lunes, 10 de julio de 2023

El Salto. Lo que pasó, pasó, de Pablo Elorduy

 Pablo Elorduy     3 JUN 2023

Hora de algunas despedidas. Ada Colau tiene difícil volver a ser alcaldesa de Barcelona y la izquierda tiene difícil volver a convocar el espíritu de una época en la que pudieron cambiar muchas cosas.

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Ningún resultado electoral del pasado domingo ha dicho más de la época que el de la ciudad de Barcelona. Después de un recuento agónico, en el que el PSC mantuvo la segunda posición por poco más de 300 votos, la victoria de Junts y su candidato Xavier Trias es la noticia, y el anunciado apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya, el broche a lo que ha pasado esta semana. Trias, representante de la burguesía catalana, regresa al lugar de los hechos nueve años después. Fue derrotado en 2015 por Colau, tercera tras las elecciones del domingo, y con ella llegaron ocho años de políticas innovadoras a Barcelona. 

Vuelve el orden –entendido como la victoria inevitable de los patricios sobre la plebe– y se agarra al último recuento el cambio, más ecléctico y difícil de definir puesto que, pese a los avances, no se trató de la victoria de la plebe sobre el patriciado, sino de una más modesta utopía de coexistencia pacífica adaptada a los nuevos tiempos. No hay, del otro lado, intención de coexistir. El objetivo de echar a Colau, como ha descrito Steven Forti, era una consigna de clase, un consenso en la zona alta de Barcelona, el “Upper Diagonal”.

No ha resuelto el problema de la vivienda y la ciudad siguió viviendo la problemática contradicción del turismo de masas, pero el equipo de Barcelona en Comú puso varias piedras en la consideración de la economía social como un elemento clave para la construcción de las ciudades post-cambio climático. Lo fundamental, no obstante, no fue solo lo que llevó a cabo la todavía alcaldesa de Barcelona sino las resistencias que ha encontrado. 

El llamado “lawfare”, cuya virulencia contra Podemos sí ha sido suficientemente documentado, se cebó con Colau y su equipo. Las querellas y denuncias de los fondos de inversión han torpedeado la actividad ordinaria, y decisiones como las del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya de anular un servicio pionero como el de salud dental para familias vulnerables, han mostrado los límites que impone la razón de Estado convertida en una razón del beneficio privado –lex mercatoria– que está por encima del bien común. Y, cuando no llegaban las brigadas de abogados corporativos, llamaron a los desokupas.

La “política del cambio” entendida desde su inicio como una apuesta por ensanchar los límites de lo posible y estrechar al mismo tiempo las desigualdades urbanas tuvo en Barcelona su campo de pruebas más acabado. Así lo han vivido los votantes de las zonas más ricas de la ciudad, que el domingo votaron masivamente por Trias y contra Colau. Así se lo ha tragado ERC, atorado por la dificultad para dar por cerrado el capítulo del procesismo, que ha optado, en clave nacional, por apoyar a Trias –y al “upper” Diagonal– para borrar a Colau (y a la utopía de una coexistencia en clave nacional) de los cuadros de mando de la novena ciudad europea por PIB.

El domingo venció la restauración, en el sentido clásico del término y en casi todo el territorio. Las excepciones las pusieron EH Bildu y el Bloque Nacionalista Galego y Más Madrid. Ninguno de los tres partidos son estrictamente partidos del cambio, los dos primeros –junto a Compromís o ERC, que el domingo tuvieron malos resultados– son clásicos a su manera y tienen largo recorrido en la disputa contra el orden tradicional en sus territorios. En el caso de Más Madrid, el partido es consecuencia del “cambio del cambio”, de una inteligente adaptación al medio tras constatar los límites encontrados en el primer periodo de llegada a los Ayuntamientos. Su referente ético, Manuela Carmena, tomó las decisiones oportunas en 2015 y 2019 para vencer, a su manera, la contradicción entre patricios y plebeyos en una ciudad y una comunidad dominada por los primeros. En ese trance, el proyecto perdió –o renunció– a algo que Colau sí ha sabido mantener: la cohesión del grupo inicial.

Camino a la derecha

(...) Si este es el final de una etapa no es por la posibilidad de que no haya “unidad” de cara a las elecciones de julio sino porque se ha terminado la inercia en la llegada de nuevos votantes a los espacios del cambio. Ilusionados o quemados, son los mismos. No hay desborde ni brecha sino un juego, en el mejor de los casos, de suma cero, en el que los rendimientos electorales del “espacio” de izquierdas a la izquierda del PSOE –y esa nomenclatura vaga es un síntoma del problema– van decreciendo. 

La nota optimista que ejemplifica el “caso Barcelona” es que, aunque no se haya percibido completamente en este tiempo, la victoria de 2015, y el momento que se abrió en esa fase de esplendor, fue objeto de una reacción violenta por parte de los poderes salvajes y patricios, del Estado y de las ciudades, lo que da muestra de que se estuvo a punto de subvertir las normas de la “única política posible”. Y si pasó puede volver a pasar.

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