Ángel Viñas 12 de mayo de 2024
Debo empezar diciendo que este tema se encuentra muy tratado en la historiografía. En especial, en la de origen alemán y anglo-norteamericano. No es mi propósito, al atender la petición de algunos de los amables lectores, ponerme ninguna medalla y decir algo nuevo. Sí lo es desmontar ciertos errores que esmaltan la literatura patria, siempre teñida de las correspondientes alabanzas al genio y a la astucia del simpar Caudillo.
Al igual que los conspiradores peninsulares necesitaban aviones de guerra y los apalabraron el 1º de julio de 1936 con Mussolini, también Franco en Tetuán recurrió a un antiguo contacto suyo, el agregado militar nazi en París y Madrid, para pedirle aviones de transporte el 22 de julio. Este episodio, muy conocido, puede hoy encuadrarse de forma diferente a la habitual si se especula que es difícil que Franco ignorara que los monárquicos habían llegado a un acuerdo con el Duce (no le faltaron mensajeros que le hubieran informado de las negociaciones previas: sin más, el general Luis Orgaz o el diplomático José Antonio Sangróniz). Yo me fijé en Beigbeder, que había sido agregado militar en Berlín e ido con Sanjurjo a Alemania en febrero a mendigar alguna ayudita previa, aunque por lo que se sabe no se les hizo caso.
El hecho es que, como en Canarias Orgaz había detenido un avión del servicio postal de Lufthansa, Franco lo convocó a Tetuán. En él envió una misión a Berlín compuesta de dos nazis y un capitán español, ingeniero y aviador. Todo ello es muy conocido y yo empecé mis incursiones en el pasado escudriñando sus antecedentes y abordando sus consecuencias inmediatas. A principios de agosto llegaron a Cádiz diez aviones de transporte (Ju 52) con seis de caza de protección. Las discrepancias entre historiadores no vienen a cuento aquí.
También es conocido que el 4 de agosto los jefes de los servicios de inteligencia militar de las dos potencias fascistas, el general Mario Roatta y el almirante Wilhelm Canaris, se reunieron en Bolzano (Italia) para coordinar esfuerzos. A mitad de agosto, un general de Aviación, Hellmuth Wilberg, curiosamente de ascendencia judía, abordó con Franco los detalles de la asistencia “técnica”, reconocido como único receptor posible de la misma. A finales de mes el mismo Canaris se desplazó a otear la situación sobre el propio terreno en la España sublevada (esto lo descubrí gracias a la documentación italiana y no lo había indicado ningún autor). Es de suponer que fue entonces cuando Canaris se encontró por primera vez con Franco. Y, por último, a finales de mes, Roatta y Canaris volvieron a reunirse para coordinar mejor los esfuerzos mutuos. No es necesario entrar en detalles.
A principios de septiembre llegó el teniente coronel Walter Warlimont como enlace con Franco (los italianos enviaron otro) y para hacerse una idea de sus necesidades de material. A mitad de mes arribó el teniente coronel Hans von Funck como observador del Ejército de Tierra. Con ambos tuve ocasión de hablar cuando preparaba mi tesis doctoral en 1973 y consulté también muchos de sus informes a Berlín, conocidos y no conocidos. Aprovecho la ocasión para señalar mi deuda con el profesor (ya fallecido) Manfred Merkes, que se basó en varios de entre ellos años antes que servidor. Como es lógico, ambos informaron a Berlín de lo que veían y les decían en España. Hicieron sugerencias sobre cómo podría aumentarse y mejorarse el naciente empeño nazi en la piel de toro. Se añadieron múltiples despachos y telegramas enviados por la Kriegsmarine, el componente naval de los observadores de lo que ocurría en España.
Como ocurrió con Italia, el inicial empeño para apoyar una sublevación no tardó en convertirse en una apuesta que exigía la inversión de más material y de más hombres. La República (motejada siempre de comunista) no había rendido las armas y resistía. Se afirmaba en Berlín que la URSS ya le había enviado ayuda masiva (lo que no respondía a la realidad) y era ya notorio que las potencias democráticas (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos) lideraban la política de no intervención que terminaría asfixiándola. Simultáneamente la Sociedad de Naciones, maniatada por las dos primeras, se veía obligada a permanecer al pairo, como ha estudiado exhaustivamente David Jorge, cortesía del Reino Unido y de Francia.
En Berlín no tardó en divisarse una ventana de oportunidad. Acabar con la República se pensó que equivalía a infligir una derrota al comunismo a la vez que se conseguía un eventual aliado situado al dorso de Francia. También cabía seguir obteniendo materias primas (de las que en algunos casos España había sido un suministrador excelente hasta junio de aquel año) e incluso más. Poco a poco fue apareciendo la idea de que la nueva Luftwaffe encontraba un escenario idóneo para experimentar aparatos, técnicas y métodos de ataque y defensa en condiciones no de pruebas sino de guerra aérea.
Lo que hasta ahora no se ha documentado es de quién partió la idea de enviar un contingente aéreo en formación cerrada al nuevo teatro de operaciones. ¿Provino de los escalones técnicos intermedios de la Luftwaffe? ¿Del mando? ¿De Göring, su jefe máximo? ¿O del propio Hitler? Con todo, es un punto bastante irrelevante.
Más suerte hay en cuanto al momento de la decisión. Existen autores que afirman, sin documentación al apoyo, que pudo ser a finales de septiembre. Otros, generalmente pro-franquistas, que fue a finales de octubre. Gracias a un piloto norteamericano y luego profesor, Raymond L. Proctor, que se interesó por la guerra aérea en España y que habló con uno de los jefes (el entonces comandante, más tarde general, Hermann Plocher) que sirvieron en Berlín sabemos que cuando se le destinó a un nuevo puesto en octubre de 1936 a mitad de octubre se encontró con que ya se estaba planificando la operación. Era, en efecto, la primera que la Alemania nazi realizaría en operaciones activas en el extranjero. Mientras no se demuestre lo contrario, me inclino por la hipótesis de principios de aquel mes.
Fijar la fecha, aunque sea aproximadamente, es importante porque sabemos que en el caso soviético se produjo un deslizamiento de dos meses largos hasta que Stalin dio la orden de suministrar armamento a la República. Se ha establecido la fecha: el 26 de septiembre. Los nazis se les adelantaron. Hasta entonces no habían llegado a España sino diplomáticos, algún observador militar, agentes de los servicios de inteligencia, varios periodistas y operadores cinematográficos. Se ha hecho de ello gran alharaca por parte de los historiadores franquistas (la tesis fundacional de los camelos de este origen situaba la decisión soviética a los dos o tres días después de la de Hitler y Mussolini, pero evidentemente sin la menor prueba documental).
Lo que diferencia la naturaleza de las tres intervenciones militares extranjeras es el papel estratégico, operativo y táctico que los Estados Mayores italiano y soviético por un lado y el nazi por otro concibieron con relación al arma aérea. Aparte de que los soviéticos siempre se inhibieron a la hora despachar contingentes navales y de tierra. Fueron los nazis quienes más innovaron. Lo hicieron de forma radical y sin apoyarse en precedentes.
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