Marga Ferré 19/02/2024
Apuntes, desde Pasolini, sobre la crisis en la izquierda
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Divisiones. / La Boca del LogoEn 1975, el año de su salvaje asesinato, Pier Paolo Pasolini estaba en el puerto de Ostia, hoy barrio de Roma, sentado en una terraza con el periódico en la mano y pensando qué escribir en su habitual columna para Il Corriere della Sera. El cineasta italiano se percató de que el periódico solo hablaba de gente “importante”, de personas “serias” que definen la historia, y al levantar la vista y observar a gente normal que le rodeaba, se preguntó dónde estaban esos personajes tan importantes de los que hablan los periódicos, dónde vivían. Su respuesta aún me deslumbra:
“Y una idea inesperada, una iluminación, pone ante mí las palabras anticipadoras y, creo, claras: ‘Viven en Palacio’”. Y sentencia: “Sólo lo que pasa ‘dentro de Palacio’ parece digno de interés y de atención; lo demás es minucia, hormigueo de gente, cosas informes, de segunda categoría…”.
A partir de esa iluminación escribe su artículo “Fuera de Palacio”, que el genio italiano describe como el lugar donde reside el poder (político, económico, cultural), y en el que retrata a quienes lo ostentan y a sus muchos cortesanos. Esta alegoría pasoliniana, ese dentro y fuera de palacio, es el lenguaje que les propongo para entender las paradojas de la izquierda hoy en Europa Occidental (y en España) porque, créanme, en el Viejo Continente, la izquierda radical vive momentos extraños.
Gobierna en España, ha gobernado Grecia, desafía al poder en Francia y en Alemania, ha estructurado la oposición. Y, sin embargo… en estos cuatro países los espacios de izquierda se han roto y han inaugurado lo que me atrevo a calificar como el tiempo de las escisiones.
Solo una semana después de la conformación del nuevo Gobierno en España, Podemos anunció su ruptura con Sumar, una escisión que coincide en el tiempo con las que se han producido en la izquierda alemana, griega y francesa. Sobre esta situación excepcional baso mi afirmación de que son tiempos extraños en la izquierda europea.
En Alemania, Sahra Wagenknecht, la líder más popular de Die Linke (La Izquierda), ha abandonado el partido y ha anunciado la creación de uno nuevo bajo su poderoso liderazgo y nombre (BSW, Alianza Sahra Wagenknecht) con la intención de disputar electores a la creciente extrema derecha en Alemania. Mientras, en Francia, la coalición de izquierdas NUPES, liderada por Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa, se rompe tras haber conseguido 151 diputados en la Asamblea Nacional. En Grecia, tras unos malos resultados electorales, Syriza (que gobernó el país de 2015 a 2019) abrió un proceso de cambio de líder que ha desembocado en una escisión y en la creación de otro partido con el revelador nombre de Nueva Izquierda.
Cada caso es nacional, por supuesto, pero cuando cuatro escisiones en la izquierda europea se producen a la vez, una no puede evitar pensar que quizá haya una grieta tectónica común que las provoca. Los vectores de fuerza que empujan esta grieta, seguramente, serán múltiples, pero les aventuro uno: la crisis del populismo de izquierdas que surgió como representación de las revueltas populares contra la crisis financiera de la década pasada.
El año que el Palacio tembló
Volvamos la mirada atrás, hasta ese 2011 en el que las plazas de medio mundo se llenaron de protestas, en lo que el pensador francés Alain Badiou bautizó como “el despertar de la historia”. Pasolini nos cuenta que cuando los invisibles se mueven o votan lo que no deben, pueden hacer temblar el Palacio, causando terremotos en la jerarquía del poder.
Ese año, el “hormigueo de gente” tomó las plazas desde Tahrir en El Cairo a Wall Street en Nueva York, desde la Puerta del Sol a Syntagma en Atenas, provocando un terremoto, de intensidad media, sí, pero un terremoto. Esas revueltas históricas (le robo el término a Badiou) se transformaron en triunfos electorales, al menos en España y Grecia. Unas revueltas fuera de Palacio que, de forma directa o indirecta, auparon nuevas formaciones de izquierdas que disputaron el poder. El hecho de que hoy esas mismas izquierdas se encuentren en crisis me lleva, indefectiblemente, a pensar en una alfombra.
Sé que poner los pies sobre la alfombra de Palacio y no dejarse seducir por su suavidad requiere unos niveles de ideología que exceden la voluntad del individuo que la pisa. Requiere un movimiento que le recuerde de dónde vienen sus pasos y, sobre todo, hacia dónde caminar: ese intelectual colectivo al que otro gran italiano, Gramsci, apelaba para crear hegemonía, y eso es lo que, a mi juicio, la posmodernidad impidió.
Los ultraliderazgos que caracterizan al populismo de izquierdas (Mélenchon en Francia, Pablo Iglesias en España, Alexis Tsipras en Grecia o Sahra Wagenknecht en Alemania) pueden tener utilidad para hacer avances electorales, pero exigen formaciones políticas más líquidas que las tradicionales, en las que la palabra del líder es lo que cuenta. Una relación directa entre el líder y los votantes, casi sin intermediación, que explica por qué, en las escisiones mencionadas, el elemento común (lo inexplicable de la grieta) es que no se producen por insalvables diferencias ideológicas, sino, más bien, por interpretaciones sobre la forma del partido, a quién dirigirse y quién ostenta el poder en esa izquierda en disputa.
Yo no creo que los liderazgos fuertes sean especialmente relevantes para la tarea común. Creo, llámenme antigua, que los liderazgos se construyen, no se imponen y, además, sospecho que en muchos casos son la excusa tras la que se esconde cierto despotismo ilustrado, que no es, ni de lejos, mi forma favorita de ejercicio del poder.
Interpretar el mundo desde el Palacio tergiversa la mirada, la opaca o, por a usar las descarnadas palabras de Pasolini: “De cuanto ocurre ‘dentro de Palacio’ lo que importa realmente es la vida de los más poderosos, de los que están en la cúspide. Ser ‘serios’ significa, al parecer, ocuparse de ellos. De sus intrigas, de sus alianzas, de sus conjuras, de sus fortunas y, por último, también de su modo de interpretar la realidad que hay ‘fuera de Palacio’; esa realidad enojosa”.
Lo que quiero decir es que el problema de la izquierda no es estar dentro del Palacio, sino pensar desde él (...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario