Eva Aladro Vico 13/02/2024
Quien mata la justicia, y proclama la injusticia como base de comportamiento aceptado, pronostica una enorme destrucción colectiva, que él mismo se ocupará de generar
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Decenas de gazatíes recogen de entre los escombros lo que queda tras los bombardeos de Israel. / Mahmoud Mushtaha
Las últimas noticias en el ámbito internacional parecen socavar los conceptos de justicia y derechos humanos en muchos lugares del planeta. La victoria de Najib Bukele en El Salvador, con sus profundas incertidumbres sobre el futuro de esa república en manos de alguien que establece abiertamente la iniquidad en el trato a seres humanos, es un ejemplo adicional de cómo se está instalando un clima pavoroso, activo en las redes sociales globales, que pone en duda la democracia como sistema, o cuestiona la protección de toda dignidad humana como base del derecho internacional.
La noticia de la declaración del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya ha sido un paso importantísimo en el reconocimiento del genocidio en Gaza a manos de Israel. Naledi Pandor, ministra de Exteriores de Sudáfrica, y un símbolo nuevo del liderazgo de su país por la paz, afirma que, si bien ella hubiera querido una petición explícita de alto el fuego en Palestina, no podía sino estar orgullosa por la decisión casi unánime de los jueces que exigen a Israel el respeto a la vida y a la dignidad humana en los territorios atacados.
En un mundo donde la vulneración de los derechos empieza a ser normativa en los casos de El Salvador o de Israel, entre tantos otros, es urgente que los organismos internacionales y los medios masivos se declaren en contra de los ataques y vulneraciones de los derechos humanos, sin dudar un instante en la condena de la violencia. Pero la simple afirmación de lo contrario es en sí un crimen.
Cada vez que se proclama como criterio de actuación la violencia, el Talión y la brutalidad como respuesta a problemas, se está generando un trauma no resuelto en la sensibilidad de la justicia mundial. La simple omisión del reconocimiento de un crimen es una forma de injusticia profunda. Genera un tipo de violencia que Johan Galtung denominó violencia estructural, es decir, la que se sitúa en la misma estructura de la organización de la sociedad humana. Este tipo de violencia es diferente a la física, y también a la violencia cultural o simbólica. La violencia estructural reside en la omisión de la justicia en los gobiernos o en sus leyes. Aceptar, o discriminar, ante la injusticia, es una forma profunda de violencia humana.
La injusticia, aceptada y omitida en los tribunales, o recomendada como método de castigo, como hace Bukele en su doctrina policial, ataca directamente al sistema sanguíneo de la existencia colectiva. Es tan grave porque pudre el edificio social en su base, implantando una desigualdad de derechos y la iniquidad en la protección de los principios de comportamiento humano a nivel global. El precio a pagar por la mortífera paz así alcanzada es muy alto.
La injusticia ante el genocidio de Gaza, como ante cualquier proceso de violencia colectiva, es una inyección, a nivel planetario, de desánimo y de desconcierto, que se introduce en el sistema basal, sanguíneo, de nuestras sociedades. Igual que en las sociedades coloniales la corrupción, el abuso de poder y de las instituciones gangrenaba por siglos y siglos su desarrollo como sociedades, perder la justicia internacional o nacional supone parar en seco el desarrollo igualitario a nivel global.
El sistema social en que vivimos tiene una íntima conexión con el individuo. La relación con los otros, iguales a nosotros, debe estar marcada por la limpieza en su reconocimiento en el derecho. Cuando hay derechos aplastados, y ante nuestros ojos se desarrolla una masacre que es negada por la justicia internacional, se instaura un régimen de violencia admitida estructuralmente. Cuando hay derechos humanos disminuidos para paralizar la delincuencia, estamos ante un daño mayor incluso que esa delincuencia colectiva, un daño que va directo al sistema moral y a la empatía humana profunda. La justicia no puede jamás responder a la violencia con violencia, ni aceptar como respuesta a un ataque la escalada de agresión (...)
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