Esther Ballesteros Mallorca — 22 de septiembre de 2022
Un telegrama acaba de llegar a Mallorca desde el Ministerio de Defensa. Fechado el 22 de noviembre, da el visto bueno al 'Anteproyecto del ferrocarril militar de la estación de La Puebla al Puerto de Alcúdia'. Es 1938 y el aeródromo de Pollença, próximo a Alcúdia, se ha convertido en la principal base de operaciones de la Aviazione Legionaria italiana desplazada a España para apoyar a los sublevados. A favor del nuevo trazado se muestra Ramón Franco Bahamonde, comandante de aviación en Balears y hermano del que a la postre se convertirá en dictador del país durante cerca de cuarenta años. Su papel es determinante a la hora de autorizar las obras del ferrocarril, presupuestadas en 1,9 millones de pesetas. Los trabajos, sin embargo, no verán la luz, pero se convertirán en paradigma de los trabajos forzados a los que serían sometidos en la isla los presos del franquismo.
La bahía de Pollença, en la actualidad uno de los principales núcleos turísticos de la costa norte de Mallorca, fue durante el conflicto bélico punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, al igual que durante siglos anteriores lo había sido para las rutas comerciales del Mediterráneo occidental. Frente a sus costas perdió la vida, precisamente, el propio Ramón Franco –tan solo un mes antes de que las obras del tren fuesen aprobadas– cuando su hidroavión, nada más despegar, se precipitó en barrena sobre el mar.
Mientras tanto, el proyecto continuó adelante. Una obra de enorme envergadura impulsada previa expropiación de 187 parcelas y la oposición de quienes comenzaban a vivir del turismo incipiente. En 1940, la necesidad de mano de obra para la fortificación del litoral y el aumento de precio de los materiales y el transporte dejaron definitivamente paralizada la construcción del ferrocarril.
El historiador Miquel Josep Crespí Cifre, autor del trabajo Esclaus a l'illa de la calma. La repressió a sa Pobla durant la Guerra Civil i els primers anys del franquisme, narra cómo se desarrolló el anteproyecto en un contexto en el que el municipio se convertía en escenario de “una de las represiones más crueles” de la época en contraste, señala, con la idílica y tranquila visión de la isla que Santiago Rusiñol había dibujado años antes en sus cuadros: “La Mallorca que describimos es todo lo contrario: cruel y terrible, un lugar del que querrías escapar, pero no puedes”, subraya el investigador en su obra. “Poca gente sabe o poca gente habla de que en Mallorca no solo hubo campos de concentración, sino que fue uno de los primeros lugares de toda España donde los hubo debido a que en la isla triunfó el golpe de Estado”, recuerda.
Después de que, el 19 de julio de 1936, el recién proclamado comandante militar de Balears Manuel Goded declarase el estado de guerra en las islas y asumiera el control absoluto de Mallorca y Eivissa, se desataba una dura represión que, como sostiene el historiador Bartomeu Garí Salleras, ya había sido planificada meses antes del conflicto y sería perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas. Fue en ese contexto cuando entraron en escena los campos de concentración y la utilización de los presos franquistas para erigir y acomodar las infraestructuras a los intereses de los golpistas.
“No se mantendrá en las cárceles, hacinados y ociosos, a los enemigos de España. Quedan muchas carreteras por hacer para permitir este lujo. Han robado mucho oro para tratarles con tanta fineza. En Mallorca ya se está empezando”, advertía, el 1 de diciembre de 1936, una nota oficial publicada en el Correo de Mallorca.
Más de 200 kilómetros de carreteras con mano de obra esclava
Más de 200 kilómetros de carreteras –muchas de ellas todavía en uso, sobre todo en temporada alta con el auge del turismo–, puentes, acueductos, aeródromos, más de 150 nidos de ametralladora hoy visibles en primera línea de playa... Los trabajos llevados a cabo por hasta 15.000 presos procedentes de los más de veinte campos de concentración franquistas en Mallorca permitieron, entre 1936 y 1942, fortificar el litoral, mejorar las precarias comunicaciones viarias y ferroviarias y abrir nuevos accesos a la costa. Como en el resto del Estado español, las autoridades sacaron rédito económico y logístico a sus prisioneros para utilizarlos como mano de obra esclavizada (...)
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