Centenares de personas participan en la marcha ciclista de tres días ‘AHT gelditu!’ por la llanura alavesa, Sakana y Goierri ante la nueva oleada de prospecciones que, como denuncian, son irregulares y “sin garantías legales”
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Participantes de la marcha ciclista antiTAV haciendo una pausa
Transporte público | Bicis que combaten los nuevos sondeos ...
Viernes 25 de agosto, pasadas las 10 horas. Decenas de personas parten en bici de Irurtzun para protestar contra las últimas noticias –sondeos, algunos paralizados por no tener siquiera permisos– sobre el Tren de Alta Velocidad (TAV) en Euskal Herria. Haremos un lapso temporal y saltaremos hasta las 18 horas. Es cuando en Agurain, en la llanura alavesa, se prepara otro grupo para emprender la marcha y en la que comienza a pedalear la cronista que escribe estas líneas.
Algún casco olvidado retrasa un poco la salida, pero el compañerismo hace que pronto quede en anécdota. En el pequeño concejo de Durruma hasta las paredes claman contra el TAV y no importa su escasa población –apenas 90 habitantes– para dar una cálida bienvenida a los ciclistas, entre aplausos y coros a los “AHTrik ez!” y “Zundaketak gelditu!”; unos bajan a la calle, otras dan ánimos desde los caseríos. Lo mismo ocurre en Araia, con foto de familia incluida. Paradas cortas, que esperan el resto de compañeras (¡perdón por el frío que pasaron algunas!).
Veinticuatro kilómetros después, está anocheciendo cuando se juntan las dos columnas, finalmente, en Olazti. Abrazos, besos, risas, bienvenidas y despedidas, unas que llegan y otros que se van. Una vuelta por el pueblo y descarga de los bártulos del camión y furgoneta de apoyo. Ducha, charla y cena en el polideportivo municipal, todo vegano. Muchos se conocen, dada la larga trayectoria del movimiento contra el TAV (¡ya van 30 años!) y de otros espacios de lucha, ya que esta es solo una más; también hay recién llegados a Euskal Herria y quienes están haciendo sus primeras incursiones de militancia por su corta edad.
Es viernes y, como diría Emma Goldman, vamos a bailar que, si no, no es nuestra revolución. El gaztetxe Maisuenea lo sirvió en bandeja con los conciertos de Shibuya y Poxpol, que acabaron en una suerte de jam session con micro abierto. Pronto a la cama –es un decir, al saco y a la esterilla–, que mañana hay día completo.
Sábado 26 de agosto. Despertar amable de las más madrugadoras, que tararean Presaka de Joxe Ripiau por todo el recinto para sacar de sus sueños a los más animados de la noche anterior. Salida un poco más tarde de lo previsto, lo que obligará a acortar las paradas en una jornada llena de compromisos.
El primero, un encuentro con trabajadores en la parada de tren de Altsasu, por la que cada vez pasan menos convoyes. Ernesto Reyes, responsable territorial del Sindicato Ferroviario de Navarra – Intersindical, recuerda cuando trabajaban unas 100 personas en esta estación que hoy casi parece un apeadero sin vida; hoy se cuentan con los dedos de una mano. “Están desmantelando y privatizando el transporte público. Ahora aquí hay pocas frecuencias, por lo que la gente utiliza el autobús, que gestionan empresas privadas. Vemos que se invierte mucho en el TAV y creemos que se debería apostar más por el ferrocarril que usamos todos”, valora.
Apunta de lleno a una de las claves de la lucha histórica contra el Tren de Alta Velocidad: apostar por un modelo de transporte público para las clases populares y para vertebrar el rural, que es lo que han sido y son los trenes de Cercanías y Media Distancia, frente a otro que solo presta el servicio de conectar ciudades, condenando al resto del territorio a depender del vehículo privado. No es poco el vecindario de los valles de Arakil y del Sakana que recuerda, con una mezcla de melancolía e indignación, las estaciones con las que hace años viajaban de manera habitual por su entorno cercano para ir a trabajar o para ver a la familia y amigos. Un silencioso y constante recorte de servicios públicos que ha provocado el abandono gradual de los pueblos de la zona.
Ya no se escucha el “viajeros, ¡se va el tren!”, pero los ciclistas deben continuar, que aún queda día por delante. Entramos en la vecina comarca del Goierri, ya en la provincia de Gipuzkoa, subiendo el puerto de Otzaurte acompañados por la lluvia. En la venta, la mayoría aprovecha para reponer fuerzas y calentarse por diferentes vías: cañas, vinos, cafés, pintxos de morcilla y chorizo cocido… aún seguiremos mojándonos un rato durante la bajada de fuerte pendiente. Por cierto, pasamos muy cerca del apeadero de Zegama-Otzaurte, otro vestigio de cuando las líneas del ferrocarril vertebraban los pueblos: en 2013 se suprimió aquí el servicio de viajeros.
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