de nuevo rico que era de entender dadas las circunstancias. Llegó mi turno y ahí estaba, era verdad, el puto y deseado Oceano. Años después, boquiabierto frente al Guernica, lo recordé. Si un tal Pablo Picasso se hubiera pasado merodeando por el recreo ofreciendo su obra más universal a cambio del cromo, Migue lo hubiera mandado a la mierda y el resto lo hubiéramos entendido.

Hay dos cosas que me encantaría coleccionar a día de hoy. La primera, arte. Especialmente pintura. Si algo envidio de los ricos es su capacidad para llenar las paredes de sus casas con lo mejor del ser humano colocado en un marco. Pisotear a la humanidad, situarte fuera de ella de un modo cínico, obviar el sufrimiento y las necesidades que padecen tus compañeros de especie a cambio de unos cuantos Ferraris y mansiones de lujo debería ser un delito perseguido y castigado. Ser un miserable a cambio de un Rembrandt, un Velázquez o un Hopper me parece bastante entendible. La otra colección que me encantaría hacer, mejor aún que amasar arte, me la descubrió el otro día mi amigo Darío Adanti. ¿Has leído El Delator de Joseph Conrad? Va de un tipo que colecciona conocidos. Se pone como objetivo conocer a una persona a la que admira por algún motivo y no para hasta que lo consigue. Cuando ya lo ha conseguido, orienta su vida, dedica todo su tiempo a lograr conocer a otra nueva persona que merece la pena. Lo leeré, le prometí. Y lo haré. Pero no en estos días de vacaciones en los que el tiempo libre lo dedico a alimentar la cuarta mejor colección de tesoros que uno puede hacer cuando no es ni rico para pujar por un Goya, ni un niño para seguir ensimismándose frente a Oceano, ni un zumbado con todo el tiempo del mundo para dedicarse a coleccionar conocidos. Mi colección es de periódicos. La empecé aquel día que mi madre me avisó de que tiraría una pila de papeles que tenía cogiendo polvo en un cajón y yo me planté como aquel chino se plantó frente a un tanque en Tiananmén. Para qué los quieres, preguntó con el cañón apuntando al cajón. Mi respuesta, tan poco convincente como sincera, sorprendentemente hizo retroceder al tanque: para guardarlos. Cuando el tanque dio marcha atrás nació una afición vital, desordenada y con cierto tufo a síndrome de Diógenes que se mantiene a día de hoy. Cada periódico mínimamente interesante que cae en mis manos se queda a vivir en una reserva protegida de cajones, cajas y estanterías amenazadas siempre por nuevos tanques en manos de compañeros de piso y parejas. Con el tiempo la cosa ha ido a más y las tecnologías no han ayudado a mi Diógenes: ya no son solo los que caen en mis manos, sino los ejemplares que se pueden rastrear y comprar por Internet (...)

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