jueves, 17 de noviembre de 2022

Necesitamos otro paradigma evolutivo

 Hace unos veinte años, y con el fin de ampliar mi cultura científica, comencé a leer El origen de las especies (1859). Antes de hacerlo, por lo que recordaba de mi etapa como alumno de bachillerato, pensaba que Charles Darwin sostenía que la evolución ocurre por presión de los depredadores sobre las presas y la resistencia de estas a ser devoradas, según un modelo de coevolución; por ejemplo, los zorros se volverían más ágiles para cazar conejos y estos afinarían sus sentidos para detectar la presencia de carnívoros y huir antes de que se acercasen demasiado. Sin embargo, no es esa la posición que Darwin afirma en su apreciada obra. Por ello, a medida que la leía y comprobaba qué defiende Darwin, sentía un gran malestar, por lo que me esforcé por comprender la biología evolutiva, cuyo resultado se recoge en mi último libro Competencia o cooperación. Sobre la ideología que domina la biología. Quizás una mirada filosófica ayude a desentrañar concepciones que parecen científicas pero que constituyen convicciones ideológicas. Mi texto se incluye en una filosofía de la biología que se expande a medida que lo hace la propia ciencia de la vida. El libro también se relaciona con la biopolítica, en la medida en que se ocupa de los seres humanos como una especie animal, con sus tasas específicas de natalidad y mortalidad, lo que proporciona claves para su gobierno.

Lo que el darwinismo defiende

Comienzo con un distingo entre evolución de las especies y selección natural. La evolución es un hecho comprobado por innumerables vías: registro fósil; semejanzas entre embriones de diferentes especies; similitudes entre organismos extintos y vivos; homologías entre diferentes órganos como patas delanteras y alas en los vertebrados (entre otras). Por lo tanto, no cabe cuestionar tal realidad. Estudiosos anteriores a Charles Darwin, como Lamarck y Erasmus Darwin (abuelo de Charles), ya afirmaban la evolución de las especies, aunque desconocían su fuente o causa. Para explicarla, Charles Darwin postuló la selección natural, según la cual nacen más especímenes de los que pueden alimentarse, por lo que entre ellos se desata una lucha por la supervivencia en la que solo los más adaptados sobreviven y se reproducen. El hecho se debe a que los descendientes de una pareja muestran algunas diferencias entre sí, por lo que no todos están igualmente dotados. Cuando a la selección natural se sumó la concepción hereditaria de Gregor Mendel (genética) entonces se compuso el paradigma actual de la evolución, denominado “Teoría sintética”. La unión de ambas concepciones explicaría que las diferencias entre organismos conlleven la aparición gradual de nuevas especies. Pese a tal convicción, el gradualismo que defiende la Teoría sintética como fuente de especiación no ha sido comprobado.

Según Darwin, el mayor obstáculo para la supervivencia procede de los congéneres porque se alimentan de los mismos recursos y viven próximos; es decir, la mayor amenaza se encuentra en los hermanos de camada o pollada. Tal convicción parece expresar, en clave naturalista, el mítico fratricidio que funda varias civilizaciones: Caín mató a Abel; Seth a Osiris; Rómulo a Remo. En la concepción de Darwin, las dificultades del medio ambiente (abióticas) tienen escasa importancia porque el naturalista cree que el medio cambia de manera súbita y provisional, por lo que no impulsa de manera clara una dirección evolutiva. Tampoco la presión de los depredadores tiene la influencia que cabría esperar, aunque Alfred Wallace, coautor de la selección natural, le concede gran importancia. Ambos naturalistas tienen una visión sobre los vivientes que caracteriza a muchos zoólogos especializados en vertebrados; por ese motivo, gran parte de botánicos, micólogos y microbiólogos se distancian del paradigma evolutivo (...)


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