Asier Arias 15/08/2023
La Agencia de la Energía estima que la transición verde exigirá que, durante dos décadas, la extracción de tierras raras se multiplique por siete, la de níquel por 19, la de cobalto por 21 y la de litio por 42
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[Texto editado de la charla para la Asamblea Popular de Carabanchel que la Policía Municipal trató de interrumpir el pasado 8 de julio.]
La delicada coyuntura del sistema Tierra se ha venido describiendo como una crisis o un conjunto de crisis: “Crisis ecológica”, “crisis climática”, “crisis de biodiversidad”. También nuestra situación ecosocial se ha descrito como una crisis. En los últimos meses ha surgido en el ecologismo español una polémica en la que se contrapone esa noción de crisis a la de “colapso”. Algunos de los implicados en la señalada polémica han sugerido que sería momento de saltar “de la verdad a la emoción”, de movilizar políticamente, reclutando afectos antes que examinando razones. A nadie se le escapa, no obstante, que es probable que la movilización política pueda alcanzarse por distintos medios. Puede que no todos los medios den lugar al mismo tipo de movilización, y creo que sobran motivos para insistir en las razones.1
Volveré pues sobre aquellas nociones –crisis, colapso–, después de dedicar unas líneas a intentar explicar y ayudar a comprender. Esbozaré una visión de conjunto de nuestra coyuntura ecológica –¿evitaremos la ambigüedad entre “ecológico” y “ecosocial” (Riechmann, 2023)?–, atendiendo a tres de sus elementos centrales: el síntoma climático de nuestra extralimitación ecológica, el de la sexta extinción masiva y, finalmente, la principal fuente material de cada uno de los síntomas, a saber, el potlatch fósil que toca hoy a su fin (Santiago Muíño, 2018: 64). Trataré de evitar esa habitual “visión en túnel de carbono” (Escrivá, 2021; 2023) que hace equivaler “crisis ecológica” a “cambio climático”.
1. Una visión de conjunto
Caos climático
Un par de hechos recientes invitan a empezar por el síntoma climático. Copernicus –el programa de la Agencia Espacial Europea para la observación de la Tierra– informaba de que junio de 2023 ha sido el mes más caluroso jamás registrado a nivel global (0,5°C por encima del promedio del periodo 1991-2020). También durante la primera semana de julio, mientras la Organización Meteorológica Mundial (OMM) hacía oficial que El Niño ha venido a sumarse a fuertes anomalías térmicas en el Atlántico y el Pacífico, se batió tres veces el récord de temperatura media en superficie: en otras palabras, el lunes fue declarado por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos el día más caluroso de la historia del monitoreo climático, pero inmediatamente llegó el día siguiente y lo relegó a un segundo puesto en el que no pudo permanecer mucho tiempo. La OMM anunciaría después que la primera semana de julio ha sido la más calurosa jamás registrada.
Las consecuencias del cambio climático son conocidas: aumento en frecuencia e intensidad de grandes incendios, inundaciones, sequías, olas de calor, temporales masivos de nieve. Por desgracia, tendría que producirse un milagro para que ese aumento cesara en las próximas décadas.
El último informe del IPCC (AR6) es el documento de consenso y de referencia por lo que al cambio climático se refiere.2 La prensa se hizo un optimista eco de su contenido: una vez más, interpretó como una “rentable” oportunidad para la inversión (Planelles, 2022a) la llamada a una “reducción brutal” de emisiones que “debería haber comenzado ayer” (Planelles, 2022b) y celebró la demostración de la existencia de una ventana de oportunidad para mantenernos dentro de los límites de un calentamiento no catastrófico (Plumer & Fountain, 2021). El informe deja clara la forma de esa ventana: “reducciones de emisiones rápidas, profundas y, en la mayoría de los casos, inmediatas en todos los sectores” (IPCC, 2022: 24). Hay, de hecho, algo así como una foto de esa ventana en el informe (IPCC, 2023: SPM.5, p. 22; v. et. IPCC, 2022: TS.9, p. 69) (...)
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