viernes, 12 de abril de 2024

CTXT. Oxígeno popular en los cien días de Milei, de Emiliano Gullo

 Emiliano Gullo 26/03/2024

Unas 400.000 personas se reúnen en la plaza de Mayo para reivindicar los derechos humanos a 48 años del golpe de Estado. Fue un rechazo al presidente, un plantón a la destrucción del Estado y, también, una promesa de lucha

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Marchas por la memoria democrática a 48 años del golpe de Estado en Argentina. / YouTube (France 24 Esp)



La noche del domingo 24 de marzo nos fuimos a dormir un poco más acompañados. Un poco más organizados. Un poco más fuertes. Esa fue la sensación al salir de la Plaza de Mayo, donde nos encontramos –desde la mañana hasta el atardecer– unas 400.000 personas para conmemorar la vigencia de los derechos humanos a 48 años del golpe de Estado cívico-militar. Para recordar la resistencia al terrorismo de Estado. Días atrás, una militante de la organización HIJOS denunció el abuso y la tortura por parte de dos sujetos que le esperaron adentro de su casa. La movilización también fue parte nuclear del rechazo al proyecto que encarna Javier Milei y que acaba de cumplir cien días en el Gobierno nacional. Un plantón de cara a la atomización de la sociedad. Al despedazamiento de las relaciones de solidaridad. A la destrucción del Estado; de sus empresas y de sus trabajadores. A la financiarización de la vida.

Fue, también, una promesa de lucha esparcida en toda la plaza. Ahí estaban los trabajadores de la agencia nacional Télam, que aún siguen sin poder entrar al edificio. Los trabajadores del Canal 7, la señal estatal que sufrió el recorte de dos noticieros, con decenas de trabajadores ya en la calle y que –según trascendió– tendría el mismo destino que Télam: edificio vallado y sin acceso para los empleados. Las organizaciones sociales y políticas se multiplicaban a lo largo de toda la avenida de Mayo, la arteria principal que alimenta el caudal de gente de la plaza. Estatales y privados, organismos y empresas, en todos los sectores de la producción y de los servicios hubo –hay– despidos, amenazas o recortes. Y gente no organizada, familias con hijos recién nacidos, personas solas. Todos formaron un torrente de gritos y cánticos antifascistas, antimileístas, entre avenida de Mayo y la plaza de Mayo, donde balconea la Casa Rosada.

En su plan para desmantelar el Estado –que lleva, exactamente, 115 días–, el Gobierno de Javier Milei puso a los medios públicos de comunicación como prioridad excluyente. “Va a ser una masacre”, me dijo estos días un periodista amigo al ver las primeras noticias del avance del Gobierno contra su propia señal televisiva. La única pública. La más antigua de toda la grilla. La primera en transmitir a color. La que tiene más personal, con los mejores sueldos. Con un terreno propio valuado en 45 millones de dólares. Y una carpeta con su ficha para ser vendida como el local de una pizzería.

El Estado para matar al Estado. Un cuerpo automutilándose. Su disfrute. La celebración de la destrucción. El goce del sufrimiento. En el universo Milei, la política es un arma de devastación doble; el Estado ya no es el garante de nada sino más bien lo contrario. Solo existe –en última instancia– en cuanto función punitiva. Y, al mismo tiempo, incentiva el canibalismo social como único método para sobrevivir.  El que no tiene para pagar, muere. El que no tiene para defenderse, muere. El Estado observará como el emperador desde las gradas del circo.

En poco más de tres meses de gestión, quizá el mayor logro de Milei haya sido trasladar su pulsión de vida del mundo cotidiano. El antiguo axioma individualista “sálvese quien pueda” ahora es “sálvese quien pueda acabar con el otro”. La violencia del presidente contra los gobernadores del sur en torno a la distribución de los impuestos coparticipables. Las amenazas a diputados y legisladores en caso de no aprobar sus leyes. “Si lo que buscan es conflicto, conflicto tendrán”, avisó en el discurso de apertura de sesiones del Congreso. O contra su propia vicepresidenta, a la que mandó su ejército de trolls para amenazarla en las redes por habilitar el tratamiento del DNU en el Senado.

La calle es sensible al clima político. Así lo entendió también el encargado del supermercado chino Los Hermanos, del barrio de Almagro, en el centro de Buenos Aires. Lo vi una noche de semana con poco movimiento sobre la calle Lavalle.

Una cajera me está cobrando un vino y algo sucede que la altera. Una sombra pasa detrás de mí. Levanta la vista y avisa al encargado del local que entró un muchacho que le quiso robar hace unos días. El muchacho lleva una campera celeste y una gorra blanca. Yo pago el vino y cuando giro la cabeza me encuentro con la salida bloqueada por el encargado y un empleado. El encargado tiene un machete en la mano. Son dos pibes de poco más de 20 años, como el muchacho. Paso por el medio de los dos. Avanzan mientras yo salgo; ocupan el lugar que acabo de dejar. Solo escucho una voz. “Qué grande ese cuchillo, qué vas a hacer”, alcanza a decir el pibe de campera celeste antes de recibir uno, dos, tres, cuatro golpes del machete. Se cubre con el brazo y sale corriendo. No tiene cortes visibles. El encargado le pegó con la parte plana. Y ahora grita. “Es la última vez que venís a robar acá, ¿escuchaste?”.

(...) Milei es un ilusionista de certezas. En su discurso todo tendrá una explicación simple, un sostén de apariencia racional. Una causa y una resolución. La certeza que calma. Una fe disfrazada de lógica. “Síganme. no los voy a defraudar”, era la frase de campaña presidencial de su político preferido –Carlos Menem– en 1989. En 2024, Milei podría decir “Créanme, les voy a explicar”.

A diferencia de Mauricio Macri, Milei construye su propio relato de grandeza nacional y se apropia de un pasado que marchaba hacia esa grandeza. Argentina debe retomar un rumbo que extravió a mitad del siglo XX. Romantiza el país de principios de siglo, ese granero del mundo donde los ricos tiraban –literalmente– manteca al techo (al piso más bien) y el resto de la población moría de hambre y de fiebre amarilla. Es decir, le da un origen a su proyecto, un mito fundacional. Se apropia de elementos del liberalismo argentino como vehículo de reafirmación identitaria (...)


No hay comentarios: