Marta Maroto Beirut (Líbano) , 7/12/2023
Amnistía Internacional y Human Rights Watch concluyen, como ya hicieron Reporteros Sin Fronteras, AFP y Reuters, que el ataque israelí que el 13 de octubre mató al reportero en el sur del Líbano tenía como objetivo a la prensa
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Coche del equipo de Al Jazeera, tras el ataque israelí que acabó con la vida de Abdallah el pasado 13 de octubre. / Human Rights Watch
El ataque israelí que el 13 de octubre mató al fotoperiodista Issam Abdallah en el sur del Líbano, donde se desarrolla el conflicto entre Israel y la milicia chiíta Hezbolá, fue intencionado y debe ser investigado como un crimen de guerra, según concluyen las investigaciones de Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch (HRW).
Estas conclusiones se suman a las de Reporteros Sin Fronteras, que determinó que los periodistas fueron “un objetivo explícito”, la agencia AFP o Reuters, medio para el que trabajaba Abdallah y que fue objeto de críticas durante los primeros días después del asesinato por hablar de la muerte de su trabajador sin mencionar la autoría del atacante. Este jueves 7 de diciembre, el Gobierno libanés en funciones ha anunciado que elevará los resultados de las investigaciones de los dos medios de comunicación a una queja internacional.
Cinco días después del comienzo de las hostilidades a lo largo de la línea azul, el frente norte de Israel, el grupo de periodistas en el que se encontraba Abdallah fue atacado a las seis de la tarde, dos veces en un intervalo de apenas 37 segundos. El primer cohete fue lanzado desde las colinas que separan Al Naguaquir y Jordeij en Israel, según ha podido indicar AI tras el estudio de la posición de los restos del explosivo, un cañón de tanque de 120mm que solo emplea el Ejército israelí en esta región, que también se ha encontrado en Gaza y que manufactura una compañía israelí.
Además de la muerte inmediata de Abdallah, otros seis periodistas resultaron heridos, una de ellas, Christina Assi, fotógrafa de AFP, todavía se encuentra en el hospital y ha perdido una pierna. El segundo impacto incendió el coche del equipo de Al Jazeera, según recuerda Dylan Collins, videógrafo de AFP, cuando él se dirigía a hacer un torniquete a Assi, que gritaba que no sentía las piernas. Las organizaciones no han podido determinar la naturaleza del segundo misil, de menor tamaño y posiblemente dirigido.
Todo el grupo vestía chaleco antibalas y casco, no solo por protección, sino por identificación. Por el mismo motivo, uno de los coches del grupo llevaba escrito ‘TV’, reconocible desde el suelo y a vista de dron, y dejaron las puertas abiertas a propósito para indicar que no eran objetivo militar. En el momento del ataque, se encontraban a un kilómetro de la frontera con Israel, en los alrededores del pueblo de Alma Al Chaab, que tras dos meses de guerra ostenta el lamentable título de ser una de las zonas más afectadas por los bombardeos.
Las cámaras fueron desplegadas en mitad de una calle, en una zona con plena visibilidad, y en el momento del ataque los periodistas ya llevaban casi una hora en la misma posición –de hecho, en los últimos 40 minutos, un helicóptero apache y un dron israelíes habían estado sobrevolando la zona–. Este es uno de los principales argumentos de ambas organizaciones para afirmar que Israel sabía con toda certeza, o tenía herramientas de sobra para saberlo, que no eran objetivos militares sino civiles, cuyo ataque supone un crimen de guerra en el marco del Derecho Internacional Humanitario, la normativa que se aplica en conflictos armados.
Abdallah, de 37 años, nació en Khiam, a apenas cinco kilómetros de la frontera con Israel. Su cuerpo calcinado fue enterrado entre olivos y granados, y a su tumba le acompañaron los objetivos rotos de la cámara con la que trabajaba cuando fue asesinado. El pueblo del periodista fue duramente golpeado por la ocupación israelí desde mediados de los 80 hasta el 2000, y después por la guerra entre Hezbolá y el país vecino en el 2006, que no llegaron a firmar la paz.
El trabajo de Abdallah se había centrado en la zona sur del Líbano, donde sus habitantes muchas veces se sienten olvidados por el Estado y por el resto de libaneses, que apenas están notando las consecuencias de este conflicto, muy centrado en el sur y que ya ha desplazado a más de 50.000 personas.
Un día después de la tragedia, el portavoz militar israelí comentó que “sentía mucho la muerte del periodista” y dijo a Reuters que el Ejército estaba “buscando imágenes para dar una respuesta cuando estén preparados”. Sin embargo, HRW denuncia que esta investigación no se está produciendo. Inmediatamente después del ataque, el embajador israelí ante las Naciones Unidas, Gilad Erdan, dijo en una sesión informativa que “obviamente, nosotros no queremos matar o disparar a ningún periodista… pero ya sabes, estamos en un estado de guerra, estas cosas ocurren”.
En lo que llevamos de guerra, 56 periodistas palestinos, 3 libaneses y 4 israelíes han muerto, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), que calificó el pasado mes de octubre del “más letal para los periodistas” desde 1992, año en el que la organización comenzó a realizar registros. En mayo de este año, el CPJ llamó la atención de que, en los últimos 22 años, ningún miembro de las fuerzas armadas libanesas ha sido procesado o responsabilizado del asesinato de, al menos, una veintena de periodistas.
En el Líbano, cinco días antes del asesinato de Abdallah, el 9 de octubre, periodistas de Al Jazeera sufrieron un ataque similar en Dahira, sobre la línea azul, siguiendo la misma pauta: un helicóptero sobrevoló la zona antes de que un misil cayera sobre su coche, que también estaba identificado como prensa, según recoge RSF.
El 21 de noviembre, otros dos periodistas libaneses, Farah Omar y Rabia Al Maamari, reportera y cámara de Al Mayadeen, la televisión afiliada a Hezbolá, murieron tras recibir el ataque de un dron cuando informaban sobre las hostilidades desde Tayr Harfa. El cráter de la explosión demuestra la precisión del ataque: los periodistas y un acompañante, que también falleció en el ataque, se encontraban entre una casa y un árbol que no llegaron a verse afectados. Solo ellos recibieron el impacto, ni siquiera la silla de plástico que reposaba a pocos metros.
Lama Al Arian, periodista documental, escribía en una emotiva carta de despedida a su amigo Abdallah en el New York Times sobre el trabajo que llevan a cabo los periodistas en zonas de guerra, especialmente ahora en Gaza, documentando crímenes de guerra que afectan directamente a sus familias, mientras Israel, que no quiere testigos, se esfuerza por borrar a un pueblo entero: “Conocemos estas escenas solo por la valentía de los periodistas que se están entre ellos. Cada mañana consulto sus cuentas en las redes sociales para ver quién logró sobrevivir una noche más”.
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