sábado, 4 de marzo de 2023

CTXT. Me duele Italia, de Alba Sidera

 4/2/23

https://agora.ctxt.es/wp-content/uploads/2023/02/CARTA-A-LA-COMUNIDAD-295-ALBA-SIDERA-1.pdf

 Querido lector/a: Te escribo desde Italia, donde llegué a mediados de los 2000. Era la época dorada de Silvio Berlusconi: su segundo mandato de gobierno (2001-2005), que tiene el récord de ser el más longevo de la historia de la República. Al Gobierno Berlusconi II lo siguió el Berlusconi III (2005-2006). Tras una pausa prodiana llegó el Berlusconi IV (2008-2011), el segundo Ejecutivo de la historia en duración, que cayó por la intervención de Bruselas. Esta costumbre italiana de mentar a los gobernantes como si fueran emperadores le va como anillo al dedo al magnate. El hombre más rico del país lo gobernaba y lo controlaba en todos los sentidos. Poseía prácticamente todos los medios de comunicación privados y mandaba en los públicos. La influencia de Berlusconi en la Italia contemporánea es inconmensurable. Hasta el punto de que sólo ha habido dos tipos de líderes políticos desde que Il Caimano entró en política, en 1994: los que lo han imitado (de los suyos a Matteo Renzi) y los que se han definido a partir del antiberlusconismo, que no deja de ser la otra cara del berlusconismo. Desde hace poco hemos entrado en una etapa nueva, y tampoco puede entenderse sin Berlusconi: han triunfado sus ahijados, Giorgia Meloni y Matteo Salvini. Berlusconi ha sido condición de necesidad para la victoria de la extrema derecha en Italia. Las décadas de Berlusconi en el poder y su monopolio mediático han moldeado la sociedad italiana a muchos niveles. Pero uno de los logros más destacados del padre de todos los populismos de derechas actuales es el blanqueo del fascismo. Fue lo primero que me chocó cuando llegué a Italia: la facilidad con la que la gente común se definía como fascista. Al contrario de España, donde se utilizaba como insulto, en Italia se consideraba una opción política más. En las tertulias televisivas había fascistas declarados alabando sin reparo a Mussolini, del que Berlusconi y los suyos defienden que «hizo muchas cosas buenas». El magnate rompió el acuerdo, que hasta entonces habían respetado todas las fuerzas desde la derrota de los fascistas, de no pactar nunca con ellos. Llegó al poder en 1994 de la mano de la Liga Norte y de Alleanza Nazionale, los que luego fueron Fratelli d’Italia. Alimentó durante muchos años al monstruo hasta que este lo devoró. Cuando se dio cuenta, fue demasiado tarde. En 2019, cuando la extrema derecha italiana estaba empezando a alzar el vuelo y a superarlo de lejos, Berlusconi se desahogó en un mitin de Forza Italia: «¡Pero si fuimos nosotros los que metimos en el gobierno a la Lega y a los fascistas! !Fuimos nosotros quienes los legitimamos!», gritó, superado. En Italia vamos unos cuantos años adelantados con el tema de la normalización del fascismo respecto a España –lo que no quiere decir que haya más fascistas, sino que socialmente dejó de ser un tabú reconocerse como tal. En Italia la extrema derecha forma parte de los gobiernos regionales desde hace décadas. Las batallas que ahora empieza a enarbolar la extrema derecha española, como la cruzada contra el derecho al aborto, son viejas conocidas en Italia. Un 70% de los ginecólogos italianos son objetores de conciencia, hay 31 estructuras sanitarias donde el 100% del personal médico es objetor, y en 80 superan el 80%. En regiones como Molise es directamente imposible abortar. Según las asociaciones de ginecólogas progresistas no es inusual que a las mujeres que abortan se les haga pasar por situaciones de crueldad psicológica como obligarlas a escuchar el latido del feto, igual que ha propuesto recientemente Vox en Castilla-León. Y ahora ha llegado al poder Meloni quien, junto a Salvini, dice que quiere aplicar en Italia las políticas de familia de Viktor Orbán y que, en la cuestión del aborto, su modelo es Polonia. Las organizaciones provida fueron el mayor apoyo de Meloni durante la campaña, y ella se lo ha agradecido colocándolos en puestos de poder. Eugenia Roccella, la líder del movimiento provida de Italia, es la ministra de Familia, Natalidad e Igualdad. Hace pocos días le preguntaron en la televisión pública: «¿El aborto forma parte de las libertades de las mujeres?» Y respondió: «Desafortunadamente, sí». Roccella es también contraria a la ley de mínimos que hay en Italia sobre las uniones de hecho entre personas del mismo sexo, a las que no se les permite ni siquiera adoptar. Roccella querría que las parejas homosexuales no tuvieran ningún reconocimiento legal. Como si no existieran. Porque «la familia la forman un hombre y una mujer», como repiten Meloni y Salvini. Hace muchos años que estos discursos se airean sin pudor alguno en los medios italianos. La obsesión de la nueva extrema derecha con los derechos civiles es tan grotesca que Fratelli d’Italia ha llegado a pedir que se censuren los dibujos animados Peppa Pig porque hay un personaje con dos madres. Estos días se centran en atacar el Festival de San Remo, que comenzará el 7 de febrero. Según el partido que gobierna el país, «hay que acabar con esta propaganda a favor del gender y la sexualidad fluida» que, según ellos, se hace desde el icónico festival. Han pedido incluso que se prohíba la participación de Rosa Chemical, una cantante que está a favor de los derechos LGTBI. Y mientras los medios debaten si ver en un festival a un cantante con las uñas pintadas puede convertir a los espectadores en gays, en una cárcel italiana un militante anarquista agoniza haciendo una huelga de hambre que le puede costar la vida. La empezó el 19 de octubre y hasta ahora los medios la habían ignorado. El viernes lo visitó Ilaria Cucchi, hermana de Stefano Cucchi, el joven romano muerto en la cárcel en 2009 a consecuencia de la brutal paliza de los policías que lo custodiaban. Cucchi, que desde esta legislatura es senadora de Sinistra Italiana, salió conmocionada de la visita a Alfredo Cospito. «Sus condiciones son alarmantes, mi hermano murió víctima de la prisión, nadie más debería morir víctima de la prisión», dijo. Militante de la Federación Anarquista Informal, en 2013 Cospito fue condenado a 10 años y ocho meses de cárcel por haber disparado a las piernas del consejero delegado de Ansaldo Nucleare, una gran empresa italiana que construye centrales nucleares. Una vez en prisión, fue condenado por ser considerado responsable de la colocación, en 2006, de dos artefactos explosivos caseros delante de una academia de policía, que no causaron ningún herido. Por estos hechos se le aplicó el agravante de terrorismo político y fue condenado a cadena perpetua, una pena que las asociaciones de derechos humanos, como Antígone, consideran del todo desproporcionada. Además, Cospito está sometido al severo régimen de prisión llamado 41-bis, concebido, en teoría, para aislar a los capos mafiosos. Se trata del régimen carcelario más estricto de Europa occidental, y el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha pedido sin éxito en repetidas ocasiones a Italia que lo elimine. Los presos en 41-bis pasan toda su vida completamente aislados. Están confinados de forma permanente en minúsculas celdas individuales, de donde solo salen a respirar una hora al día, sin ver a nadie. No pueden tener ningún contacto con los otros detenidos ni con el exterior, no se les permite ni siquiera tener libros ni periódicos. Hay 750 personas en régimen de 41-bis en Italia. Cospito está en huelga de hambre desde hace tres meses y medio. Ha perdido más de cuarenta kilos, sobrevive tomando agua, azúcar y sales minerales, y los médicos que lo siguen hace semanas avisan de que está «al borde del precipicio». Desde 2009 han muerto en las prisiones italianas al menos cuatro personas a causa de huelgas de hambre. El gobierno Meloni, que afronta la cuestión como una vendetta política, se mantiene impasible. «El Estado no negocia con terroristas», ha dicho con cinismo la premier posfascista. No sólo el Estado italiano ha negociado con la mafia y con los terroristas fascistas, sino que el partido de Meloni tiene a alguno de ellos en sus filas. Para la filósofa romana Donatella di Cesare, lo que están haciendo a Cospito es «enterrar en vida una person«, y define el 41-bis como «una forma de tortura blanca, tan violenta como ignominiosa, una norma de estado de excepción que defienden casi todos los partidos». La solidaridad con Cospito no le ha llegado de la clase política sino de los movimientos sociales. En algunas universidades, como La Sapienza de Roma, los estudiantes están llevando a cabo ocupaciones para protestar por sus condiciones. Di Cesare, que junto al escritor Erri de Luca es una de las pocas personalidades que ha alzado la voz desde el minuto uno contra el trato a Cospito, resume así la situación en la que nos encontramos: «Los fascistas en el poder, los anarquistas en la cárcel y enterrados en vida. Esta es la Italia de 2023, una película de terror». Un diagnóstico muy diferente del que ofrecen los grandes medios italianos, que parecen haber aceptado con normalidad que la extrema derecha de raíz fascista gobierne el país. O que se cuestione el derecho al aborto, o a ser una pareja LGTBI, o que se muera en prisión por protestar contra regímenes penitenciarios inhumanos. Por eso, medios como CTXT son ahora más necesarios que nunca. Qué lujo poder formar parte de este espacio de libertad e información sin prisas. Agradezco poder estar aquí, y tan bien acompañada. Un saludo desde Roma Al

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