Gerardo Tecé 12/03/2024
Estén atentos a los principales diarios financiados con publicidad de la CAM, porque nos esperan aventuras extraordinarias que nada tendrán que ver con las facturas falsas de la pareja de Ayuso
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Durante su discurso de proclamación como presidenta del PP madrileño, Isabel Díaz Ayuso se emocionó recordando a su familia. Han tenido que pagar un alto coste personal por apellidarse Díaz, declaró la presidenta, mientras los asistentes aplaudían y los 692.479 Díaz que según el INE residen actualmente en España se estremecían porque entendían de lo que hablaba. ¿Qué Díaz de este país no ha sufrido la desgracia de ver cómo la empresa de su padre recibía un aval de 400.000 euros de una empresa semipública y que, al no devolver el préstamo, no pasase absolutamente nada gracias a la intermediación de su hija metida en política? ¿Qué Díaz no tiene un hermano que recibiese 280.000 euros durante lo peor de la pandemia al contratar una venta de mascarillas con la administración dirigida por su propia hermana? ¿Qué Díaz no se ha enamorado alguna vez y ha unido su vida a una pareja sentimental que, mediante sociedades pantalla, emite facturas falsas por valor de 1,7 millones de euros para defraudar a la Hacienda pública? Los Díaz, lo sé porque conozco a unos cuantos, saben bien lo que supone llevar a las espaldas la pesada carga de tan señalado apellido.
Las empresas de Alberto González Amador, pareja de la más conocida de las Díaz, dispararon su actividad en el sector sanitario y farmacéutico en aquellas fechas en las que morían 700 personas al día, como reza aún en forma de tuit el último vestigio de Pablo Casado, que en paz descanse. De nuevo la dichosa pandemia. La presidenta madrileña quiere pasar página, pero cuando no son las protestas de los molestos familiares de las 7.291 víctimas de las residencias es un allegado más que se forró de forma indisimulada durante aquellos días. No hay forma de que la cosa caiga en el olvido si, cada dos por tres, nos viene a la mente esa expresión tan taurina de que unos salieron de aquello por la puerta grande y a otros se les negó hasta la enfermería.
Con la presidenta madrileña maldiciendo su mala suerte –ojalá Alberto hubiese sido currante de Mercamadrid– por estar viviendo en un céntrico y lujoso piso a nombre de su novio pagado en circunstancias dudosas, comienza el baile nacional. En los medios que dedicaron portadas y horas de debate y tertulia al casoplón con piscina de Iglesias y Montero, valorado en 600.000 euros, surgirá el más profundo sentido de la responsabilidad para concluir que el piso de un millón de euros en el que vive Ayuso es parte de la inviolable esfera personal, no importa cómo haya sido pagado. ¿Qué Díaz no se ve envuelto en una de estas sin comerlo ni beberlo? La justicia, que investigó hasta las últimas consecuencias burdas facturas falsas, la situación laboral del asistente de un diputado con discapacidad o los brazos que sujetaban al hijo de una ministra, mantendrá la calma para que el proceso siga su ritmo sin estridencias y sin poner en riesgo la presunción de inocencia de la pareja de la presidenta madrileña, no importa la solidez de la investigación de la Agencia Tributaria. Y como nadie es culpable de lo que haga otro, el Feijóo que hace un cuarto de hora implicaba a Pedro Sánchez en el caso del asesor del exministro Ábalos, explicará que, por supuesto, nada tiene que ver Ayuso con las actividades de su pareja. Indignación en Cantora. Como diría Oscar Wilde, es la importancia de llamarse Díaz en una sociedad hipócrita. Estén atentos en las próximas fechas a los principales diarios financiados con publicidad institucional de la Comunidad de Madrid, porque nos esperan aventuras extraordinarias que nada tendrán que ver con esto que, en páginas interiores, será calificado de anécdota.
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