martes, 19 de marzo de 2024

CTXT. Frenar el acoso sexual con derechos laborales, de Nuria Alabao

 Nuria Alabao 5/03/2024

Las condiciones de explotación en el trabajo sitúan a las mujeres en una relación de dominación donde las agresiones sexuales son parte constitutiva de ese dominio

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Explotación. / J. R. Mora

https://ctxt.es/es/20240301/Firmas/45819/Nuria-Alabao-acoso-sexual-derechos-laborales-dominacion-abuso-de-poder.htm


El #SeAcabó, las protestas de la selección de fútbol femenina por los abusos de poder y el beso de Luis Rubiales a la jugadora Jenni Hermoso nos dejaron una lección para estos tiempos. Las futbolistas tenían un conflicto sindical desde hacía tiempo y una lista de reivindicaciones laborales por las que se estaban movilizando, pero solo consiguieron atención pública y extensa solidaridad cuando se habló del beso no consentido. Podría entenderse entonces que si quieres mejorar tus condiciones de trabajo, obtendrás más apoyo social y presencia mediática si codificas el conflicto en términos de agresión sexual antes que de derechos o condiciones laborales. Parece que la explotación, el abuso o incluso la trata, movilizan menos si no van acompañados de sexo por algún lado.

Acoso y precariedad, una relación estrecha

Sucede claramente en la Universidad. Desde hace tiempo, es sabido que muchos profesores explotan el trabajo y las ideas de los estudiantes de doctorado o de los becarios que están en sus departamentos. Estos estudiantes dependen de ellos para poder conseguir algún contrato más estable en el futuro, así que poco pueden hacer –casi se considera un peaje que hay que pagar para poder hacer carrera académica–. Se han producido denuncias públicas que casi nunca tienen repercusión, salvo que se expresen en términos sexuales. Las denuncias de acoso sexual, independientemente del grado de violencia que conlleven, por lo menos pueden conseguir alguna repercusión mediática y desatar oleadas de apoyo –más allá de que se consiga o no acabar efectivamente con estos abusos o que sus perpretadores asuman las consecuencias–. Si no hay escándalo sexual, una vez más, la explotación laboral no parece preocupar o se asume como parte inherente al trabajo en una sociedad capitalista. El fenómeno del acoso o la violencia sexual en el trabajo –o en los estudios– no se puede comprender plenamente sin ponerlo en relación con el avance de la precariedad en las relaciones laborales. Precisamente es la inestabilidad laboral la que posibilita e impulsa el abuso.

Evidentemente, para que esto haya llegado a ser un tema de preocupación pública ha tenido que existir un activismo feminista muy presente en estas universidades, ya que antes muchas denuncias simplemente eran ignoradas y todo seguía igual. De hecho, el activismo feminista en la Universidad ha contribuido a crear procedimientos y protocolos para enfrentar estos casos como parte de “un intento comprensible de crear un mundo más predecible y, por tanto, más seguro y menos precario”, dice Alison Phipps sobre el caso estadounidense. Sin embargo, la autora cree que la manera en la que se están implementando, en vez de contribuir al bienestar de las mujeres que sufren acoso, acaba reforzando a la institución que instrumentaliza las narrativa de la seguridad y la protección: las relaciones de poder pueden seguir intactas, pero “si se siguen los protocolos correctos, todo irá bien”. Para Phipps, la violencia sexual se está volviendo un recurso útil para reforzar el poder de las instituciones, que dependen cada vez más de la precariedad como herramienta de dominación, de manera que la violencia sexual y las relaciones laborales precarias se refuerzan mutuamente. “Mientras que las relaciones laborales precarias exponen a las mujeres y a otras personas marginadas a sufrir abusos sexuales, la violencia sexual alimenta los procesos institucionales de explotación laboral a través del miedo, la incomodidad y el trauma” que genera, explica la socióloga. La inseguridad en el trabajo y la inseguridad física se entrelazan para moldear subjetividades vulnerables, de manera que la propia inseguridad se convierte en parte de las actuales formas de gobierno: quien tiene miedo no se organiza, como asegura Isabell Lorey en Estado de inseguridad. Organizarse, generar solidaridades feministas de clase es la mejor herramienta, tanto contra el abuso como contra la explotación. (...)

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