martes, 10 de septiembre de 2024

CTXT. Antonio Maíllo / coordinador general de Izquierda Unida “Hay que establecer alianzas reales en cada territorio y no crear estructuras ficticias”. Por Gorka Castillo

 Gorka Castillo Madrid , 15/08/2024

El coordinador general de Izquierda Unida, Antonio Maíllo, en una imagen reciente. / Néstor Prieto

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Nombrado en mayo coordinador general de Izquierda Unida, Antonio Maíllo (Lucena, 1966) celebra la investidura de Salvador Illa como president de Catalunya “aunque lamentamos la ausencia de perfiles afines al espacio común de la izquierda en su Govern”. Y censura abiertamente “la actitud sediciosa” de algunos jueces respecto a la aplicación de la Ley de Amnistía, lo que en su opinión no justifica el comportamiento que está teniendo Carles Puigdemont, un hombre “cada vez más alejado de la realidad política catalana”. Maíllo no oculta su preocupación por el retroceso que viene sufriendo el experimento político que alumbró la vicepresidenta Yolanda Díaz para enterrar definitivamente a Podemos. De hecho, el objetivo que declaró el mismo día que asumió el cargo fue el de intentar recomponer un espacio que sobrevive a duras penas a la izquierda del PSOE. Hombre templado, profesor de griego y latín, y amante declarado de Portugal donde reside varios meses al año, Maíllo aboga por la reagrupación de todas las fuerzas de izquierda sin excepción. “Primero necesitamos apaciguar el lenguaje inflamado que algunos han utilizado para recomponernos y garantizar el mantenimiento del gobierno de coalición”, asegura. Y defiende el papel vertebrador de su formación para conformar una marca transversal que reflote una opción de izquierda confederal herida de centralismo: “Hay que establecer una alianza en función de la representación que cada uno tenga en los territorios y no crear estructuras ficticias diseñadas desde arriba sin ninguna solidez. Debemos aprender de organizaciones como EH Bildu que han hecho del municipalismo la base para convertirse en una alternativa real”.

Por comenzar con la actualidad, ¿esperaba el fugaz retorno de Carles Puigdemont a Catalunya en plena sesión de investidura de Salvador Illa?

Creo que es justo celebrar, en primer lugar, la investidura de Illa aunque lamentamos la ausencia de perfiles afines al espacio común de la izquierda en su Govern. Con respecto a todo lo ocurrido con Puigdemont, me gustaría comenzar reprobando la actitud sediciosa que mantienen algunos jueces que no cumplen con la Ley de Amnistía y a los que habría que pedir responsabilidades. Por desgracia, su conducta viene motivada por la eliminación que el Gobierno de Mariano Rajoy realizó de un artículo relativo a la responsabilidad civil de los magistrados y que deberíamos revertir cuanto antes. Que los jueces antepongan sus propios principios ideológicos al ejercicio de sus obligaciones es una anomalía funcional muy peligrosa en democracia. Por otro lado, nada de esto justifica el espectáculo que montó Puigdemont, muy típico de estas derechas de hoy en día, para intentar reventar la investidura. Creo que este tipo de actos disruptivos sitúan al expresident cada vez más lejos de la realidad política catalana. Le diré que cuando vi lo que estaba sucediendo pensé que si hoy viviera Benito Pérez Galdós ahí encontraría material precioso para escribir un nuevo capítulo de sus Episodios nacionales.

Citaba la ausencia del espacio común de la izquierda en el Govern pero si hoy se celebraran elecciones, la aritmética no daría para repetir la mayoría progresista que gobierna en España. La popularidad de la vicepresidenta Yolanda Díaz ha caído más de 30 puntos en un año. ¿Qué ha provocado este descalabro de Sumar?

Afortunadamente no hay elecciones a la vista, lo que nos va a ayudar a conformar una propuesta política con cierto sosiego dentro del contexto de tensión constante que hay en la política española. Es tiempo de analizar qué ha llevado a la coalición de izquierda de la que formamos parte a esta situación preocupante. De todas formas, no se puede dar como definitivo el resultado de las elecciones europeas porque el cuerpo electoral oscila mucho en función del carácter de la convocatoria. Lo hemos visto también en Francia con el triunfo de Rassemblement Populaire cuando todo el mundo apostaba por una victoria inapelable del bloque ultraderechista de Marine Le Pen. En el caso concreto de Sumar, no sería de justicia establecer supuestos sobre el resultado que obtendría si hoy hubiera elecciones, porque nadie prevé convocarlas en el corto o medio plazo. Lo que sí ha quedado en evidencia es que nos encontramos ante una disputa casi civilizatoria entre izquierda y derecha en torno al modelo de sociedad a la que aspiramos. En Izquierda Unida tenemos el reto de contribuir durante los próximos meses a articular un espacio político que garantice el mantenimiento del gobierno progresista en España.

Usted aboga por la reagrupación entre Sumar y Podemos, dos fuerzas hoy irreconciliables. ¿Es posible cerrar las heridas abiertas entre ambas formaciones y, sobre todo, puede Izquierda Unida liderar ese intento de reunificación?

Como organización con mayor arraigo en las diferentes regiones de España, la receta que planteamos es muy básica pero no sencilla. Necesitamos tiempo, pedagogía política y apaciguar el lenguaje inflamado que se ha estado utilizando en los últimos años. No pretendemos liderar nada sino ser un actor que contribuya a la reconciliación de todo el espacio por interés general y del pueblo trabajador. Pero para lograrlo es imprescindible que los diferentes protagonistas tengan altura de miras. El sistema electoral español castiga duramente la fragmentación en un mismo espacio político. Esa es la premisa objetiva que cualquier indicio de reflexión idealista negativa debería tener en cuenta. La política gestiona realidades y la nuestra es que necesitamos que aquellos que un día rompieron se reencuentren y se reconcilien.

Pero pensar que a estas alturas Sumar y Podemos, que la vicepresidenta Yolanda Díaz y Ione Belarra, puedan reconstruir un espacio común parece imposible. 

La política vive en una vorágine de tal dimensión que lo que ahora es imposible, dentro de cinco o seis meses ya no lo es tanto. En ese sentido, puede servir el ejemplo francés, donde lograron aliarse fuerzas de izquierda muy diversa en apenas un mes, incluido el Partido Socialista. ¿Cómo fue posible? Porque vieron el peligro de un triunfo de la ultraderecha. Nosotros no queremos llegar a esa situación de emergencia nacional para plantear un proyecto de país desde la ilusión y la construcción. Y le pongo el ejemplo de mi propia organización. En abril había cuatro candidaturas para competir por el liderazgo de Izquierda Unida. Al final, salió elegida la mía con mayoría absoluta pero con una dirección en la que están integradas las otras tres opciones. Hay miles de ciudadanos que nos están exigiendo esa reconstrucción en la izquierda y los políticos, no lo olvidemos, estamos aquí para servir a la gente. Insisto, hace falta tiempo, un poco de calma y mucha pedagogía. Y generosidad por parte de todos los dirigentes de la izquierda española.

Los resultados de Sumar en Catalunya, Galicia y Euskadi han sido pésimos. En el País Vasco, por ejemplo, se ha dado la paradoja de que el único parlamentario que lograron en las elecciones de abril no era la candidata oficial sino el representante que asignaron en Álava a Izquierda Unida. ¿Cree que se ha impuesto una visión demasiado centralista en Sumar y eso ha penalizado a una propuesta que se define como confederal y transformadora?

Nuestro espacio político sólo tendrá éxito si se establecen alianzas de representación reales en cada territorio y no se crean estructuras ficticias. Por tanto, organizaciones como Izquierda Unida va a tener un papel básico en la construcción de ese nuevo espacio porque somos una organización arraigada y extendida por toda la geografía española. Ostentamos mil alcaldías en un mapa municipal que, para nosotras y nosotros, va a ser clave en la elaboración de proyectos de país. Ahí podemos aprender mucho de organizaciones soberanistas como EH Bildu, que han hecho de su política local, del municipalismo, la base para convertirse en una alternativa en Euskadi, algo impensable hace poco tiempo. Por lo tanto, estamos hablando de que la construcción de un espacio como el nuestro no puede realizarse desde ficciones diseñadas desde arriba, sin ninguna solidez ni en organización ni en articulación territorial. Y ahí es donde nosotros nos sentimos muy útiles porque llegamos a donde otras organizaciones no llegan y, por tanto, queremos poner ese patrimonio al servicio de la izquierda y de los trabajadores y trabajadoras de este país. Reivindicamos un protagonismo para establecer las máximas alianzas de transversalidad con las que aspirar a recuperar ese 18% que llegamos a alcanzar en 2014.

Últimamente han surgido fricciones entre los dos socios del gobierno en materias como la reducción de la jornada laboral, la vivienda o la ley mordaza por la inclinación del PSOE a imponer su mayoría. ¿Qué capacidad de influencia tiene Sumar en el Ejecutivo?

En un gobierno de coalición siempre hay una situación de tensión dialéctica que hay que normalizar. Y en ese juego, la parte minoritaria tiene una doble debilidad. Por un lado, aspiramos a aplicar los máximos de nuestro programa político, los proyectos que tenemos, mientras que, por el otro, chocamos con la cruda realidad de que la sociedad no nos ha dado los instrumentos para hacerlo porque no somos mayoría. Sin embargo, contamos con los sectores sociales, con sindicatos y movimientos organizados, para impulsar reformas que de otra forma nuestro socio mayoritario, el PSOE, no lo haría. El ejemplo lo tenemos en el reconocimiento del Estado palestino. España lo ha hecho porque ha habido una movilización popular formidable que ha doblegado la voluntad de esa otra parte del Gobierno que preside Pedro Sánchez. Y vamos a seguir interpelando a la movilización, como han hecho ahora los sindicatos para reducir la jornada laboral en España sin bajar los salarios. Creo que hay decisiones que se pueden forzar y empujar a un acuerdo con o sin la aprobación de los empresarios.

¿Y para solucionar el gravísimo problema de la vivienda en España?

El tema de la vivienda en España es algo dramático, clave del desarrollo legislativo que tenemos pendiente, y la razón por la que este gobierno tiene que durar los cuatro años previstos, porque hay un desequilibrio entre los avances cosechados en las rentas del trabajo y de alquiler o hipotecarias que engullen buena parte de esas ganancias conquistadas. Por tanto, hay que romper ese desequilibrio con una política de vivienda que se torna compleja porque está siendo boicoteada por los gobiernos autonómicos del PP. Pero también es cierto que necesitamos una mayor audacia en la construcción de vivienda pública. Hay una desproporción sideral entre las viviendas públicas –unas 80.000– y las que hacen falta –unas 260.000–. Por lo tanto, estamos obligados a desarrollar políticas proporcionales al signo de los tiempos. Y hay ejemplos muy valiosos que llevan casi un siglo aplicándose con éxito en ciudades como Viena o Berlín, donde los alquileres son muy asequibles y la vivienda no presenta ningún problema a la ciudadanía. ¿Son otros modelos? Sí, pero para nosotros son espejos en el que mirarnos para poner coto a un gravísimo problema como es la vivienda, convertida en un objeto especulativo en España y que, además, se está radicalizando por el fenómeno de los pisos turísticos sin límite y la bajada de la oferta en las zonas con mayor tensión. Por eso digo que la movilización social puede impulsar a un gobierno amigo a promulgar leyes favorables cuando hay resistencias. Esa es nuestra tesis y la vamos a seguir defendiendo.

Con un PSOE que sabe cómo fagocitar el perfil progresista del Ejecutivo, ¿ha llegado el momento para que su socio a la izquierda, además de gobernar, se movilice en las calles?

Movilizarse es la mejor forma de hacer que el gobierno desarrolle políticas y leyes que de otra forma no haría por presión de los poderes fácticos. Esa es nuestra tesis y la vamos a defender. Mire, las movilizaciones no siempre se organizan contra el Gobierno. Hay muchas que se organizan a favor de algo. Le puedo poner el ejemplo de las concentraciones que se han producido últimamente en Barcelona, Málaga, Palma de Mallorca o en las Islas Canarias contra la masificación estival. No van contra el turismo, no hay ‘turismofobia’ en sus demandas, sino una reivindicación de su derecho a tener una vida equilibrada y a disfrutar del espacio sostenible en su propia comunidad. Lo que hoy ponen en disputa es el modelo civilizatorio frente a esa ola reaccionaria y depredadora de recursos como la vivienda, el agua, el suelo. Tenemos que reivindicar el espacio de lo común y el cuidado de lo común.

España parece vivir en una crisis política permanente, con un presidente sitiado por jueces conservadores; Catalunya, grietas en el bloque de la investidura y el acoso implacable de la derecha. ¿Cómo describiría esta situación? 

Mis amigos portugueses me dicen que en España la política roza permanentemente la tragedia, pero nunca llega a ella. Y tienen razón. Si nos comparamos, Portugal parece una balsa de aceite aunque sea cierto que también se impregna de algunos elementos preocupantes que en España tenemos desde hace demasiado tiempo. Yo diría que desde que se instauró la democracia. No es que vivamos una polarización entre dos sectores equidistantes con el mismo nivel de violencia verbal. En absoluto. Aquí hay una tensión máxima provocada por la derecha política y económica cada vez que no está en el gobierno del país. Ellos ocupan la judicatura, los consejos de administración de las grandes empresas, el alto funcionariado del Estado y la gran mayoría de los puestos del cuerpo diplomático, los altos cargos del ejército y de las fuerzas de seguridad. Y cuando no colman el poder de aquellas instancias que consideran suyas, como el gobierno, actúan de una manera asfixiante. Lo hicieron con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y ahora con el ejecutivo de Sánchez. Por lo tanto, niego con rotundidad que en España haya una polarización política. Lo que vivimos es una hiperventilación política, una agresividad y una toxicidad que, frente a lo que pueda parecer, forma parte de una máquina engrasada de manera racional por la derecha y la extrema derecha para que la desafección política se generalice. Por lo tanto, el primer signo de derrota para nosotros sería renunciar a esa lucha y dejar despejado el espacio que desean ocupar.

El Poder Judicial lleva tiempo en el ojo de la polémica por algunas decisiones controvertidas. ¿Considera que en España hay jueces que anteponen sus valores ideológicos al derecho, como algunos dicen?

El núcleo principal de los jueces y juezas en España es claramente conservador y derechista. Pero el conflicto no surge por su ideología sino porque anteponen sus valores políticos a su obligación, que es hacer cumplir la ley. Ese es el gran problema que tenemos en España. Y puede constatar que los jueces más reaccionarios son quienes mejor se han situado en el escalafón judicial. Y, en ocasiones, alguno traspasa las líneas rojas, como le ha ocurrido al magistrado Juan Carlos Peinado en el marco de la investigación abierta contra Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, tratando de implicar al presidente en un asunto sin base alguna, como ya han dicho la fiscalía y la Guardia Civil. Es evidente que está haciendo un uso espurio de un procedimiento judicial con fines políticos. Desde Izquierda Unida y Sumar nos preguntamos cuántas señales más hacen falta para convencer al PSOE de la necesidad de una reforma profunda de la justicia en España. Creo que está cometiendo un grave error. Tenemos un sistema judicial sesgado, que antepone sus lentes ideológicas al cumplimiento de la ley y goza de la impunidad que le concedió el Partido Popular con una reforma normativa que eliminó su responsabilidad civil en caso de malas actuaciones.

En este clima de tensión, ¿descarta que Pedro Sánchez arroje la toalla y convoque elecciones el próximo año?

Lo descarto. La exacerbación del mensaje político refuerza aún más el papel del gobierno y el apoyo que recibe de los grupos parlamentarios en clave progresista. Por tanto, auguro una larga trayectoria a este ejecutivo de coalición que solamente podría venirse abajo, no por los ataques de la derecha y la extrema derecha, sino porque se produzca una disensión irreversible con algunos de los partidos que apoyan el pacto de investidura, como es el caso de Junts.

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