Catar financió a Hamás durante años, dio cobijo a sus dirigentes y lo legitimó como poder político. Pero todo lo que hizo fue con el pleno consentimiento y estímulo de Israel
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El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, junto al primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores catarí, Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, el 22 de noviembre de 2022 en Doha (Catar). / Ronny Przysucha (U.S. Department of State)
Netanyahu quiere convertir a Catar en el chivo expiatorio ...
Si se pregunta a muchos israelíes y a algunos estadounidenses, responderán con enfado que todo es culpa de Catar. Por endeble que sea el argumento, se ha convertido en la tónica en Israel en los últimos tres meses: culpar vehementemente a Catar por su complicidad financiera y política en el vil y despiadado atentado terrorista que cometió Hamás el 7 de octubre.
Estos críticos aseguran que Catar financió generosamente a Hamás, dio cobijo a dirigentes de Hamás y permitió al grupo legitimarse como poder político. En resumen, todo es culpa de Catar.
Esto puede ser cierto, pero está totalmente desprovisto de contexto político. Como tal, es una forma indolentemente cómoda de elegir un chivo expiatorio para desacreditar y desviar las críticas y alejar la responsabilidad de quienes deberían asumirla, en particular el primer ministro Benjamin Netanyahu.
En primer lugar, Hamás cometió las atrocidades, no Catar. En segundo lugar, Catar canalizó dinero hacia Gaza para mantener el régimen de Hamás a petición de Israel. En tercer lugar, en 2018, cuando Catar estaba considerando si detener los pagos, Israel envió emisarios de alto nivel a Doha para suplicar a los cataríes que continuaran con los mismos. En cuarto lugar, Catar es indispensable para mediar en la liberación de los rehenes israelíes. Ya lo ha hecho y continúa haciéndolo. En quinto lugar, desde una perspectiva geopolítica más amplia de un Oriente Próximo de posguerra, Catar podría y debería ser una parte central de la solución, y desde luego no el problema.
La financiación de Hamás parece ser el asunto más relevante, amargo e incómodo. El hecho es que todo lo que hizo Catar fue con el pleno consentimiento y estímulo de Israel, y como parte de una política deliberada.
Udi Levi, antiguo jefe de la unidad Harpoon del Mossad –la ya disuelta división de contraterrorismo financiero creada para examinar las finanzas de Hamás– no es partidario de la participación de Catar. Sin embargo, describe con detalle cómo todo lo que hicieron los cataríes se llevó a cabo en coordinación con Israel.
El 10 de diciembre, The New York Times publicó un extenso artículo de investigación que revela hasta qué punto Israel fomentó que Catar financiara a Hamás. Una semana después, el mismo periódico cita al mismo Udi Levy acusando a Netanyahu de ignorar las advertencias del Mossad sobre la financiación catarí.
Catar no estaba canalizando fondos ilícitos a Gaza de un modo subrepticio. Hizo lo que Israel le pidió y lo que Israel aprobó. Puede que a algunas personas les resulte incómodo admitirlo, pero esa es la realidad.
Israel animó a Catar a canalizar dinero a la Franja de Gaza porque servía a una política; una mala política, pero una política al fin y al cabo. Formaba parte del concepto muy manifiesto, muy coherente y muy erróneo del Sr. Netanyahu de que fortalecer a Hamás debilitaba a la Autoridad Palestina al crear un contrapeso en la política palestina que, de este modo, le eximía de tener que tratar con los palestinos en cualquier proceso diplomático.
En marzo de 2019, dirigiéndose a su facción parlamentaria del Likud, Netanyahu dijo que “cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el fortalecimiento de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás”. Un año antes, en 2018, su gabinete, de hecho, aprobó transferencias de dinero catarí a Hamás. Que Netanyahu intente ahora negar esa política o endulzarla es propio de él: es manipulador y mendaz. Sin embargo, demasiada gente conoce la realidad, y ningún ataque a Catar cambiará eso.
Esta acusación contra Catar está surgiendo lentamente también en Washington, donde se está cuestionando la supuesta complicidad del Estado del Golfo. Pero las Fuerzas Aéreas estadounidenses mantienen allí la enorme base aérea de Al Udeid, y también el cuartel general avanzado del Mando Central de Estados Unidos (CENTCOM, por sus siglas en inglés). Esto contribuye a una visión más completa de Catar.
En Washington existe un proceso –aunque lento– de configuración de una perspectiva más amplia del panorama geopolítico de Oriente Próximo tras la guerra, que Israel sigue negando. Estados Unidos ve la guerra como un catalizador para la formación y consolidación de dos ejes enfrentados: el eje de la anarquía, el desorden y el terrorismo, que incluye a Irán, Siria, Hezbolá, Hamás y los hutíes en Yemen, con el apoyo y la tutoría de Rusia. En el lado opuesto está lo que podría llamarse un “eje del orden”, que incluye a los estadounidenses, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Israel y, sí, Catar.
En muchos aspectos Catar es único por su política exterior regional y sus canales abiertos de comunicación con Estados Unidos, Arabia Saudí, Hamás e Israel. En una región reconfigurada desempeña un papel fundamental.
Por sus relaciones con los movimientos de los Hermanos Musulmanes y la influencia que ejerce sobre ellos, Catar se ha convertido en una especie de “Estado bisagra” en la política de Oriente Próximo. En ese sentido, podría verse atraído por un eje de orden liderado por los estadounidenses (...)
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