jueves, 16 de septiembre de 2021

Luis García Montero: ​​"Hoy te pueden llamar comunista radical por defender la sanidad y la educación públicas"

 PUBLICO.ES    15/07/2021


Luis García Montero (Granada, 1958) es el director del Instituto Cervantes, que abrirá una sede en Los Ángeles, adonde viajará la próxima semana para entregarle el primer Premio Ñ a la profesora Barbara Fuchs. Desde mucho antes de asumir el cargo en 2016, no para. Su maleta es como un acordeón que se cierra y se abre para amenizar sus conferencias, presentaciones y clases, aunque hace tiempo que aparcó su puesto de catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada.


Luis García Montero: ​​"Hoy te pueden llamar comunista radical por defender la sanidad y la educación públicas"


Junto a Javier Egea y Álvaro Salvador sentó las bases de La otra sentimentalidad, zaguán de la poesía de la experiencia. Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas, acumula ensayos y poemarios, en los que elevó la cotidianeidad a la categoría lírica, pese a que en su día los críticos le echaron en cara que a aquellos versos les faltaba vuelo poético. La desnudez del asfalto llegaba al corazón de la gente, que lo leía como si le hablara, pero el reconocimiento cosechado escoció a algunos.


La escritora Almudena Grandes fue certera en la descripción de sus versos: "Su poesía es fácil de leer y difícil de entender". O sea, "una trampa", porque es "muy fácil entrar y muy difícil salir". Luis García Montero no quería escarbar en un alma ininteligible ni asaltar el castillo del amor, sino profesar ese sentimiento valiéndose de escenas y objetos de andar por casa: embutidos, detergentes, botellas de ginebra y neveras que sugieren títulos de poemas. La sencillez compleja del rumor de la calle, que (se) hace eco en sus páginas.

Esta mañana he escuchado desde la ducha a un afilador. ¿Qué le sugiere el sonido del chiflo en este Madrid?

Desde la distancia de la ciudad, me recuerda un mundo callejero por el que, de repente, pasaba el repartidor de leche y cantaban el pan. Hoy, desde un punto de vista simbólico —o sea, como metáfora conceptual—, el afilador ha cambiado los cuchillos por una realidad muy agresiva e insultante, que tiene poco que ver con la vida de la calle y mucho con un circo de agresiones donde se van imponiendo la mentira, la manipulación y las noticias falsas. Más que explicar una visión del mundo, parece que se trata de desacreditar, de despreciar y de humillar al contrario.

Los partidarios de lo público somos conscientes de que esa dinámica favorece el descrédito general de la política y de las instituciones, lo que termina quitando legitimación al Estado. Más que una libertad real, se impone una ley del más fuerte, una ley de los cuchillos y un vacío donde los más fuertes tienen las manos libres para determinar la convivencia en su propio interés (...)

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OTRA COSA:    La estupidez se expande mediante consignas engreídas y sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo esperpéntico, de Robert Musil     

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