Todas las historias de guerra están marcadas por la crueldad y el sufrimiento. Algunas, sin embargo, escapan de los renglones y avanzan en dirección contraria, como si alguien las hubiera escrito al revés. Esta es una de ellas.

Lola Patau tenía cinco años cuando se subió con su madre y su padre al barco que le cambió la vida. Hoy, a los 88, cuando descuelga la llamada de Público y le preguntan por ese viaje colmado de incertidumbres, responde con un entusiasmo implacable: "Fue una gran aventura".

Lola fue una de las más de 2.000 personas con nacionalidad española que el 4 de agosto de 1939 zarparon a bordo del Winnipeg desde el puerto de Pauillac, cerca de Burdeos, para dirigirse a Chile. Cientos de familias que, después de perder la guerra civil, habían cruzado la frontera junto a muchas otras para acabar hacinadas, la mayoría, en campos de concentración franceses, donde las condiciones de vida eran miserables. Y que no dudaron en postularse cuando supieron que Pablo Neruda y Abraham Ortega Aguayo, ministro de Relaciones Exteriores y Comercio del Gobierno chileno de Pedro Aguirre Cerda, se habían embarcado en la organización de una travesía con un antiguo carguero para llevarse a represaliados del franquismo al otro lado del Atlántico. Aquel viaje, a la postre, se convertiría en el de mayor contingente de pasajeros de toda la historia del exilio republicano español. Aunque entonces nadie sabía cómo iban a ser recibidos cuando llegaran a su destino.

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OTRA COSA:   𝐅𝐢𝐥𝐨́𝐬𝐨𝐟𝐨𝐬 𝐲 𝐅𝐢𝐥𝐨𝐬𝐨𝐟𝐢́𝐚: 𝐇𝐞𝐫𝐚́𝐜𝐥𝐢𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐄́𝐟𝐞𝐬𝐨 (540 a.C. - 480 a.C.)