viernes, 14 de julio de 2023

CTXT. Meritocracia. Movilidad social, igualdad de oportunidades y cultura de élite. Por Hugo de Camps Mora

 7/06/2023




Una aspiración fundamental de los gobiernos de la gran mayoría de países occidentales desde el último tercio del siglo XX es promover la movilidad social. Los países que comparten esta visión presuponen que, de este modo, fomentarán el concepto de ‘meritocracia’, y que así promoverán el desarrollo de sociedades más ‘justas’. Esta tendencia se ejemplifica bien en las palabras que Pedro Sánchez pronunció en la Cumbre del Tercer Sector Contra la Pobreza Infantil del 2018“Vamos a promover la movilidad social y la igualdad de oportunidades para que la vida de los niños y niñas no se vea condicionada por su origen socioeconómico. Por justicia y por dignidad como país”. Según esta visión, la justicia social depende más de la “igualdad de oportunidades” que de la “igualdad de condiciones”. No se trata de redistribuir recursos para que todos los individuos tengan una condición socioeconómica parecida, sino de garantizar que estos, independientemente de dónde hayan nacido y crecido, tengan la misma capacidad de alcanzar la cima de la jerarquía social. Así pues, esta concepción de la sociedad considera que las condiciones socioeconómicas en las que nacen y crecen los individuos no deberían otorgarles ninguna ventaja sobre los demás. Este modelo, por tanto, no problematiza necesariamente las desigualdades; sólo lo hace cuando las cree injustas por haber sido heredadas. 

Desigualdad y acoso escolar

En los últimos años, diferentes estudios han problematizado la idea de que se pueda garantizar la igualdad de oportunidades sin abordar la cuestión de la desigualdad socioeconómica de los entornos en los que las personas nacen y crecen. El problema del planteamiento dominante, han demostrado, es que entiende los méritos de los individuos al margen de su contexto socioeconómico. El caso del acoso escolar es uno de los mejores ejemplos para demostrar los problemas que tienen las sociedades más desiguales para poder garantizar la igualdad de oportunidades. El acoso escolar puede definirse como la exposición intencionada, continua y prolongada a actos físicos o emocionales hirientes realizados por individuos de estatus social superior al de la víctima. Los niños que son víctimas de acoso escolar a los ocho años tienen más probabilidades de padecer trastornos de ansiedad y depresión en la edad adulta. Esto, a su vez, influye negativamente en su potencial académico. El hecho de que el acoso escolar varíe entre países y contextos sociales (afecta de un 5% a un 70% de la población) sugiere que se trata, en gran medida, de un fenómeno social y culturalmente variable. 

(...) En contextos socioeconómicos muy desiguales, por lo tanto, los adolescentes de entornos socioeconómicos más desfavorecidos tienen más probabilidades de sufrir acoso escolar. De este modo, también tienen una mayor probabilidad de sufrir las consecuencias personales, sociales y materiales asociadas a esta experiencia. El hecho de que estos adolescentes tengan más probabilidades de sufrir daños físicos y mentales que otros explica que existan más barreras que impiden a determinados estudiantes desarrollar su potencial académico. Así, las sociedades que aspiran a fomentar la igualdad de oportunidades no pueden simplemente obviar la cuestión de la desigualdad socioeconómica. El modelo hegemónico de movilidad social está diseñado para premiar a las personas en base a sus acciones individuales; sin embargo, al no considerar que estas están condicionadas por el grado de desigualdad socioeconómico en el que tienen lugar, es incapaz de cumplir sus objetivos. 

El amargo sabor del ‘éxito’

A pesar de que existan grandes barreras que limitan la movilidad social, es indudable que ciertos individuos consiguen mejorar su situación socioeconómica con respecto a la de sus progenitores. Estos casos dan pie a que las críticas a la meritocracia suelan encontrarse con respuestas del tipo: “¿Y qué hay de Amancio Ortega? No tenía nada y ahora mira dónde está”. Frases como esta presuponen que, a pesar de la dificultad que conlleva, cualquier persona que realmente se esfuerce puede acceder a las recompensas de ser socialmente móvil. La concepción hegemónica de la movilidad social supone que es así, ya que la medida de las recompensas sociales se mide en términos de mayores ingresos o de un mayor estatus. Sin embargo, el uso de los ingresos o del estatus como los únicos indicadores de la movilidad social oculta las formas más complejas en que los individuos experimentan estos procesos. Los estudios arriba mencionados demuestran que los procesos de movilidad social también tienen un componente sociocultural, y que este debe tenerse en cuenta a la hora de evaluar si la movilidad social garantiza la ‘igualdad de oportunidades’. Quizás para la sorpresa de algunos, algunos estudios recientes demuestran que no todos los individuos que ascienden socialmente experimentan su cambio de condición como algo totalmente gratificante. Sobre todo en sociedades más desiguales, explican, los procesos de movilidad social tienden a generar ansiedad, frustración y una sensación de desarraigo en las personas que los viven (...)

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