Marga Ferré 29/04/2024
La extrema derecha es una respuesta al empuje con el que las y los subalternos estamos empezando a cambiar el mundo, un reflejo no solo del cambio que se ha producido sino del que podría producirse
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Invasión. / La Boca del Logo
Llevo años leyendo análisis sobre la extrema derecha sin encontrar una respuesta que dé con la tecla de fondo de por qué tienen tanto apoyo. Hasta que en los últimos meses un estudio en el Financial Times, un viejo libro feminista y un artículo de historia me han detonado una respuesta que, decantada, les pretendo argumentar:
El ascenso de la extrema derecha no es una expresión del descontento político, ni una patología social, ni mucho menos, una expresión antisistema. El crecimiento de la extrema derecha en la última década es una reacción y, además, una reacción global. Pero ¿una reacción a qué?
A un desplazamiento.
Ha cambiado la Historia
Un sector de la academia historiográfica, que me tiene deslumbrada, plantea que el cambio más profundo que está surgiendo como consecuencia de la aceleración de la globalización es la transformación del propio concepto de Historia y esto tiene mucho que ver con el ascenso de la extrema derecha.
Lo que argumentan es que, comúnmente, la historia universal se ha estudiado y aprendido como una historia lineal, una serie de etapas (que incluso tienen nombre y fecha de inicio y fin) por las que la humanidad camina hacia adelante, hacia el “progreso”. Por mor de los imperios europeos se ha concebido la Historia como la historia occidental, un árbol ascendente en cuya copa están las naciones desarrolladas (las potencias, los imperios) lideradas por hombres blancos de la élite dueños de la tecnología y de la visión de progreso (civilización, se decía antes) y, más abajo, las naciones en vías de ese modelo de desarrollo y todos los demás grupos subalternos.
Lo que plantean estos nuevos historiadores, cuyo pensamiento describe el artículo que les propongo de Hugo y Daniela Fazio, es que este concepto de Historia es hoy insostenible. No es solo el ascenso de Asia, especialmente China, como deconstructor de esta idea de historia occidental, sino la emergencia del feminismo y el antirracismo, con su propuesta decolonial, los que han cambiado esta visión de la Historia hacia una mucho más global y diversa. Lo han bautizado como historia global, desde el prisma de la siguiente y preciosa verdad, que, sin ceguera de género o clase, resulta evidente: hoy, grupos subalternos infrarrepresentados o invisibilizados en la historia contemporánea irrumpen en la escena planteando nuevas reivindicaciones con nuevos liderazgos y epistemologías, al producirse una dislocación del mito de Occidente hacia un mundo mucho más diverso.
Este desplazamiento genera un resentimiento en aquellos que ven perder su posición de privilegio en un mundo que ya no los ve como autoridad y que, por tanto, les disputa su posición de poder. La extrema derecha es eso, una reacción de los que están perdiendo privilegios o temen perderlos y, por ello, el sentimiento a manipular es el resentimiento. No es el enfado, ni la ira, ni el desencanto político, sino la victimización resentida, la apelación al narcisismo herido de quien siente que ha perdido su papel protagónico en la historia, en su casa o en su trabajo. El aumento del militarismo y la guerra forman parte de esta reacción violenta a un mundo que les desplaza y, también, una reacción a la ola que los está descabalgando.
La Cuarta Ola
Reacción, la guerra no declarada contra la mujer moderna fue un libro feminista de enorme impacto en los años noventa. En él, Susan Faludi denunciaba la reacción conservadora contra el avance de las mujeres en aquellos años y señalaba, lúcidamente, que esa reacción no se produjo porque las mujeres hubiesen conseguido la plena igualdad, sino porque “era posible que la consiguieran”. El libro de Faludi me ilumina para entender que el ascenso de la extrema derecha es una reacción, en primer lugar (aunque no solo), a la cuarta ola del feminismo y les aseguro que los datos son irrefutables.
El 25 de enero de este año el Financial Times publicó un estudio que ha hecho estallar la cabeza a buena parte de los analistas de la extrema derecha. Muestra el voto de mujeres y hombres jóvenes en Corea del Sur, EE. UU., Alemania y el Reino Unido concluyendo que existe una brecha abismal en su actitud política: las mujeres jóvenes son mucho más progresistas y los hombres jóvenes más conservadores y más proclives a apoyar a la extrema derecha. Lo que choca a más de uno es que es un fenómeno global que ocurre en todo el planeta, también en España:
(...) Observo que muchos análisis reducen el machismo y el racismo a actitudes morales, culturales, negándose a asumir que ambos constructos son usados en el capitalismo para explotarnos más. La obviedad de que las mujeres y los migrantes somos más baratos en todo el planeta parece no hacer mella en sus análisis. Hay que echarle empeño en negar los datos y seguir insistiendo en que mujeres y migrantes somos minorías y tratarnos como tales cuando la realidad es exactamente la contraria. Casi les admiro la obcecación.
Puede que me equivoque, pero percibo, además, que la ceguera analítica no es solo de género. Detecto una resistencia pertinaz a aceptar que no hay una relación directa entre desigualdad económica y crecimiento de la extrema derecha; es decir, la ortodoxia económica no sirve para analizar el fenómeno. Si así fuera no habría forma de explicar su éxito en los países escandinavos (los menos desiguales del mundo) ni que en el país donde la desigualdad es más sangrante, Sudáfrica, la extrema derecha ni siquiera exista. Claro que la situación económica puede ser un detonante para el crecimiento de la extrema derecha, pero no es su causa.
Supongo que la fría métrica economicista no entiende el resentimiento y es el sentimiento que mueve la reacción. Para comprenderlo mejor, les sugiero el magnífico estudio de Tereza Capela et al. sobre jóvenes coreanos de extrema derecha que concluye, de manera determinante, que sus actitudes se construyen, exclusivamente, sobre el resentimiento y la victimización.
Susurros reaccionarios
Huelo, con los sentidos entrenados, cierta tendencia política (de la que no se libra ni la izquierda europea) a contemporizar con algunos postulados de la extrema derecha al sentirse amenazados por su ascenso; y esto también es un fenómeno global. Empiezo a oír, sutil como un susurro, que quizá las feministas hemos ido demasiado lejos, que hay que atender las demandas de esos varones jóvenes que se están derechizando, que la inmigración es un problema, que lo de Palestina no es un genocidio, que tenemos que comprar más armas, que la ecología no es una contradicción fundamental…
Defiendo la tesis contraria: la antítesis a la extrema derecha y su némesis es defender el feminismo, especialmente a las mujeres jóvenes y sus demandas, el concepto de clase frente al de nación, la paz, la diversidad, la igualdad, la justicia social, la solidaridad, la ecología y un mundo en común y hacerlo, además, con una mirada que sobrevuele la estrecha y jerárquica visión del mundo desde Occidente.
Sostengo que la extrema derecha es una reacción al empuje con el que las y los subalternos estamos empezando a cambiar el mundo. Pero alerto, retomando la advertencia de Suzan Faludi, de que la reacción no es solo a un cambio producido, sino a la posibilidad de que exista; de hecho, reaccionan violentamente a los cambios para evitar que se produzcan. Eso es la extrema derecha: pura reacción.
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Marga Ferré es copresidenta de Transform Europe.
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