6/03/2024
Ante la guerra de Ucrania y el genocidio en Palestina, España y Europa tienen que elegir si ser líderes o títeres
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Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski. / Luis GrañenaHace dos años, Rusia invadía Ucrania y el mundo contenía el aliento. No era para menos. La segunda potencia nuclear agredía el territorio que Estados Unidos y la OTAN llevaban años controlando en la sombra. Desde el comienzo del criminal ataque de Putin, las nuevas reglas del juego estaban claras y las ponía Rusia: si la OTAN se atrevía a tocar suelo ucraniano, daría comienzo un baile nuclear letal para la humanidad. Occidente optó por enviar armas y munición a las tropas de Zelenski. Dos años más tarde, se han confirmado los pronósticos de los expertos militares que desde el primer momento advirtieron de que el envío de armas era poco más que homeopatía. Tal vez podría servir para alargar la guerra, pero en ningún caso evitaría que el ejército ruso impusiera su hegemonía sobre el terreno. La única vía práctica era –y es– sentarse a negociar, pero los escasos intentos diplomáticos, incluidos los liderados por el presidente ucraniano Zelenski, fueron frenados de cuajo por Estados Unidos y el Reino Unido.
Dos años después, en Europa se mantienen las mismas premisas bélicas, el mismo abandono diplomático y la misma homeopatía armamentística, con la desventaja de que las sanciones económicas han favorecido a Rusia, que no deja de crecer, y han golpeado duramente a Europa, dejando a Alemania al borde de la recesión y a Los 27 sin acceso al gas barato de Putin. Europa ha permitido que Estados Unidos hackeara su política exterior y económica, como hizo con la política de defensa tras la II Guerra Mundial. Y los debates que se abren ahora en Berlín, París y Bruselas son dos. Por un lado, nos dicen que tenemos que estar preparados para redoblar la ayuda militar e incluso para enviar tropas a Ucrania; por otro, que Europa necesita –por fin– una política de defensa propia. Para conseguir esos loables objetivos, la Comisión Europea anuncia a bombo y platillo su Estrategia Industrial de Defensa, que pone 1.500 millones de euros en circulación para el sector armamentístico.
Quienes el domingo 2 de marzo desayunasen leyendo El País probablemente escupieran el café al ver en portada el titular más llamativo de los últimos tiempos: “Europa se prepara ya para un escenario de guerra”. En su editorial, el tradicional diario de referencia del centro izquierda español se mostraba entusiasmado con la propuesta de la conservadora presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, para intensificar la compra conjunta de armas entre los 27, y le animaba a hacer más “pedagogía política”. Desconocemos si, aparte de Blackrock –máximo accionista del Santander–, alguno de los fondos y empresas propietarios del grupo PRISA tiene intereses en la industria armamentística, pero semejante ardor guerrero hace suponer que sí.
Lo cierto es que Estados Unidos y la Unión Europea, como ha contado Rafael Poch, ya han gastado más de 200.000 millones de dólares en la guerra de Ucrania, una fortuna que solo ha servido para enriquecer aún más a las empresas de armas y de construcción, entre otras a Blackrock. La propuesta de impulsar una política militar independiente de la OTAN inyectando 1.500 millones más suena, así, a broma pesada. Poch: “La ayuda occidental en armas, munición y dinero está menguando y parece que lo hará aún más. (...) Es evidente que la próxima administración, sea demócrata o trumpista, cerrará el grifo y le pasará el muerto a la Unión Europea. En cualquier caso, el futuro de Ucrania se decidirá en Washington y Moscú. Y desde luego, no en Berlín o Bruselas”.
Desde CTXT, lejos de pedirle a la ciudadanía que se prepare para la guerra –algo que no requiere mucho más que aceptar sin rechistar que buena parte de sus impuestos se destinen al gasto en Defensa–, preferimos exigir a Europa y a España que asuman de una vez el liderazgo moral perdido y se pongan a trabajar por la paz. Europa puede elegir entre un inane proceso de rearme militar o retomar el protagonismo en el campo de la diplomacia y la resolución de conflictos. Sólo tiene sentido promover lo segundo. España, partícipe de la política común europea, debe presionar en Bruselas en este sentido, en lugar de dejarse arrastrar hacia la escalada belicista defendida –tanto en Ucrania como en Palestina– por Von der Leyen y otros halcones neoconservadores, incluidos los patéticos verdes alemanes.
Más que prepararnos para las guerras, en CTXT preferimos sumarnos al bando del presidente brasileño Lula da Silva, que pide activar de inmediato las mesas de negociación en Ucrania y en Palestina. En un marco de defensa de la democracia y los Derechos Humanos, España puede recuperar la figura de la jurisdicción universal suprimida por el PP en 2014. Existe una mayoría parlamentaria para que Madrid vuelva a ser un referente internacional en la persecución de dictadores y genocidas. El Gobierno progresista debe elegir qué papel quiere jugar en el escenario internacional. Podemos ser potencia diplomática o un títere más en manos de lo que un señor de Arkansas vote el próximo noviembre. Ejercer presión en esta dirección es lo que debemos pedirle a la ciudadanía y no que se prepare para un “escenario” de guerra.
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