lunes, 5 de julio de 2021

“La banca fue responsable del desmantelamiento industrial vasco”

 ELA.EUS    Iván Giménez   Mayo 2021

Oriol Malló, autor de “El libro negro del BBVA”, hace un recorrido por la negra historia de la oligarquía vizcaína
Si alguien decide escribir El libro negro del BBVA; de la oligarquía vizcaina al caso Villarejo sabe desde el principio que acabará metido en problemas, aunque viva al otro del charco, o precisamente por ello. Oriol Malló (Barcelona, 1967) vive desde 2005 en Puebla (México), donde sigue ejerciendo de periodista y profesor, pero siempre desde esa intemperie arriesgada a la que uno se arroja cuando levanta la alfombra donde el poder esconde sus abusos y miserias.

Este libro, publicado por Txalaparta en 2020 (2010), estuvo congelado más de una década porque las amenazas contra el autor y sus fuentes (“cuando gente poderosa de Bilbao se enteró de que andaba escribiendo esto -recuerda Oriol-, movieron los hilos para que no pudiera continuar”) le obligaron a parar, allá por 2007.
“Mi fuente principal era el ex fiscal anticorrupción del Juzgado de Garzón en la Audiencia Nacional -explica Malló-, donde yo mismo fui detenido y torturado en 1992. Me acusaban de pertenecer a Terra Lliure, y me tocó declarar ante Garzón, que escuchó mi relato de torturas como quien oye llover. Con el fiscal de aquel juzgado, David Martínez Madero, coincidí por casualidad años después, ya como periodista, y se convirtió en mi principal fuente de información”. 

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“El libro negro del BBVA” no empieza en 2007, ni mucho menos, sino en la fundación de los Bancos de Bilbao y Vizcaya, auténticos tractores financieros del poder corrupto y esclavista de una saga de apellidos que han controlado económicamente Bizkaia desde siempre: los Ybarra, Careaga, Delclaux, Knorr, Sendagorta, Lequerica, De la Sota, Arteche, Lezama-Leguizamón, etcétera. Era la añeja oligarquía vasca, que “el periodista Gregorio Morán acertadamente bautizó como Primer Imperio de Neguri”. Tal y como recoge Malló, “crearon una ciudad-jardin segregada al 100% en el puerto pesquero de Getxo”.
Tuvieron sus tiempos de gloria antes del crack de 1929, gracias a la siderurgia (el filón de hierro en la margen opuesta de la ría, Triano, La Arboleda…) y la construcción naval. Era una “sociedad de plutócratas” vertebrada en torno al Club Marítimo del Abra, la Sociedad Bilbaína y el club de golf. Como escribió el historiador Raymond Carr, “los hombres realmente ricos de España, a partir de 1900 estaban, con pocas excepciones, en el País Vasco”.

Sin embargo, Malló recoge que “sus descendientes, la tercera generación, cumplieron con la norma sagrada del capitalismo familiar: dilapidar las joyas del clan y perder la sacrosanta posición social que ganaron sus ancestros; eso sí, sin dejar de cobrar los dividendos de sus acciones, los intereses de sus cuentas evadidas al extranjero, ni las rentas de los inmuebles acumulados”. La mayoría fueron educados por el Opus en el colegio de Gaztelueta, creado para “ir birlando a los jesuitas el mercado educativo de los hijos de buena familia”.
La huida del Ensanche bilbaíno -demasiado cerca de la presión obrera de los astilleros de la ría- se acentuó entre 1916 y 1934, hasta que Neguri, “diseñado por el arquitecto José Amann (algunos de sus descendientes serían el ministro socialista Joaquín Almunia o el peneuvista Álvaro Amann), llegó a contar con unas 100 casas señoriales”.


De la mano del poder
Más adelante, tal como se cuenta en el libro, “los neguritas que en 1937 ‘liberaron’ Bilbao para Franco, se agenciaron las riendas del poder político; fusionaron Estado y capital a través de un enjambre de familias divinizadas por su heroico papel como financiadoras del golpe, pero también como vanguardia militar del alzamiento”. Y Oriol Malló desgrana esa lista de “alcaldes franquistas que malgobernaron Bilbao, pero que tenían capturado al Estado y oprimida a la clase trabajadora: Areilza, Zuazagoitia… Bilbao fue el consistorio más corrupto de todo el Estado: solo en 1948 se abrieron 30 expedientes por esa razón”.


Principio del fin
Hacia finales del franquismo, la simbiosis entre la banca (Bilbao, Vizcaya) y la industria naval y siderúrgica empezó a naufragar, según Malló. “La banca fue la principal responsable del acelerado colapso de la industria que casi un siglo antes contribuyó a crear”. A diferencia de los banqueros europeos, los españoles (y vascos) veían sus participaciones industriales como inversiones extraordinarias para especular. “No obedecían al paradigma de ‘capital paciente’ propio de una banca universal” o de un capitalismo productivo con visión a largo plazo. Basta con analizar, hoy en día, dónde está la industria vasca en comparación con la alemana, por ejemplo.
Ya en los estertores del régimen, esa oligarquía casposa y franquista se vio penetrada por jóvenes formados en Deusto que un día serían la vanguardia del pujante PNV, que rápidamente heredó las riendas económicas y políticas del país con otros mensajes y otra imagen, pero con similares objetivos socioeconómicos.
Oriol Malló revela cómo “un joven estudiante, Pedro Luis Uriarte, buscó en 1966 al jesuita Luis Bernaola para que lo recomendara en algún banco vizcaino; no lo hizo, pero le dio el pase a General Eléctrica, lo que fue una buena catapulta para formar cuadros capitalistas en ese esquema darwinista en el que solo sobreviven los más aptos”. Uriarte ya era en 1980 consejero de Economía del incipiente Gobierno Vasco y se erigió en experto sobre las opacidades del Concierto Económico con el Estado, “prácticamente en comisión de servicios desde el Banco de Bilbao”, según el libro de Malló. Luego, a mediados de los 90, Uriarte regresaría al banco -una vez fusionado con el Vizcaya- para ocupar su cúspide y encargarse de su expansión latinoamericana. El banco lo acabó jubilando junto a Emilio Ybarra y les regaló 57 millones de euros por los servicios prestados (...)

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