Brenda Navarro 28 MAR 2024
Nos dicen que las mentiras son la única realidad. Que aprendamos a mentirnos, que nos engañemos, que no nos importa la salud, ni los derechos laborales, ni las violencias estructurales.
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Todo es una narración. La humanidad existe tal y como es ahora gracias a que empezamos a inventar historias de quiénes podríamos ser y decidimos guardar testimonio de ello. Hubo momentos en la historia de la humanidad en los que diversos grupos de personas, en distintos espacios del planeta tierra, entendieron que, como dice Gueorgui Gospodínov en su hermosa novela Time Shelter, somos existencias devoradas por el tiempo y que nuestro entendimiento de la humanidad empieza cuando somos conscientes de que pasado, presente y futuro son los verbos temporales que podemos narrar mediante la literatura.
Me gusta la literatura porque en este sentido amplio y filosófico no conoce de fronteras, así que sus diversas expresiones son infinitas. No hay camino imposible para el lenguaje, el lenguaje es el camino mismo y se bifurca por todas partes. Ergo, la literatura no migra; es parte de la concepción que hemos construido de la humanidad. Las fronteras empiezan cuando no se tienen las palabras para narrar un problema y se impide que estas sean usadas para encontrar respuestas.
Por ello, la metáfora del actual siglo XXI es un mazazo. Las personas no pueden circular libremente por el mundo, a pesar de que existen convenciones y protocolos internacionales que amparan este derecho, pero las armas han logrado cruzar por todos los países con una facilidad que asusta. A las personas del sur se les ha declarado una guerra amparada en un fascismo nacionalista, y a las armas que provienen del norte se les da una circulación privilegiada.
En el año 2017, la escritora iraní Dina Nayeri escribió para el periódico The Guardian su experiencia como niña refugiada, el bullying que recibió por ser iraní y la violencia a la que fue sometida por sus compañeros en el colegio hasta ser hospitalizada. En España, entre el año 2022 y 2023, se ha sabido públicamente de varias niñas que han querido suicidase por el acoso que sufrían por ser extranjeras. Dina Nayeri explica que cuando llegó a Estados Unidos, en un ejercicio dentro de su clase, le contó a su profesora que unos meses antes vivía en un campo de refugiados y la profesora, con un gesto casi infantilizado y condescendiente, le respondió: “Oh, cariño, debes de estar muy agradecida de estar aquí”. Agradecida, esa fue la palabra que utilizó. Si las personas migrantes tenemos la obligación de sentirnos agradecidas por ofrecer lo mejor de nosotros, por crear redes y conocimiento, por pagar nuestros impuestos, por hacer vida cultural y social, por enriquecer el lugar al que llegamos, ¿qué clase de narrativa de la humanidad estamos permitiendo?
En 1994, las comunidades indígenas mexicanas, consideradas siempre extranjeras, lanzaron una pregunta que yo retomo: si no somos migrantes agradecidos, ¿acaso es que tenemos que pedir perdón por no serlo? ¿Tenemos que pedir perdón por no agradecer? “¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que, durante años y años, se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo?”
Todo es ficción y desde la literatura existe la posibilidad de seguir creando narrativas que hagan contraposición a las que nos dicen que existen y que son las únicas posibles. Nos dicen que las mentiras son la única realidad. Que aprendamos a mentirnos, que nos engañemos, que no nos importa la salud, ni los derechos laborales, ni las violencias estructurales. Que el miedo está bien, que hay que tener miedo de los okupas, de la diversidad, de las calles, de los vecinos, de quien quiera vivir diferente. Que nos atengamos a lo que nos diga el mercado, que aplaudamos los libros que nos dicen que son buenos. Pero no son las fronteras las que matan, sino las personas que así lo predisponen. El lenguaje es poderoso, poderosísimo, y hay que ser críticos al usarlo para hacer preguntas. Casi todos tenemos preguntas, es tiempo de atrevernos a exigir respuestas. También para eso sirve la literatura.
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