Enric Bonet París , 28/05/2024
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Bertrand Badie (París, 1950) es un reputado especialista en relaciones internacionales y trabaja como profesor en Sciences Po París, la universidad que más se ha movilizado en Francia contra las atrocidades de Israel. Objeto de duras críticas por parte de las autoridades galas, esta prestigiosa facultad del Barrio Latino se ha convertido en una especie de Columbia francesa. Badie tiene una mirada benevolente –y también lúcida– respecto a estas movilizaciones, a diferencia de otros veteranos y mediáticos profesores, como Gilles Kepel o Pascal Perrineau, muy críticos con ellas. En esta entrevista, este politólogo, con raíces iraníes, analiza las protestas propalestinas, así como la actual situación de la guerra de Gaza y la amenaza de que degenere en un conflicto regional.
¿Cómo interpreta las movilizaciones estudiantiles por la guerra de Gaza?
La guerra de Gaza es un acontecimiento mayor y ha supuesto un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Ante un hecho de tal relevancia, hay que evitar las relaciones epidérmicas y afectivas que hemos visto las últimas semanas en Francia, sobre todo por parte de la clase política. Creo que tanto en Estados Unidos como en Europa estas movilizaciones representan un movimiento que funciona más a través de la identificación personal con el sufrimiento del pueblo palestino que por motivos políticos o ideológicos. Eso refleja un fenómeno nuevo: la aparición de una juventud globalizada, mucho más informada que en el pasado sobre los conflictos internacionales.
A esta identificación con las víctimas se le suma la posición proisraelí de los gobiernos de Estados Unidos y de la gran mayoría de los países europeos…
Hay una fuerte reacción de sorpresa e irritación ante la diplomacia de la indiferencia que practican Estados Unidos y casi todos los países en Europa, quizás con la excepción de España. Y no lo digo porque usted escriba para un medio español. Aparte de España, el resto de los grandes países europeos están completamente paralizados respecto a la guerra de Gaza. He visto cómo a mis estudiantes en Sciences Po les cabrea esta diplomacia de la indiferencia, que ha favorecido una nueva forma de compromiso propalestino.
Suele compararse las actuales movilizaciones con las que hubo durante la guerra de Vietnam. ¿Le parece un símil pertinente?
Las protestas estudiantiles por temas internacionales no son un fenómeno nuevo, como lo demuestran las que hubo en los años sesenta en reacción a la guerra de Vietnam. Entonces, los estudiantes se movilizaron por motivos más ideológicos y prácticos. Por un lado, era la época de la contracultura y la irrupción de la oposición norte-sur. Por el otro, los jóvenes estadounidenses temían que les obligaran a ir a Vietnam a combatir. Ahora no existe ese temor y las protestas se deben mucho más a una identificación con el sufrimiento de los gazatíes. En mis clases en Sciences Po he podido observarlo. Los estudiantes son mucho más sensibles que otras categorías de la población ante la injusticia, el trato desigual y la doble vara de medir que sufre Palestina.
¿Qué impacto pueden tener estas protestas? ¿No hay el riesgo de que sean ignoradas por la clase dirigente?
A medida que avanza la globalización, creo que hay un interés creciente por parte de la ciudadanía sobre las cuestiones internacionales. Los políticos temen perder el monopolio de las relaciones internacionales, y eso explica su hostilidad ante las movilizaciones propalestinas en los campus y facultades. La mayor sensibilidad de los jóvenes sobre estas cuestiones puede ser un factor determinante en el juego internacional e influir en decisiones diplomáticas y estratégicas. Incluso en el caso de Estados Unidos podría tener un efecto más que notable en las próximas elecciones presidenciales en noviembre.
Muchas de las miradas en Francia están puestas en los estudiantes de Sciences Po París, que el joven primer ministro Gabriel Attal, de 34 años y exalumno de esa universidad, tachó de “minoría radical”. ¿Qué le parece esta reacción de las autoridades francesas?
Las autoridades han reaccionado de manera completamente caricaturesca ante estas protestas propalestinas. Y eso que sus reivindicaciones no son para nada radicales. En sus eslóganes piden un “alto el fuego”, que “se reconozca los derechos de los palestinos” y “revisar los acuerdos de colaboración” no con todas las universidades de Israel, sino con aquellas que colaboran con el ejército israelí y la ofensiva en Gaza. Ante estas peticiones, la dura reacción de las autoridades refleja el pánico del Ejecutivo. A la voluntad de los políticos de que la diplomacia y la política internacional sean su coto reservado, se le suma en el caso de Francia el traumatismo del Mayo del 68. Es decir, el temor de las autoridades ante unos movimientos estudiantiles mucho más difíciles de controlar que las clásicas protestas sindicales.
A los estudiantes propalestinos también los han acusado de antisemitas…
En todas las clases y conferencias en que he participado sobre la cuestión israelo-palestina nunca he escuchado la mínima expresión antisemita. Tampoco he observado ninguna simpatía por Hamás ni sus ideas. Me parece un error que se presente a este movimiento como muy minoritario y radicalizado. Creo que hace falta que las autoridades adopten una postura de comprensión y que entiendan que los estudiantes afrontan las cuestiones internacionales con una matriz distinta a la suya. Priorizan cuestiones como la justicia, la denuncia de la desigualdad o de cualquier forma de sufrimiento. Estamos en un mundo en que los jóvenes son prácticamente los únicos que tienen una visión desinteresada de los asuntos económicos y sociales. En cambio, los adultos, cuando entran en el mundo profesional, empiezan a juzgar todo en función de sus propios intereses.
En una entrevista reciente para el diario Le Monde usted advirtió de que “esta situación puede resultar incendiaria si no hay una actitud de diálogo” por parte de los dirigentes. ¿Teme que la dura reacción de las autoridades en Francia o Estados Unidos resulte contraproducente?
Sí, sin duda. Pienso que todo dependerá de la capacidad de los políticos para intentar entender a los jóvenes. Si no hay ese esfuerzo para comprenderles, hay un verdadero riesgo de que nos dirijamos a una ruptura generacional, mucho más dolorosa que en el Mayo del 68. Ahora vemos cómo se está configurando un verdadero conflicto entre generaciones. Una nítida separación entre una juventud realmente globalizada y que no piensa en función de la competencia entre Estados y una clase dirigente esclava del viejo modelo y del sistema internacional de antaño.
Se tacha de radicales a los jóvenes que apoyan a Palestina, pero uno tiene la sensación de que aquellos que defienden una posición radical son las mismas élites occidentales con su apoyo a Israel.
Como comentaba antes, la gran mayoría de la clase política occidental ha apostado por una diplomacia de la indiferencia respecto a Gaza, y esa vía resulta explosiva. Los partidarios de la causa palestina han constatado esta indiferencia de la comunidad internacional. En realidad, ya existía desde los Acuerdos de Oslo en 1993. Desde entonces, las distintas diplomacias occidentales apostaron por ignorar la cuestión palestina. Todo eso favoreció la radicalización del conflicto y propició una escalada de la rabia que ya tuvo consecuencias terribles el 7 de octubre. Y eso podría empeorar si no se otorga a los palestinos el reconocimiento que se merecen, ya que son seres humanos como el resto.
¿La guerra de Gaza ha contribuido a que Occidente se aleje del resto del mundo, en concreto, del Sur Global?
Hace unos años hubiera dicho que el Sur Global no existe. Pero la sucesión de crisis y conflictos en los últimos años ha hecho que todos esos países tomen conciencia de sí mismos. Eso ya lo vimos con los fracasos político-militares de Francia en el Sahel (norte de África), donde una parte significativa de los jóvenes y la sociedad civil llegaron a la conclusión de que debían emanciparse respecto a las tutelas de los países del norte, que no han terminado de cortar del todo con sus raíces coloniales. La guerra de Gaza evidenció la doble vara de medir de Occidente, que aporta una gran ayuda a Ucrania, pero es indiferente ante el sufrimiento del pueblo palestino. Todo eso ha favorecido una dinámica que enfrenta el Sur Global con Occidente y esta hostilidad hacia los países occidentales se ha convertido en un principio de unidad. Resulta muy peligroso para el futuro de las relaciones internacionales.
Israel inició el 6 de mayo su ofensiva contra la localidad de Rafah (sur de Gaza), pese a las reticencias de Estados Unidos. ¿El Estado hebreo se ha convertido en un actor geopolítico como Turquía, es decir, que va a la suya y actúa sin escuchar a su aliado estadounidense?
Sí, pero esto no es del todo nuevo. Ya empezó durante la presidencia de Barack Obama (2008-16), en que el presidente demócrata intentó relanzar los Acuerdos de Camp David y los dirigentes israelíes, con Benjamin Netanyahu al frente, lo ignoraron. Con el final de la bipolaridad y el final de un mundo marcado por la rivalidad entre Estados Unidos y la URSS, las relaciones internacionales se han vuelto más fluidas. Un ejemplo paradigmático de ello es Turquía. Pero también lo observamos con Israel o Arabia Saudita, que no ha dudado en firmar acuerdos petroleros con Rusia, muy desfavorables para Washington.
¿Cómo explica la voluntad de Netanyahu de persistir con la ofensiva en Gaza, a pesar de haber degradado mucho la imagen internacional de Israel?
Desde la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel considera que solo puede garantizar su seguridad a través de una política de la fuerza y la potencia. El 7 de octubre se evidenció que esta doctrina resulta mucho menos eficaz de lo que creían las autoridades israelíes. Pero eso no impidió a Netanyahu responder con una escalada a través de la misma receta aplicada en el pasado e impulsar una acción devastadora para los gazatíes. Para el Estado hebreo, no hay otra alternativa, ya que sus dirigentes se oponen a una negociación que pudiera desembocar en una solución de dos Estados. Y a eso se le suma el hecho de que el Gobierno de Netanyahu es minoritario respecto a la opinión pública israelí y la única manera que tiene de evitar una crisis gubernamental consiste en continuar con la guerra. El Ejecutivo israelí –el más derechista de la historia del país– y la opinión pública solo coinciden en un aspecto: su voluntad de erradicar a Hamás.
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