jueves, 3 de septiembre de 2020

El odio acosa a la democracia, de Alberto Vila


Mikel Tar Orrantia Diez   laultimahora.es  Alberto Vila 

Discrepar sólo admite el debate en ningún caso la represión violenta.
 
“A la larga odiamos lo que usualmente tememos.” William Shakespeare
 
 Si la Justicia permite que el odio sea quién se manifieste como respuesta a su incapacidad de llegar al poder por medios pacíficos, entonces es que hemos fracasado como sociedad. Si las fuerzas de seguridad se muestran impasibles antes acciones manifiestamente violentas por parte de la extrema de derecha, entonces es que la integridad física de los discrepantes está en un riesgo cierto. El sistema democrático está basado en las garantías. Sin embargo, si esas garantías se confunden o se altera su propósito de contribuir a la convivencia, entonces los mecanismos que garanticen la libre expresión y los límites hasta los que pueda llegar se habrán roto. El desorden social admitido por sectores institucionales, bajo la forma de trivializar sus efectos puede ser peligroso a la hora de salvaguardar la imagen de figuras electas o la de cargos gubernamentales. Esos niveles de entropía que algunos centros de poder promueven, con la esperanza de recuperar el control, deberían ser corregidos. De lo contrario, sus efectos serán perjudiciales para todas las personas e instituciones democráticas porque no han estado a la altura.
El odio como sentimiento negativo, es un intento por rechazar o eliminar aquello que genera disgusto a su portador. Es decir que es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su destinatario. El odio se basa en el miedo a su objetivo, ya sea justificado o no. Difunden el miedo. Manifiestan amenazas. Rechazan la confrontación pacífica de ideas.
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OTRA COSA:  Revolución Nacional-demente-fascista?, de Pelayo Martín y 2+



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