Ignacio Sánchez-Cuenca 18/05/2024
De las monjas clarisas a monseñor Thuc, pasando por el obispo De Rojas, con una breve aparición de la Iglesia Palmariana y el papa Clemente
El ilustrísimo Pablo de Rojas Sánchez-Franco, gran aficionado a los toros, en una imagen de archivo / Pia Unio Sancti Pauli ApostoliEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hay historias tan enrevesadas que son interesantes por sí mismas, sin necesidad de interpretación alguna. La propia sucesión de los hechos, la concatenación de circunstancias inverosímiles y la presencia de personajes completamente estrafalarios configuran un relato estupefaciente. Si me ocupo de este asunto es porque durante la adolescencia y primera juventud fui un estudioso de la Iglesia Palmariana y dicho interés culminó en uno de los trabajos de los que más orgulloso me siento de haber escrito, “En la muerte del papa Clemente”, publicado en el número 154 de la revista Claves de la Razón Práctica, allá por 2005. Ya sé que está feo hablar de uno mismo, pero si tuviera que ser recordado en el futuro por alguna contribución intelectual, me haría ilusión que fuese por ese artículo. Con estas credenciales, no podía dejar de lado algunos flecos de la historia de las monjas clarisas, que ha acaparado gran atención en estos últimos días en los medios. El episodio de las monjas, aún irresuelto, nos abre la puerta a un mundo de alucinados con un magnetismo irresistible.
Como ya es bien sabido, las monjas clarisas, a causa de un desacuerdo con sus superiores a propósito de una operación inmobiliaria, amenazan con romper con la Iglesia romana y pasarse a las filas del Obispo Ilmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Pablo de Rojas Sánchez-Franco. Sería un nuevo cisma, el enésimo, en el contexto de la Iglesia postconciliar. Siendo peculiar la maniobra de las clarisas, lo verdaderamente fascinante es que hayan buscado un aliado en la Pía Unión de San Pablo Apóstol, fundada por monseñor de Rojas. Aunque luego hablaremos con más calma de la figura y trayectoria de monseñor, baste por el momento apuntar que se presenta a sí mismo como sietemesino, nieto de un jefe provincial del Movimiento Nacional de Jaén entre 1948 y 1955 y niño devotísimo que desde la más tierna infancia mostró una fervorosa vocación sacerdotal.
En rigor, la Pía Unión no es una orden religiosa; en su página web, rica en texto e imágenes, se define más bien como “Milicia Guerrera predestinada a sobresalir sobre todo lo existente”; jurídicamente, se trata de una fundación sin ánimo de lucro, creada en 2005. Su misión en la Tierra se formula sintéticamente: “Gloria a Dios, defensa de la Inmaculada Concepción de la Virgen Stma., aunque nos cueste la misma vida. Fidelidad a la Iglesia. Extender el Evangelio a todos los confines de la tierra. Santidad y Ciencia para nosotros. Caridad para con el prójimo. Guerra al hereje”.
La Pía Unión forma parte del movimiento sedevancantista, es decir, considera que la silla de Pedro quedó vacía tras la muerte del papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958. Los sucesores, corrompidos desde entonces por el Concilio Vaticano II que convocó Juan XXIII, son todos heréticos y traidores. La reforma de la santa misa es uno de los principales motivos del cisma: los sedevacantistas no admiten de ningún modo las innovaciones que el Concilio introdujo en el rito y luchan por conservar la tradición anterior, lo que vulgarmente se conoce como la misa tridentina.
El sedevacantismo tiene un rico desarrollo doctrinal, distinguiéndose entre las corrientes total y formal. El sedevacantismo total afirma que la Iglesia está descabezada a todos los efectos, que los papas elegidos después de Pío XII son todos usurpadores y heréticos. La corriente formal, en cambio, liderada por el celebérrimo Guérard des Lauriers, O.P., defiende la tesis conocida como Cassiciacum (hoy Casciago, el pueblo en el que se formó San Agustín), según la cual puede decirse que si bien no hay papa formalmente (formaliter), sí lo hay a efectos prácticos, de funcionamiento de la Iglesia (materialiter). Esto significa que la elección del papa fue válida de acuerdo con las leyes de la Iglesia, pero el papa, a pesar de ello, no tiene autoridad alguna porque sus ideas y acciones son heréticas.
Un gran dilema al que se enfrentan los sedevacantistas es el de cómo referirse al papa romano en la misa sin violar por ello el principio “una cum”, que compromete a orar por la Iglesia, el papa y el obispo correspondiente. Es este un asunto demasiado complicado y sutil como para intentar resolvérselo a los lectores de CTXT en unas pocas líneas, pero ya les digo que los sedevancatistas han encontrado una solución elegante (el lector aplicado puede iniciarse en la polémica leyendo esta demostración de que un sedevacantista no comete pecado mortal acudiendo a una misa “una cum”).
Suficiente por el momento sobre asuntos doctrinales. Volvamos al fundador, monseñor De Rojas. ¿Cómo llegó a ser nombrado Obispo? Para responder a esta vital pregunta, es preciso dar un rodeo histórico. Todo comienza con Eisenhower, sí, con Eisenhower. En medio de la guerra fría, el presidente norteamericano, muy preocupado por el riesgo de una involución comunista en Vietnam, apoyó el régimen tiránico, vesánico y corrupto de Ngo Dinh Diem. Como suele ocurrir en estos casos, la situación llegó a ponerse incómoda para los estadounidenses, así que, tiempo después, el presidente Kennedy alentó un golpe militar contra el dictador. El ejército ejecutó a Diem y su hermano Nhu, pero otro de los hermanos, Ngo Dinh Thuc, obispo de la diócesis de Hué, sobrevivió porque se encontraba en Roma, participando precisamente en el Concilio Vaticano II. A partir de ese momento, la vida de Thuc fue novelesca y sufrió numerosos giros.
Suele presentarse a Thuc como un tradicionalista, aunque algunos disputan el calificativo y creen que sus vaivenes doctrinales y sus cambiantes relaciones con el Vaticano muestran que sus principios tradicionalistas no eran en el fondo tan sólidos. En 1960, Juan XXIII lo nombró arzobispo y, a pesar de su oposición doctrinal, acabó firmando los documentos del Concilio Vaticano II, a diferencia de monseñor Lefebvre (los sedevacantistas prefieren hablar de “conciliábulo”). Vivió un tiempo en Italia y luego en Francia, en Toulon. En algún momento contactó con él el padre Maurice Revaz, cura suizo ligado a monseñor Lefebvre, quien, ya en la década de los setenta, le hizo saber sobre los acontecimientos extraordinarios que estaban sucediendo en la finca de la Alcaparrosa (Palmar de Troya, Sevilla), donde en 1968 se le había aparecido la Virgen a cuatro niñas. El padre Revaz, más concretamente, persuadió a Thuc de la importancia de viajar al Palmar para conocer a Clemente Domínguez y Manuel Alonso. Clemente había tenido numerosas visiones y llagas terroríficas (dicen que en una noche llegó a perder 16 litros de sangre).
Thuc viajó a Sevilla a finales de 1975 y quedó impresionado por todo lo que vio. Algunos testigos cuentan que fue definitiva la aparición de la Virgen en la misa celebrada en la Alcaparrosa el 25 de diciembre de aquel año: la propia Virgen depositó en los brazos de Thuc al Niño Dios. Unas semanas después, Thuc tomó una decisión trascendental e irreversible: ordenó obispos a Clemente y a Manuel Alonso. Ambos acabarían siendo papas de la Iglesia Palmariana que ellos mismos fundaron, Clemente como papa Gregorio XVII (1978-2005) y Manuel como papa Pedro II, más popularmente conocido como “papa Manolo” (2005-2011). Los sucesos de la Iglesia Palmariana son múltiples y todos ellos del mayor interés, pero no puedo relatarlos so pena de convertir este artículo en un serial. No me resisto, con todo, a darles una muestra de las cosas extraordinarias que se han vivido en esta Iglesia: sor Ramonina, la priora, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo (...)
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OTRA COSA: “El Everest es como el turismo en el espacio: vacaciones antiecológicas para millonarios”
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