Gideon Levy (Haaretz) 23/05/2024
Lo mejor para Israel, en este momento complicado, es mirarse hacia dentro, para ver, al fin, su propio retrato
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su ministro de Defensa Yoav Gallant en Tel Aviv, Israel, el 13 de octubre de 2023. / Chad J. McNeeley
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Por fin, justicia; los primeros indicios del inicio de una justicia tardía y parcial, pero aun así algo de justicia. No es motivo de alegría que el primer ministro y el ministro de Defensa de tu país vayan a ser buscados en todo el mundo, pero es imposible no sentir cierta satisfacción porque se empiece a hacer algo de justicia. En el regodeo y victimismo de los israelíes; en los interminables debates fariseos de la televisión; en los clamores sobre un mundo antisemita y la injusticia de equiparar a Israel con Hamás, falta una pregunta fundamental y fatídica: ¿cometió Israel crímenes de guerra en Gaza? Nadie se atreve a abordar este gran dilema: ¿hubo o no hubo crímenes?
Si se cometieron crímenes de guerra, matanzas masivas y se provocaron hambrunas, como sugirió el valiente fiscal Karim Khan (en cuyo nombramiento participó Israel bajo cuerda al considerar sospechoso a su predecesor), hay criminales responsables de ellos. Y si hay criminales de guerra, el mundo tiene el deber de llevarlos ante la justicia. Hay que declarar su búsqueda y captura.
Si Hamás cometió crímenes de guerra –y no parece haber discusión al respecto–, sus criminales deben ser llevados ante la justicia. Y si Israel cometió crímenes de guerra –y no parece haber discusión al respecto en el mundo, excepto en el Israel autoengañado y suicida–, sus responsables también deben ser llevados ante la justicia.
Juzgarlos a la vez no implica simetría moral ni equivalencia jurídica. Incluso si Israel y Hamás fueran acusados por separado, Israel habría armado un escándalo contra el tribunal.
El único argumento que se oye ahora en Israel es que el juez es un hijo de puta. El único medio sugerido para impedir su dura sentencia es causar daño al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Convencer a las naciones amigas de que no acaten sus sentencias, imponer sanciones (¡!) a sus jueces. Así piensan todos los criminales, pero un Estado no tiene derecho a pensar así. Los dos tribunales internacionales, en los que se juzga a Israel y a los israelíes, merecen el respeto del Estado, no su desprecio. El desprecio que muestra Israel hacia el tribunal no hará sino engrosar la lista de acusaciones y sospechas en su contra.
Lo mejor para Israel, en este difícil momento, es mirar, por fin, hacia dentro para ver su propio retrato. Lo mejor es que se culpe a sí mismo de algo, de lo que sea, en lugar de culpar al mundo entero. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? debería ser la pregunta, en lugar de ¿cómo han llegado ellos hasta aquí?. ¿Cuándo asumiremos por fin la responsabilidad de algo, de algo que se ha hecho en nuestro nombre? Los 106 diputados de la Knéset que han firmado la demanda contra el Tribunal Penal Internacional y los cero diputados que han firmado la inexistente demanda contra los crímenes de guerra israelíes son un triste reflejo del país: unidos en contra de hacer justicia, unidos en un eterno sentimiento de victimismo, sin derecha ni izquierda, un coro celestial. Si algún día Israel es condenado por crímenes de guerra, habrá que recordar que 106 diputados de la Knéset votaron a favor de blanquear los cometidos por Benjamin Netanyahu y Yoav Gallant.
La Franja de Gaza está en ruinas, y sus habitantes muertos, heridos, huérfanos, hambrientos, desamparados, aunque la mayoría de ellos eran inocentes. Se trata claramente de un crimen de guerra. En Israel todo el mundo considera que el hambre es un medio legítimo que hay que apoyar o al que hay que oponerse, al igual que los asesinatos masivos intencionados. ¿Cómo puede alguien argumentar que no hubo hambruna ni asesinatos masivos intencionados?
El día después de la actuación del Tribunal Penal Internacional, Israel debe reagruparse para llevar a cabo un ajuste de cuentas nacional introspectivo, cosa que nunca ha hecho antes. Cada israelí debe preguntarse: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? No basta con culpar a Netanyahu, el principal culpable, ni con encubrirlo con argumentos evasivos sobre la hasbará, el asesoramiento jurídico deficiente y las declaraciones radicales de funcionarios israelíes. La cuestión es mucho más profunda: durante 57 años Israel ha mantenido un régimen repleto de injusticia y maldad, y ahora, por fin, el mundo está despertando y empezando a actuar contra ello. ¿Será también capaz de despertar al menos a algunos israelíes de su negligente y retorcido sentido de la justicia?
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