jueves, 19 de octubre de 2023

CTXT. Felipe González: el agua que las derechas bendicen. Por Eduardo Luis Junquera Cubiles

 Eduardo Luis Junquera Cubiles 3/10/2023

La razón del éxito del expresidente del Gobierno entre las élites conservadoras es que desplegó unas políticas ultraliberales favorables a la banca y las grandes empresas y lesivas para los trabajadores

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Felipe González en una rueda de prensa como presidente del Gobierno en 1986. / Pool Moncloa


Camina Felipe González sobrado de coherencia. Aquello de “OTAN, de entrada, NO” ya no cuenta. Tampoco lo de “voy a crear 800.000 puestos de trabajo” para, luego, destruir 900.000 empleos en su primera legislatura. En su debe no está, naturalmente, el hecho de que concediera 5.944 indultos, algunos tan difícilmente comprensibles como el otorgado al expresidente cántabro del Partido Popular Juan Hormaechea, condenado por malversación de caudales públicos (los “servicios” prestados a la derecha son casi infinitos). También fue polémico, además de injustificable, el que recibió Jesús Gil, que después de ser condenado por estafa hubiera ingresado en prisión, tras vender una parcela embargada. Pero Felipe González es así y no tiene obligación alguna de dar explicaciones. Al fin y al cabo, digámoslo claro, es una cuestión de soberbia de este personaje, que es como el gallo, que piensa que el sol sale gracias a su canto. Destruyó decenas de miles de puestos de trabajo de calidad, los de la industria, previa superinyección de dinero público a diversas fábricas y factorías antes de su venta a manos privadas. Pero al rey Sol no podemos reprocharle nada, claro está. Es infalible. Nos regaló varias reformas laborales, y la de 1994 legalizó el trabajo esclavo al permitir la entrada en nuestro país de las empresas de trabajo temporal (ETT). Si consideran exagerada esta definición, les invito a hablar con personas que hayan sido contratadas por este tipo de empresas. 

No nos engañemos, el PSOE que reivindica Feijóo cuando dice “quiero al PSOE que fue” es el PSOE de González, el partido que siempre llevó a cabo políticas de derechas, en contraste con el Partido “Socialista” actual, obligado por primera vez desde la Transición a hacer políticas de izquierdas por el pacto de coalición con Unidas Podemos. “Es inevitable”, nos dijo González. “Lo hago por responsabilidad”, continuó. “Necesitamos modernizar la economía y hacerla más competitiva”, finalizó. Y muchos le creyeron. “Es un hombre de Estado”, nos decían sus imprescindibles cómplices de tropelías, muchos de ellos manchados de corrupción; será por eso que cuando lanzaba la moneda al aire siempre caía del lado de los intereses de la gran banca y los empresarios. 

Tampoco entenderemos nunca por qué González promovió un modelo de escuela concertada que resta recursos a la pública y que, en el contexto europeo, solo existe en Bélgica. O por qué motivo jamás cuestionó durante sus 14 años de gobierno ni uno solo de los privilegios de la Iglesia Católica en España. Con justicia, todo esto debería considerarse incoherente para un político de izquierdas, pero el error está en nosotros, que somos unos necios incapaces siquiera de atisbar todo aquello que González ve y comprende con toda lucidez. Durante sus gobiernos, el paro nunca bajó del 16% e incluso, en 1994, se situó en el 24,55%, lo que no impide que permanentemente esté dispuesto a darnos lecciones acerca de todo. Hace año y medio, el exsecretario general de Comisiones Obreras Antonio Gutiérrez manifestó en la Cadena SER, al hilo del sempiterno deseo del expresidente de tutelar al pueblo español, que “González no tiene sentido del ridículo”, pero yo creo que su afán de protagonismo, disfrazado de responsabilidad y sentido de Estado, nace de los dos componentes más importantes de su base caracterológica: su insufrible vanidad y su insoportable soberbia.

Tampoco terminamos de entender por qué alguien que se define como socialista jamás haya apoyado ningún proyecto democrático de izquierdas en América Latina. Muy al contrario, González llegó a elogiar a Pinochet, diciendo “que respetaba más los derechos humanos que Nicolás Maduro”. Nunca rectificó estas palabras sobre el dictador chileno. Imagino que los más de 3.000 muertos y 40.000 víctimas que Pinochet llevaba a sus espaldas como muestra de su extraordinario respeto por los derechos humanos no eran para él razón suficiente. Hablando de América Latina, el gran aliado de González en la región es Fernando Henrique Cardoso, presidente de honor del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña). La nomenclatura, en este caso, no es determinante. En los estatutos del PSDB no se mencionan en ningún caso las palabras “izquierda” o “socialdemocracia”. El partido se define como una formación liberal de centroderecha y sus pactos siempre se han producido para sacar del poder al Partido de los Trabajadores, siendo la destitución de Dilma Rousseff, en 2016, en alianza con fanáticos evangélicos y con un Bolsonaro que dos años después alcanzaría la presidencia, el caso más relevante y grave.

Hablando de derechos humanos y del derecho a la memoria: desde 1986, los servicios secretos informaron a González de que el riesgo de involución del Ejército se había desvanecido. Era un buen momento para empezar a sacar a los muertos de las cunetas, atendiendo las reivindicaciones de las asociaciones de represaliados por el franquismo, pero para el exlíder del PSOE eso no pareció ser nunca una prioridad tan urgente como liberalizar la economía. La democracia española tiene una deuda moral con los desaparecidos durante la dictadura, y esto no tiene nada que ver con reabrir viejas heridas y todos esos tópicos absurdos.

González ha deslizado muchas veces, al menos de forma implícita, que para que España fuera gobernable y estable durante sus gobiernos era imprescindible permitir los desmanes del rey Juan Carlos y la familia Pujol, amén de uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia política de Europa: el esquema del 3% de CIU en Cataluña, comparable a nivel mundial con la red clientelar creada por el PRI en México, entre 1930 y 2000. Todo esto no fue sino una manera de decirnos que comparte con todos ellos su misma laxitud ética. Esto es lo que él llama “responsabilidad”, el cuento de siempre (...)
 


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