Por Nieves Concostrina Periodista y escritora 11/10/2025
Cuando Elena de Borbón, la mayor del trío, cumplió 50 años y concedió una de esas entrevistas artificiales donde las preguntas están pactadas y las respuestas repletas de obviedades o frases estudiadas, dijo que agradecía mucho que su padre el rey Juan Carlos les transmitiera a ella y a sus hermanos “la cultura del esfuerzo”. Esta frase, saliendo de la boca de un borbón, es un completo despropósito, y conociendo como ya conocemos los numerosos delitos probados del “pater familias” y cometidos al amparo de inmunidad entra en la categoría de chiste malo.
Elena era una estudiante mediocre, sin necesidad de esforzarse mucho porque hiciera lo que hiciera iba a aprobar. Quiso estudiar Magisterio y, para asegurarle el éxito, la matricularon en un centro privado, una escuela universitaria montada por una cuchipandi integrada por el Arzobispado de Madrid, teresianos, escolapios, dominicas, franciscanas, esclavas de un tal divino corazón, carmelitas y marianistas. Pese a tanta asistencia divina, Elena tuvo que recibir clases particulares de refuerzo porque no sacaba sus estudios. Pero los acabó sacando, y trabajó luego, un ratito, dando clases de infantil a criaturitas a las que imagino aún hoy intentado recuperarse del trauma. Quizás Elena revisó luego su verdadera vocación y comprobó que la enseñanza no era lo suyo, por eso acabó colocada como directora de proyectos sociales y culturales de la Fundación Mapfre, una de esas grandes corporaciones siempre dispuestas a atender las solicitudes de empleo de la Zarzuela.
En todo lo anterior se resume lo que Elena entiende por cultura del esfuerzo.
Cristina parecía un poco más espabilada, aunque, a decir de los expertos en estos chismes reales, su expediente fue también bastante discreto. Sacó la carrera de Ciencias Políticas en la Complutense; a saltos, pero la sacó, y Fundación La Caixa también estuvo dispuesta a emplearla sin la más mínima objeción.
Respecto a Felipe, no es que supere a sus hermanas en capacidades intelectuales, pero lo tenía muy fácil porque hiciera lo que hiciera iba a superarlo. Como los españoles tienen amplias tragaderas, se nos vendió que además de ser piloto de helicópteros (no se suban con él) y de aviones de combate (en estos tampoco), era igualmente un hacha en navegación trasatlántica, un prodigio en el manejo de los carros de combate, licenciado en Derecho y con amplios conocimientos en Ciencias Económica y Políticas. Felipe El Rayo deberían apodarle, en vez de El Preparao. Dicen por ello los cortesanos que es el primer rey con estudios universitarios, y todo gracias a la cultura del esfuerzo.
Juan Carlos no solo ha traicionado al país haciendo fortuna a costa de nuestra ingenuidad y de su inmoralidad, es que ahora, con el dinero amasado, mantiene en Abu Dabi al excelentísimo nieto.
De los estudios de Juan Carlos, el padre de las anteriores lumbreras, hay poco que decir, porque lo educó un dictador, y de ahí surgió un pupilo adoctrinado en el fascismo y de moral desordenada. Además, aprovechó malamente la formación militar porque, con 18 años, se cargó a su hermano pequeño de un disparo por andar haciendo el gilipollas con su arma. Pero ahí lo hemos tenido, rey de España gracias a la cultura del esfuerzo que supuestamente guio su vida y que inculcó a sus tres hijos… y a su nieto favorito, a Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, cuarto en la línea de sucesión y, ojalá, que definitivo candidato al trono para tener la seguridad de que la Tercera República llegaría tras el primer botellón en la Zarzuela. El amigo Héctor de Miguel siempre me recrimina que no sea “froilanista”, y tiene razón. Todo republicano debemos ser “froilanistas”, porque este Grande de España con tratamiento de excelentísimo señor es nuestra mejor baza para acabar con la monarquía de forma definitiva.
No ayudó la genética a los dos hijos de Elena. Federica tiene como oficio posar en los photocall y Froilán disfruta de capacidades tan deficientes que hubo que sacarlo del país.
Juan Carlos no solo se ha aprovechado de España y los españoles y ha traicionado al país haciendo fortuna a costa de nuestra ingenuidad y de su inmoralidad, es que ahora, con el dinero amasado, mantiene en Abu Dabi al excelentísimo nieto.
¿Cómo no va a ser el gamberro Froilán el nieto favorito de su abuelo gamberro? Son almas gemelas hasta en el manejo de las armas, solo que Froilán, en vez de matar a su hermana, se pegó un tiro en el pie, que aquello fue de agradecer.
Froilán fue pasando de curas en curas, lo sacaron del país, lo volvieron a traer… más curas en Madrid, luego más curas en Sigüenza para ver si hacían carrera de él. Allí dicen que mejoró su actitud, aunque bastaba echar un vistazo para comprobar que salió peor que entró y sin aprobar. Lo enviaron luego lejos, a Virginia, al Blue Ridge School, donde pudieron comprarle en dos años y a cambio de 86.000 euros todos los aprobados necesarios para que regresara a España, por arte de birlibirloque, con los cinco cursos pendientes ya completados. Gracias a eso lo pudieron encajar en el CIS College for International Studies de Madrid, donde, al parecer, por mucho que pagáramos, no consiguió los aprobados necesarios. Y ahí lo tienen, a tres años de cumplir los treinta, vagueando al paraguas del abuelo y con grandes beneficios, pero sin oficio.
RELACIONADO CON ESTE TEMA
Alguna verdad dicen de Felipe los fabricantes de biografías oficiales: que, aunque sea picoteando al tuntún en distintas disciplinas, tiene estudios universitarios. Todos sus antecesores fueron unos zotes, bien es cierto que porque no era costumbre que los reyes estudiaran ni había necesidad de que lo hicieran. Con Alfonso XII y Alfonso XIII se emplearon… un poquito, lo justo, y con los anteriores las noticias no son mejores.
Isabel II estudió entre los siete y los trece años… también un poquito. Si nos remitimos a los datos que facilita su biógrafa, Isabel Burdiel, la formación de la reina de España se concretó en las primeras letras y en conocimientos elementales de aritmética y geografía, más clases de danza, piano, canto, equitación, costura, dibujo, historia sagrada, religión y se acabó. Este fue el plan trazado para la educación de Isabel y su hermana Luisa Fernanda. No se cumplió, por supuesto, y ambas crecieron siendo unas zoquetes caprichosas, indisciplinadas, moralmente dispersas y bastante catetas. “El oficio de rey –y cito a Burdiel– no se contemplaba como un aprendizaje, ni siquiera en realidad como un oficio, sino como una situación que procedía de la cuna, del nacimiento. Se nacía reina y eso era suficiente”. Esa es la cultura del esfuerzo que, por mucho que pretendan adornarlo, sigue imperando en la casa de su majestad Felipe: aprendices de todo y maestros en nada.
La transmisión genética importa, claro que importa, y no solo hay que remitirse a que el padre de las nenas Isabel y Luisa Fernanda era el mastuerzo Fernando VII, un tarugo de libro; es que el abuelo era el indolente Carlos IV, y el tatarabuelo el perturbado Felipe V. Así hemos llegado hasta hoy.
El sacerdote liberal Antonio María García Blanco definió a Fernando VII como “bípedo de gran potencia, atronado y atrevido, grande solo de cuerpo y de facultades corporales, escaso en pensamientos y muy vulgar”. Lo clavó.
La verdad es que recibió muy buena instrucción, pero no es costumbre borbona sacar partido a los estudios. Cierto que le encantaban los libros, compraba muchos, pero lo que le interesaba no era tanto el contenido como la encuadernación. Disfrutaba cortando los pliegos. Y me explico: antiguamente, muchos libros venían con las hojas pegadas. Se llaman libros intonsos; es decir, que se encuadernaban sin cortar los pliegos, y el príncipe mastuerzo se pirraba por cortarlos y separar las hojas. Ahí terminaba su interés por los libros.
La educación de Fernando VII estuvo desde el principio en manos de un cura jefe, encargado de organizar el cuadro de profesores según las materias que se eligieron para formar al niño. Todos sacerdotes, por supuesto, y así el adoctrinamiento estaba asegurado hasta con las matemáticas. Los dos únicos profesores que no eran curas fueron el de instrucción militar y el de baile.
Empezaron por enseñarle las primeras letras para que lo primero que leyera fueran las sagradas escrituras; continuaron con la gramática latina para que supiera leer la Biblia también en latín. Tuvo la suerte (aunque él no lo considerara una ventaja) de que uno de sus preceptores decidiera insistir con la gramática latina, un par de lenguas modernas, Historia, Geografía, Cronología, su poquito de Filosofía… y religión, claro, mucha religión. Bien, pues pese a tanto eclesiástico empeñado en su educación, Fernandito salió malvado, putero, jugador, maltratador, traidor, soberbio… En su cuerpo serrano entraron los siete pecados capitales.
Antes de que Fernandito cumpliera los doce años entró a formar parte del cuadro de profesores un cura muy conservador llamado Juan Escoiquiz. Muy culto, cultísimo… tan culto como intrigante y conspirador. Su principal empeño fue que el príncipe de Asturias creciera odiando al ministro Godoy, a su madre por estar liada con él y a su padre por consentidor y manejable. El profe Escoiquiz fue, sobre todo, un gran maestro fomentando el odio. Empezó envenenando al niño, luego siguió con el cretino adolescente y después con el joven canalla. Esa fue la formación de Fernando, que poquito a poco acabó convencido de que iba a tener muy difícil heredar la corona de España porque en los planes de Manuel Godoy estaba coronarse él. Por supuesto, el ministro contaría con la ayuda de la reina, su amante y mala pécora María Luisa de Parma.
Y ahora díganme quién puede extrañarse de todo lo que nos pasa con los borbones desde hace dos siglos conociéndose tan nefastos currículos e instrucciones tan lamentables. Han manifestado siempre tal desprecio por la cultura y la educación que han ido dejando pruebas de ello sin ningún pudor y sin vergüenza por el rastro atroz de sus decisiones en materia de enseñanza. Son, sin riesgo a equivocarme y sin que ellos mismos puedan aportar un solo atenuante, los directos responsables del retroceso educativo en este país.
Con Isabel II se produjeron dos gravísimos episodios, con diez años de diferencia y conocidos como Cuestiones universitarias –ya caerán por este foro–, Alfonso XII prohibió el acceso de las mujeres a la enseñanza superior –caerá también– y Alfonso XIII pretendió hacerse el guay autorizando el regreso de las mujeres a la Universidad en ¡1910! sin trabas y en iguales condiciones que los hombres. Estábamos en pleno siglo XX y cuando las universidades europeas llevaban décadas licenciando a médicas, abogadas, arquitectas…
Entre tanto borbón gobernante de infaustos recuerdos educativos surge la figura del hombre que pudo cambiar los destinos de este país en materia de enseñanza, pero a quien los borbófilos desprecian dedicándole el calificativo de “rey intruso”. José I de España, de la efímera dinastía de los Bonaparte, creó un Ministerio del Interior que se empleó especialmente en el fomento de la instrucción pública dado el estado crítico en el que se encontraba. Alentaba en una circular el ministro del Interior nombrado por el rey José I a que los intendentes de las distintas provincias hicieran todo lo posible por mejorar la enseñanza, tal y como nos cuenta el profesor de la Universitat de València José Ramón Bertomeu, “hasta que el gobierno desarrollara un plan general que incluyera desde las primeras letras hasta las altas ciencias, enlazando todas las partes de la enseñanza pública”.
Porque aquel rey “intruso”, aunque mucho menos advenedizo que cualquiera de los borbones, fue el primero en llevar a cabo una crucial reforma educativa, introduciendo liceos y regulando por primera vez, el muy loco, la educación femenina en España.
Estaba claro que a ese tío había que echarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario