domingo, 3 de diciembre de 2023

El Salto. Las FDI, la construcción de la nación y el militarismo israelí, de Haim Bresheeth-Zabner

 19 NOV 2023 

Haim Bresheeth-Zabner... Es profesor investigador asociado en SOAS (University of London) y miembro fundador de la Jewish Network for Palestine (Reino Unido). Autor de An Army Like No Other: How the IDF Made a Nation (2020).

La deshumanización israelí de los palestinos no es un signo de fortaleza social, sino de una dolencia terminal del tejido social del sionismo. Es lo que provocará su disolución.

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Fuerzas armadas Israelíes entran en la Franja de Gaza. Foto: IDF


Antes del 7 de octubre, Israel era ya una nación desgarrada. Tras nueve meses de manifestaciones masivas contra el primer ministro Benjamin Netanyahu y su golpe judicial, la polarización conocía máximos históricos. El rencor y la determinación concentrados en hacer caer a su gobierno habían galvanizado a más de la mitad del país. Notablemente, a las protestas se unieron antiguos oficiales del ejército, el Mossad y el Shabak, así como empleados de las principales empresas de alta tecnología, que constituyen la columna vertebral del complejo industrial militar israelí. Parecía que Netanyahu caería en cuestión de meses. Mientras todas las miradas se centraban en el esperado veredicto del Tribunal Supremo sobre uno de los cambios introducidos por la legislación en materia judicial aprobada por su gobierno, nadie prestó demasiada atención a Gaza. A pesar de las advertencias de los servicios de inteligencia egipcios, el ataque de Hamás del 7 de octubre constituyó una sorpresa. Para comprender plenamente la conmoción que este ha infligido a la sociedad israelí, hay que remontarse al momento de la creación de la nación israelí.

Una institución de construcción nacional

La construcción del ejército israelí comenzó mucho antes de la creación de Israel. Los dirigentes sionistas de la Palestina británica eran muy conscientes de la necesidad de disponer de una fuerza militar moderna para arrebatar la tierra a la población autóctona. En 1946 las organizaciones sionistas controlaban menos del 7 por 100 de los territorios palestinos. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930, tres organizaciones rivales –la Haggana, el Irgun y Lehi– entrenaron y armaron secreta e ilícitamente a decenas de miles de combatientes y construyeron plantas de construcción de armamento rudimentarias pero eficaces. Al final de la guerra árabe-israelí de 1948, sus filas se habían engrosado hasta alcanzar los 120.000 efectivos tras unirse a ellos miles de soldados británicos que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial y supervivientes de los campos de exterminio de la Alemania nazi. Durante la guerra de 1948 esta formidable fuerza derrotó fácilmente a los pocos miles de soldados irregulares carentes de entrenamiento procedentes de Palestina y a las fuerzas muy inferiores de los países árabes circundantes: Jordania, Egipto, Siria e Iraq. Como resultado de todo ello, aproximadamente 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras y el nuevo Estado de Israel pasó a controlar el 78 por 100 de Palestina.

El recién creado Israel tenía un gran ejército pero no tenía nación. Los 650.000 judíos de la nueva entidad política distaban mucho de ser un grupo homogéneo: hablaban numerosas lenguas, procedían de culturas diversas y no compartían una ideología política. El primer presidente del gobierno de Israel, David Ben-Gurion, se percató inmediatamente de ello. La nación que él crearía sería una nación en armas, que se encontraría en un estado permanente que no sería ni de paz ni de guerra. Para que este modo de existencia se convirtiera en el modus vivendi de Israel, se necesitaría un gran proyecto de ingeniería social que duraría décadas y exigiría una renovación constante. Así pues, al igual que el Estado israelí fue creado por el ejército sionista, también lo fue la nación israelí. Al fin y al cabo, era la institución de mayor envergadura, la más rica y la más poderosa de Israel.

La conscripción de todos los varones adultos, así como de muchas mujeres, creó una experiencia común a partir de la cual empezó a surgir una identidad común basada en el conflicto con los palestinos y las naciones árabes. A través de una larga serie de guerras iniciadas por Israel, así como de campañas militares más limitadas lanzadas entre ellas, se creó una identidad nacional totalmente dependiente del ejército. Otros asuntos podían dividir a los israelíes, pero prácticamente la totalidad de su población era miembro del mayor club de la sociedad israelí, el cual traspasaba fronteras de clase, cultura, lengua y religión. El ejército se convirtió en una organización en la que confiaba la totalidad de los judíos israelíes, a diferencia de todas las demás organizaciones cívicas y estatales, que dividían a la población en lugar de unirla. Israel se convirtió así en una democracia guerrera similar a una Esparta moderna, dotada de un ejército ciudadano de judíos del que formaba parte también una pequeña minoría de drusos y beduinos.

De un ejército profesional a una policía colonial

El ejército de Israel fue elevado en la opinión pública a tales cotas de prestigio que incluso cuando las fuerzas egipcias y sirias le asestaron un golpe devastador en la guerra de 1973, la culpa recayó principalmente sobre los políticos, ya fuera la primera ministra Golda Meir o el ministro de Defensa Moshe Dayan, y no en los oficiales del mismo. La derrota parcial fue una señal temprana de un importante proceso que había comenzado en 1967, esto es, la transformación del ejército israelí en una fuerza policial colonial glorificada (...)


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