miércoles, 29 de septiembre de 2021

Queipo de Llano y los talibanes, de Ian Gibson

 INFOLIBRE.ES      29/08/2021

El general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra que, para baldón de Sevilla, Andalucía y la España democrática sigue yaciendo con todos los honores en la Capilla de la Hermandad de la basílica de La Macarena –de la cual ostentaba el título de hermano mayor honorario– fue, de los militares traidores a la República (que además le había mimado), quizás el más despiadado, el más implacable con sus enemigos y ex compañeros. Y, eso seguro, el que, recurriendo a los micrófonos de la potente emisora Unión Radio Sevilla, más odio genocida azuzó contra los “rojos” y más mentiras y fake news diseminó sobre las alegadas atrocidades de los mismos. Por algo se le ha atribuido ser inspirador de la propaganda radiofónica de Goebbels. Por algo, en un interesante artículo en CTXT (2017), que acabo de repescar en Internet, Miguel de Lucas lo califica, en el título del mismo, como “El emperador de todos los canallas”.  

Bien es verdad que le precedió, como diseñador y preconizador implacable del Terror, el igualmente nefasto Emilio Mola.

Entre los muchos testimonios sobre la vesania de Queipo de Llano, el de Gerald Brenan, viniendo de quien viene, tiene un peso específico. El gran hispanista inglés, que en Málaga escuchaba con escalofrío aquellas charlas, es tajante: se trataba de “un sádico nato”.

En 1985, sorprendido al descubrir que no existía una transcripción de dichas arengas, y deseoso de leerlas con mis propios ojos, decidí preparar para Grijalbo una edición de las correspondientes a los dos primeros meses de la guerra. Se publicó al año siguiente.


Todavía se desconoce la verdadera dimensión de la represión impuesta por Queipo de Llano y descrita por primera vez, pormenorizadamente, por quien la vivió de cerca y desde dentro, Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, en su libro 1 año con Queipo. Memorias de un nacionalista (publicado en 1938 en Barcelona). Mucho más recientemente, las laboriosas investigaciones de Francisco Espinosa han arrojado una intensa luz sobre el genocidio. Para nada les ha ayudado a los historiadores, explica él mismo, la destrucción de documentación del Movimiento ordenada en 1977 por el entonces ministro de la Gobernación, Rodolfo Martín Villa.

Poco a poco avanzan las exhumaciones en el osario de Pico Reja, en el cementero sevillano de San Fernando, donde los sublevados mataron a la mayoría de sus víctimas en la capital, quizás unas 4.000. Allí, por lo menos, vamos a saber la realidad de lo ocurrido. Entretanto, el talibán Queipo de Llano, el que exhortaba alegremente a sus tropas a violar y asesinar, sigue en La Macarena, rodeado de símbolos cristianos, donde la inscripción de su tumba (a no ser que la hayan cambiado recientemente) nos asegura que reposa en la paz del Señor.

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