MARÍA MARTÍNEZ COLLADO 23/4/24
El último estudio de la Fundación Alternativas pone de relieve que la desinformación es ejercida por una amplia variedad de actores. Este interés por influir en la opinión pública es una faceta crucial y a menudo subestimada de los conflictos contemporáneos.
El último análisis empírico desarrollado por la Fundación Alternativas pone de relieve que, lejos de responder a un grupo reducido, la desinformación es ejercida por una amplia variedad de actores. Gobiernos o centros de poder, pero también individuos particulares compiten por dominar el espacio cognitivo en los conflictos, mediante el uso de herramientas tanto tradicionales como innovadoras proporcionadas por las nuevas tecnologías. La inteligencia artificial, por ejemplo, ha supuesto un antes y un después a este respecto.
Este interés por influir en la percepción pública es una faceta crucial y a menudo subestimada de los conflictos contemporáneos, donde la verdad se convierte en una víctima más de las luchas de poder. El informe Desinformación y censura en conflictos internacionales. Los casos de Ucrania y Gaza destaca la importancia de este fenómeno y confirma, además, que va mucho más allá de las redes sociales o de las manipulaciones impulsadas exclusivamente por regímenes autoritarios y populistas.
No solo mienten las dictaduras
La manipulación informativa es una herramienta utilizada tanto por democracias como por autocracias. Aunque está asociada al interés de interferir en los procesos electorales, su alcance se extiende a la censura, autocensura, propaganda de guerra, ciberguerra y la manipulación digital, y tiene graves repercusiones en la política internacional.
El catedrático Jorge Tuñon, autor del primer capítulo del estudio, pone como ejemplo el caso del brexit. "Entonces, los populistas eurófobos seguidores de la salida del Reino Unido de la UE orquestaron una campaña basada en la exaltación de los sentimientos de orgullo nacional mediante la difusión de narrativas históricas distorsionadas", escribe.
Junto a las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, el brexit es uno de los principales eventos que marcaron el inicio de la denominada
"era de la posverdad". Ambos acontecimientos hicieron saltar las alarmas en las instituciones europeas, que desde entonces identificaron la desinformación como una evidente amenaza contra los procesos democráticos.
La UE intenta atajar el problema
Es por ello que, desde 2018, la Comisión Europea ha emprendido una serie de iniciativas y ha elaborado varios documentos específicos para abordar el problema. Con este objetivo, precisamente, publicó el primer Informe del grupo independiente de alto nivel sobre fake news y desinformación en línea en el que se intentaron definir y cuantificar las desinformaciones desde un prisma internacional, además de estudiar las posibles estrategias legales y contramedidas para combatirlas.
Tras este documento llegaron el resto de medidas. Así, en abril 2018, la Comisión hizo un comunicado sobre La Lucha contra la desinformación en línea, en octubre de ese mismo año elaboró el código europeo de prácticas en desinformación y, en diciembre de 2020, aprobó un plan de acción contra la desinformación y otro como garante de la democracia. En 2022, estas declaraciones se aterrizarían a nivel normativo con la Ley de Servicios Digitales (DSA), la Ley de Mercados Digitales (DMA) y la Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación.
Entre otras cosas, se logró que plataformas digitales como Facebook, Google, Mozilla o Twitter se comprometieran a fomentar la transparencia en la propaganda política y cerrar cuentas falsas. Además, estos reglamentos aspiran a salvaguardar las decisiones editoriales de las injerencias políticas y a poner fin a las presiones a los propios periodistas. En este contexto, la independencia y la financiación estable pasan a constituir dos factores clave en la edificación de esa especie de muro de contención contra la manipulación de la opinión pública.
Engañar para justificar matanzas
En su análisis sobre la influencia de la desinformación en los conflictos, el estudio de la Fundación Alternativas habla del concepto guerras híbridas. Se trata de una nueva modalidad que supone una evolución en el panorama de los conflictos actuales, "posicionándose en el cruce entre la guerra especial y la guerra convencional".
Este tipo de enfrentamientos, señala la periodista e investigadora Rocío Sánchez del Vas, combina la letalidad de las guerras estatales con el fervor y la extensión de la guerra irregular, fusionando elementos militares con tácticas como la propaganda y los ataques maliciosos contra los sistemas de información y comunicación. Lo verdaderamente dañino de este nuevo escenario es que estas acciones son, muchas veces, más difíciles de detectar y contrarrestar que los sistemas de armas tradicionales.
Aunque las guerras híbridas no son un fenómeno nuevo, su actualidad radica en el desarrollo tecnológico que permite influir no solo a través de los medios de comunicación tradicionales, sino también mediante Internet y las redes sociales. Hoy en día, podría decirse que la propaganda tradicional, definida como el arte de manipular opiniones y comportamientos, ha sido casi eclipsada por la mera desinformación, que directamente se centra en la creación y difusión deliberada de contenido falso.
Este fenómeno ha quedado retratado con crudeza en la invasión rusa de Ucrania y el genocidio en Gaza. La experta Milosevich-Juaristi, citada en el estudio, ha apuntado varias vías utilizadas por Rusia para justificar su declaración de guerra. En primer lugar, se encuentra la "desinformación doméstica", dirigida a los ciudadanos rusos, destacando mensajes que sugieren una amenaza occidental, especialmente desde la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN, así como la caracterización de Ucrania como un estado "fascista", justificando la invasión y el apoyo a los rebeldes en Donbás.
El segundo tipo de desinformación se dirigiría a toda la comunidad de ciudadanos que residen en el espacio postsoviético, justificando la anexión de Crimea y la guerra en Donbás como una protección a los rusos amenazados por el "gobierno fascista de Kiev", mientras se culpa a Occidente de provocar una "guerra civil" en Ucrania.
El tercer tipo, la "desinformación alternativa", se enfoca en las sociedades occidentales, transmitiendo mensajes sobre la disfuncionalidad de sus sistemas políticos, económicos y sociales, con el objetivo de suavizar o cancelar las sanciones impuestas a Rusia (...)
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