Rafael Poch 4/06/2024
La resistencia rusa está provocando el incremento de la temeridad de Occidente en su ofensiva. Eso obliga a Moscú a prepararse para el escenario de un conflicto aún más directo y largo con la OTAN
Durante la Guerra Fría (ahora podríamos hablar más bien de “primera guerra fría”) esas instalaciones eran fundamentales para la “destrucción mutua asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés), es decir: garantizaban que el primero en disparar sería el segundo en morir, pues una vez detectado el ataque nuclear del adversario americano, que a diferencia de la URSS contemplaba la hipótesis de un “primer golpe”, se ponía en marcha la respuesta soviética que la doctrina informal de la época definía como “sokrushitelny otvetny udar” (el golpe de respuesta aplastante).
Atacar con drones esos radares es algo “difícilmente imaginable sin mediar consulta con los principales aliados de Ucrania y acaso con instrucciones de ellos”, en palabras del experto suizo en seguridad Leo Ensel.
El ataque contra los sistemas rusos de alerta temprana de misiles nucleares ha sido lo suficientemente grave como para que los medios de comunicación rusos lo ignoraran, pero no es el único dato. En los últimos días los principales estados de la OTAN han autorizado a Ucrania a atacar objetivos en suelo ruso con misiles de alcance intermedio y corto (IRBM) que ellos suministran. Así lo han manifestado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg; el presidente francés, Emmanuel Macron; el portavoz del canciller alemán; el ministro de Exteriores británico, David Cameron; y todos ellos después de que el jefe, el presidente Biden, “permitiera a Ucrania golpear territorio ruso”, pretendiendo al mismo tiempo que es solo para defender la ciudad de Járkov y que “la política de permitir ataques de misiles de largo alcance en el interior de Rusia no ha cambiado”. Esos misiles de hasta 300 kilómetros de alcance pueden impactar en ciudades rusas como Kursk, Bélgorod, Vorónezh, Rostov y Volgogrado. Recordemos que, en marzo de 2022, Biden decía que “la idea de que vayamos a enviar armas ofensivas, tanques y aviones con pilotos y operadores americanos significaría tercera guerra mundial”.
Hay que tener en cuenta que los disparos de misiles de alcance intermedio y corto de la OTAN por parte de Ucrania “dependen de las directivas americanas en materia de precisión”, como informó The Washington Post en su edición del 9 de febrero de 2023, citando fuentes ucranianas y de Estados Unidos:
“Altos funcionarios ucranianos informaron de que las fuerzas armadas ucranianas casi nunca disparan armas modernas sin recibir coordenadas de posición concretas de los militares americanos desde sus bases europeas. Altos funcionarios americanos reconocieron, en condiciones de anonimato, que su colaboración en la dirección hacia objetivos ayuda a garantizar la exactitud y la máxima eficacia del gasto en munición”.
(...) El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, observa con preocupación que los misiles de la OTAN en Ucrania “tendrán la capacidad de apuntar a puestos de mando [rusos] y emplazamientos de despliegue nuclear”. La semana pasada, Putin advirtió a los países europeos que “antes de empezar a hablar de golpear en profundidad territorio ruso, tendrían que tener en cuenta que los suyos son países pequeños y densamente poblados”.
(...) Las responsabilidades de Rusia (y desde luego también de Ucrania) en la génesis y desencadenamiento de la guerra son claras, sin embargo son mucho menores que las de Estados Unidos y sus vasallos europeos. La opinión pública occidental, que, en general, comprende las criminales responsabilidades de Israel y sus padrinos occidentales en la masacre de civiles en Palestina –responsabilidades que hasta su “justicia internacional” considera “plausible genocidio”–, aún no entiende quién es el principal responsable de la carnicería de Ucrania. “Al fin y al cabo ha sido Rusia la que ha invadido”, se dice, como podrían decir sobre el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre. La comparación es inválida, porque Rusia, a diferencia de Palestina, es la más fuerte, “no es David, sino Goliat”, y los ucranianos tienen derecho a la autodeterminación y a defenderse, se argumenta. Rusia, efectivamente, es más fuerte que Ucrania, pero mucho más débil que las fuerzas sumadas de EEUU y la Unión Europea, que animan la guerra contra ella con armas y dinero desde mucho antes de la invasión rusa de febrero de 2022. Respecto a la autodeterminación de los ucranianos, ¿de cuáles de ellos? ¿Los de Crimea y el Donbás tienen derecho a ella? En cualquier caso, esa autodeterminación ha sido pisoteada por todas las potencias que intervienen en el conflicto y también por el propio Gobierno ucraniano… El debate es más complejo de lo que se ofrece al público. Con un debate serio las responsabilidades de la guerra de Ucrania serían, seguramente, adjudicadas en un 70% a Occidente, con el restante 30% repartido entre la élite rusa y la ucraniana.
Treinta años de desinformación de nuestros medios de comunicación en materia de seguridad europea, así como las propias complejidades del conflicto, explican la incomprensión de la “izquierda de derechas” europea sobre la guerra de Ucrania. Pero, como dicen dos profesores canadienses, “puede que haga falta otra conflagración, esta vez entre China y Estados Unidos, para que el foco se centre en el único y principal pirómano”.
(...) Hay que repetirlo: nos llevan a una guerra mayor y nunca había existido una necesidad tan urgente de un movimiento social por la paz. La cuestión de la guerra debería estar en el centro del debate de las elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio, cuya relevancia no es mucho mayor que la de aquellas en las que se elige a los diputados de la Asamblea Consultiva del Pueblo Chino, o la Asamblea Suprema del Pueblo de Corea del Norte. Solo el voto a las minorías que entienden todo esto será un voto útil.
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