Vanesa Jiménez 10/01/2024
El fútbol español se dispone, jubiloso, a volver a blanquear a un régimen que vulnera los derechos humanos y esclaviza a las mujeres. A la Federación, ya sin Rubiales, le ha durado el feminismo un cuarto de hora
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Florentino Pérez, Enrique Cerezo, Ahmed Al Mohtaseb, Isabel Díaz Ayuso, Álvaro Iranzo Gutiérrez y Luis Rubiales en la final de la Supercopa de 2020 en Arabia Saudí. / DirectTV Sports
La Supercopa de España se juega esta semana en Arabia Saudí, una dictadura como la copa de una secuoya. No ni ná. La Supercopa de España se juega esta semana en Arabia Saudí, una monarquía absoluta que ignora los derechos humanos, persigue con cárcel y muerte la disidencia, la homosexualidad, el adulterio; niega la libertad de información, esclaviza a las mujeres... porque el caso Rubiales iba a transformarlo todo, pero la Real Federación Española de Fútbol, el ente que organiza el exótico torneo y se comprometió a “realizar cambios estructurales para iniciar esta nueva etapa, absolutamente necesaria, que respete criterios de buena gobernanza, transparencia e igualdad”, no parece dispuesta a cambiar nada si hay dinero de por medio. No ni ná.
La Supercopa se juega en Arabia porque Luis Rubiales, el ideólogo del traslado de la cosa a la dictadura saudí, junto al exfutbolista Gerard Piqué [“Ocho millones al Madrid y al Barça... y os quedáis la Federación seis kilos, tío”], tuvo que irse, empujado por una rebelión feminista que dijo basta ante una agresión sexual televisada, pero los que le aplaudieron, en aquella sala abarrotada y desde sus casas, siguen. Y, también, la Supercopa se juega en Arabia porque el Consejo Superior de Deportes, presidido por el exministro José Manuel Rodríguez Uribes, prefiere mirar para otro lado, que para eso la RFEF es un organismo privado y la utilidad pública solo importa a veces. Y ya tienen bastante con la agencia española antidopaje, que descuidaba algunos positivos.
Si Arabia Saudí se ha empeñado en blanquear su régimen con miles de millones de dólares, quiénes son ellos para impedírselo. Si además el rey Salmán bin Abdulaziz es íntimo del emérito… Y si Cristiano Ronaldo, Benzema o Neymar juegan allí… No será tan mal sitio. Ya lo dijo el entrenador del Barcelona, Xavi Hernández: “Arabia Saudí tiene cosas que mejorar, pero también como nosotros en España”. Un sabio.
Hagamos un poco de memoria. Mitad de enero de 2020. Mundo pre pandémico. Final de la Supercopa en el estadio King Abdullah Sports City, en la ciudad de Yeda, Arabia Saudí. El Real Madrid le gana al Atlético en los penaltis. En el podio –así lo llamaron– de la victoria, Florentino Pérez, Enrique Cerezo, Ahmed Al Mohtaseb (vicepresidente de Sela Sports), Isabel Díaz Ayuso, Álvaro Iranzo Gutiérrez (embajador de España en Arabia Saudí), varios jeques y Luis Rubiales, por ese orden. Lo que ocurrió aquella noche, más allá de gestas deportivas, fue un hito en la historia de los derechos humanos y del feminismo. Ya quisieran Clara Campoamor, Rosa Parks, las sufragistas, Simone de Beauvoir, Gloria Steinem y Angela Davis, todas juntas. La presidenta de la Comunidad de Madrid acudió al evento con la cabeza descubierta y un vestido camisero sutilmente remangado.
“El gesto de Ayuso por ‘la igualdad’ que desafió a las normas islámicas contra las mujeres”. “Melena al viento en Arabia Saudí: Díaz Ayuso defiende la normalidad de la mujer en la final de la Supercopa”. “El aplaudido gesto feminista de Díaz Ayuso en Arabia Saudí”. “Díaz Ayuso da una lección de feminismo: acude sin velo a la final de la Supercopa en Arabia Saudí”. La carcunda mediática se entregó a la hazaña de la lideresa madrileña sin mencionar que, si eres una mujer extranjera, y diriges algo, y además te van a colocar en la tele para que te vean millones de personas, quizá te dejen estar allí en negligé, que el objetivo es parecer modernos, no que se te note que tratas a las mujeres como esclavas. Por ese motivo, también aquella noche pudimos entrar en ese estadio sin restricciones. Cuatro días después, ya sin focos, la Cadena Ser publicó un vídeo en el que se venía cómo la normalidad había vuelto a los estadios del país: los hombres ocupaban las zonas más cercanas al césped; las familias, hombres, mujeres y niños, volvían a los lugares más apartados de las gradas.
Cuando esta semana escuchen de nuevo que el régimen saudí se encuentra inmerso en un proceso de apertura, que la libertad aflora entre los rincones del bello país de Oriente Medio, que las mujeres pueden votar desde 2015 o conducir desde 2018… Cuando estos días oigan a mujeres periodistas asegurar, como ya hicieron en 2020, que estaban trabajando con “absoluta normalidad, mejor que en muchos estadios”, o cuando se esgriman argumentos similares a los de Rubiales –llevar la Supercopa en Arabia Saudí era una “obligación moral” para luchar contra la desigualdad social en el país– recuerden que la gesta feminista de Ayuso tuvo poco éxito en el país de Salmán bin Abdulaziz.
El 8 de marzo de 2022, Día Internacional de la Mujer, el régimen saudí promulgó la Ley sobre el Estatuto Personal, que según Amnistía Internacional –y cualquiera con una cantidad decente de neuronas– “perpetúa el sistema de tutela masculina y codifica la discriminación de las mujeres en la mayoría de los aspectos de la vida familiar”. La norma, promocionada por el príncipe heredero Mohammed bin Salman y otros funcionarios del gobierno como “progresista”, consiste en fomentar la violencia machista y el abuso sexual en el matrimonio: las mujeres necesitan el permiso de un tutor para casarse, deben obedecer a sus maridos de “manera razonable”, ninguno de los cónyuges puede abstenerse de tener relaciones sexuales o cohabitar sin el consentimiento del otro cónyuge; el marido puede divorciarse unilateralmente de su esposa, pero la mujer solo puede pedir a un tribunal que disuelva su contrato matrimonial por motivos limitados; los padres siguen siendo los tutores por defecto de sus hijos… Rothna Begum, investigadora de Human Rights Watch, lo resume así: “Simplemente consagraron la discriminación contra las mujeres en el código penal” (...)
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