Gerardo Tecé 29/02/2024
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Después de toda una vida en política, José Luis Ábalos sabe bien cómo funciona este juego de peones obligados a proteger al rey. Si a un concejal de pueblo lo pillan conduciendo borracho, por muy buen gestor, vecino e incluso amante que sea el tipo, éste dimite para no dañar a su alcalde y su partido. Si un exministro y exsecretario de organización del PSOE se ve salpicado por el caso de corrupción que ha protagonizado su hombre de confianza, debe quitarse de en medio, aunque no esté oficialmente investigado. Se llama asumir responsabilidades políticas por haber tenido a un sinvergüenza a sueldo. Nada que Ábalos no sepa, aunque estos días se haga el nuevo por emisoras de radio y platós de televisión. En Onda Cero, junto a Carlos Alsina, se preguntaba el exministro con gran amargura por qué, cuando un escándalo de corrupción rodea al PP, no tiene que dimitir nadie, mientras que cuando esto mismo sucede en el PSOE, el partido opta por hacerse el harakiri. Ábalos El Nuevo también conoce la respuesta a esta pregunta: al votante del PSOE le preocupa mucho más la ética que al votante del PP. Con una inocencia impostada difícil de creer, Ábalos argumenta estos días que dejar su escaño de diputado hubiera sido presentarse ante la sociedad como culpable. Como si la sociedad fuese incapaz de entender un ‘me marcho por dignidad’. Como si a la sociedad no le mosquease ver a un político enrocarse en lo que tiene toda la apariencia de una toma de posición para que, si la investigación avanza, no lo pille a uno con estos pelos y sin aforar.
Décadas de experiencia en política corrupta nos permiten a todos saber bien de qué va este juego. Saber que, cuando la corrupción entra en la habitación de la política, es sano dudar de casi todo. Y de casi todos. Incluidos los medios de comunicación que narran la corrupción. El mismo diario El Mundo, que cerró filas en torno a Isabel Díaz Ayuso y sentenció a muerte a Pablo Casado cuando el entonces presidente del PP osó denunciar la trama del hermano de la presidenta madrileña, es esta semana adalid de la limpieza y la ética. Hoy, denunciando en exclusiva que Ábalos estuvo reunido con su mano derecha, Koldo García, un mes antes de saltar la noticia. Mañana o pasado, que nadie lo dude, nos contará en exclusiva El Mundo que existen fotos de Ábalos reunido con Pedro Sánchez. Miren, miren cómo de sonrientes y cómplices se mostraban durante aquel Consejo de Ministros. Todos y cada uno de los que callaron o dieron por bueno el archivo de las actuaciones judiciales contra el comisionista rey Juan Carlos muestran hoy su absoluta indignación por el caso Koldo. Desconfíen de quienes narran la corrupción porque hace tiempo que los grandes medios de este país dejaron de hacer periodismo partidista para hacer, directamente, política partidista. Hoy, con el nombre de Miguel Tellado sobre la mesa, actual portavoz del PP que, según la investigación de la Guardia Civil, pudo haber mantenido contactos con el empresario cabecilla de la trama con la intermediación de Koldo García, los titulares no acusan, ni ponen bajo sospecha, sino que desmienten. Desde el PP niegan rotundamente la información. Tellado se muestra indignado por las acusaciones. Feijóo –que no sabía con quién veraneaba él mismo– niega las relaciones de su portavoz. Así que, casi mejor, hablemos de la posible implicación de la socialista Francina Armengol.
¿Y qué decir de la Justicia? A quienes aborrecemos la corrupción, venga de donde venga, nos encantaría poder tener la certeza de que las actuaciones judiciales se realizan desde el respeto al oficio y la ley. Pero no podemos. No, cuando venimos de un capítulo anterior en el que el Tribunal Supremo que, llegado el caso, juzgaría a Ábalos y a los responsables políticos cuyos nombres apareciesen, no tenía dudas de que el infarto sufrido por un ciudadano francés en la Terminal 2 del Aeropuerto de Barcelona hace cuatro años era consecuencia de los actos terroristas cometidos por quienes se manifestaba en la Terminal 1. Todo ha sido demasiado burdo durante demasiado tiempo como para pedirle a nadie que confíe a ciegas del relato que se nos pondrá por delante. Este juego de la corrupción no sólo va de sinvergüenzas metidos en política para enriquecerse, sino también de sinvergüenzas metidos a periodistas o jueces para lograr objetivos que nada tienen que ver con su oficio. Más allá de sinvergüenzas como Koldo García y todos los que participasen de esta y otras tramas, la cobertura informativa del asunto no va de controlar las malas actuaciones del poder político o empresarial –ojalá–, va de controlar a los ciudadanos.
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