Maialen Ferreira Tinduf (Argelia) —
Entre casas de adobe y jaimas, casas tradicionales saharauis, se levantan algunas construcciones de cemento, como en la que los actores y actrices que visitan Festival Internacional de Cine de Sahara (FiSahara) se están hospedando durante el festival. Su anfitriona es una de las profesoras de la escuela del campo de refugiados de Ausserd, en Tinduf, Argelia. En el salón, sobre la alfombra, un pequeño colchón y entre maletas el actor Willy Toledo consigue, después de tres días, darse una pequeña ducha, o más concretamente echarse agua con el cubo que le ha facilitado la familia.
Fuera, el calor del desierto supera los 35 grados, pero la sensación térmica es de los 38. Dentro, algunas familias consiguen enfriar alguna estancia de la casa con aire acondicionado. La que hospeda a Toledo es una de esas familias y es donde se realiza esta entrevista en la que se abordan cuestiones como la situación del pueblo saharaui, su veto en el cine español durante más de diez años y el panorama político en España, entre otras, sin olvidar a Palestina. “Igual que no podemos olvidar a Palestina no podemos olvidar al pueblo saharaui, porque además la situación con sus diferencias es muy parecida, es un pueblo milenario que lleva siglos viviendo en un territorio hasta que aparece una potencia colonial y criminal que los somete, ocupa sus territorios, les roba sus tierras y los asesina. No podemos olvidar a ninguno de los dos”, reconoce el actor.
Lleva años participando en el FiSahara y en multitud de ocasiones ha confesado que es una causa que le afecta mucho. No es común ver a actores que se impliquen tanto en una realidad como esta. ¿A qué se debe?
La causa saharaui me toca desde niño porque mi padre era canario y el pueblo canario y el saharaui desde que eran una colonia han tenido una relación muy intensa personal, económica y empresarial. Entonces, yo llevo escuchando sobre la causa saharaui desde que era un canijo. Siempre ha sido algo muy cercano. Hace unos 15 años me invitaron a venir y, a partir de ahí, vine otras tres veces más, pasé a la dirección junto a Javier Corcuera durante cinco años y ahora estoy en el equipo del festival, pero me encargo de los invitados del mundo del cine.
¿Qué es lo que más le trastoca del festival?
Fundamentalmente la postura del Estado español desde 1975 hasta hoy, que, aunque de palabra y de boquilla asumía la tesis de Naciones Unidas de la celebración de un referéndum de autodeterminación, hace un par de años Pedro Sánchez decidió dar un viraje radical y asumir las tesis marroquíes de una autonomía del Sahara Occidental dentro del reino de Marruecos. Eso es lo que más me llena de rabia y de ira porque España sigue siendo el administrador único del territorio de Sahara Occidental. Es el único territorio africano pendiente de descolonización, aunque sea formal. Y corresponde al Estado español llevar a cabo ese proceso de descolonización y la convocatoria del referéndum con el censo del año 91, aunque los saharauis están dispuestos a aumentar ese censo y saben que va a haber muchos colonos marroquíes que votarían a favor de la autodeterminación. Porque es la diferencia entre vivir bajo un estado democrático o en una tiranía monárquica como la de Hassan II primero y Mohamed VI ahora. Lo que más me trastoca es pertenecer a un país que no solo no acepta su responsabilidad, sino que colabora activamente con el opresor y el ocupante. Mucha gente dice ¿qué hay en el Sahara Occidental? Pues además de un pueblo con una cultura milenaria, hay muchos recursos naturales y esa es la condena de los pueblos con recursos naturales.
¿Se esperaba algo más del Gobierno de Pedro Sánchez en este sentido?
Yo no he esperado nunca nada del PSOE ni lo esperaré jamás, más allá de las traiciones a las causas más justas. Lo que no esperaba es ese cambio de postura, que en el fondo es más formal que otra cosa, porque siguen vendiéndole armas a Marruecos, formando a la Policía marroquí y enviando material antidisturbios para que repriman a los saharauis y a los marroquíes.
¿Se paga caro en España ser un activista y querer hacer cultura?
Se paga caro en cualquier lugar del mundo. Si fuera colombiano, estaría en una fosa común y tengo la suerte de vivir en un país en el que, de momento, no nos asesinan. Sí que nos meten en la cárcel, nos abren procesos judiciales interminables, nos fríen a multas cuando salimos a protestar y a otros, con mucha menos suerte que yo, aunque he sido detenido tres veces y he pasado 24 horas en el calabozo, los han torturado, los han violado, los han quemado y los han enterrado en cal viva en el caso de los GAL con la militancia vasca.
Mucha gente cree que el ‘lawfare’ es algo actual y se sorprenden cuando se dice que lleva pasando décadas.
Claro, el ‘lafware’ ni empezó con Sánchez, ni con Podemos. ¿Cuántos procesos judiciales ha habido a militantes de movimientos sociales vascos, ecologistas, periodistas? Se han cerrado medios de comunicación, se ha torturado a personas como el periodista Martxelo Otamendi para que luego venga el Tribunal Supremo y diga que ahí no había ningún solo artículo en diez años en los que se llamara a la lucha armada, pero da igual. Entonces, el 'lawfare' español es como el régimen marroquí, corrupto hasta la médula y, sobre todo la Judicatura y la Policía. No hay instituciones más corruptas que estas.
En su caso fue juzgado por unos mensajes de Facebook en los que insultaba a Dios y a la Virgen y por los que la Asociación de Abogados Cristianos pedía una multa de 22 meses. ¿Cómo fue aquello?
Ha habido de todo. Una fue por esos mensajes de Facebook, otra por cagarme el 12 de octubre en la colonización, en los conquistadores, en la Virgen María y en la Guardia Civil y todavía tengo un caso pendiente porque lo han recurrido y otro fue por participar en la huelga general cuando era delegado de Acción Sindical del Sindicato de Actores y Actrices. Me detuvieron a las dos de la mañana porque presuntamente 24 horas antes había asaltado un bar y lo había destrozado. Me detuvieron, me llevaron a juicio, el fiscal me pidió prisión provisional y tres años y medio de cárcel, aunque afortunadamente di con un juez cuyo nombre nunca olvidaré, Marcelino Sexmedo, que escribió una sentencia absolutamente devastadora contra el fiscal que había pedido tres años y medio contra nada porque el dueño del bar ni siquiera presentó denuncia, no había nada. La Policía quiso detenerme y meterme preso, porque fue una detención ilegal.
Al final es estar a merced del juez que toque, a pesar de estar en un Estado de Derecho.
Absolutamente. Me llamó José Antonio Martín Pallín [jurista y magistrado emérito del Tribunal Supremo] y me dijo que eso era una detención ilegal y que si quería íbamos a por ellos. Pero no quise, porque si vas contra ellos te puede pasar como a los chavales de Altsasu sin haber hecho absolutamente nada. Si voy a por ellos tan directamente tengo la vida arruinada.
Durante una de las conferencias del FiSahara, la activista saharaui Mina Baali contó que su propio hijo le había pedido que dejara de manifestarse porque podría perjudicarle en su carrera como ingeniero. ¿A qué se renuncia por ser activista?
A un montón de cosas, aunque en realidad yo afortunadamente no he tenido que renunciar a tanto. Me dejaron diez años sin currar en España, pero me fui a Latinoamérica y viví cosas que no habría vivido si me hubiera quedado. He trabajado mucho en Argentina, Colombia y México, me fue increíble, conocí a miembros de movimientos sociales de allí y fue una experiencia alucinante que en España no hubiera tenido. Además, les he ganado, porque 14 años después trabajo con bastante regularidad sin haber dado un solo paso atrás y a pesar de que haya televisiones como Telecinco, TVE o Antena3 que no me contratan, sigo trabajando, así que se jodan(...)
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