martes, 22 de septiembre de 2020

Relato de una médica de familia, de MARTA GARCÍA + Soy médica de Atención Primaria en Madrid y he decidido marcharme a trabajar fuera, de Cristina Sanz

Siempre me ha encantado trabajar en agosto. Recién llegada de vacaciones, la sensación solía ser de descanso parcial, aunque estuviera trabajando. Las consultas eran tranquilas, había cierta calma en los pasillos del centro de salud.
Este agosto de 2020 ha sido el peor de mi vida laboral. Con diferencia. Un ritmo infernal. Una lista de pacientes interminable. Una serie de pensamientos rumiantes hasta ahora desconocidos que a lo largo del mes se han hecho constantes. El espacio entre consulta y consulta ("por favor, que la próxima sea sencilla: una receta, una pregunta rápida…"). La salida de cinco minutos a media mañana para tomar aire ("no voy a poder terminar, llegarán las 15:00 y no habré logrado hacerlo todo"). La vuelta a casa atascada en el tráfico ("yo no quería trabajar así"). La comida, el juego con los niños, la cena, el sueño ("¿me habré dejado algo importante?").
He tenido que limitar el tiempo dedicado a consultas complejas; esas que requieren parar el reloj y mirar a los ojos. En su lugar, se impone la pantalla del teléfono marcando los segundos de la llamada y la del ordenador con todas las que quedan por delante. He tenido que atender todo lo que no se pudo hacer en su momento ya que no podemos seguir diciendo eternamente "vamos a dejar eso para más adelante"; todo lo nuevo que ha ido surgiendo; todo el COVID y todo el miedo por el COVID. Ansiedad durante y tras el confinamiento, miedo atroz, crisis de pánico y empeoramiento de los síntomas depresivos, sobre todo en mayores. Tenemos todo encima de una mesa que ya estaba desbordada, con la mitad de personal y el doble de tareas e interminables formularios de rastreo que completar.
Y al final, el comentario de los pacientes: "veo que tienes prisa, Marta". Odio esa frase y la verdad que contiene (...)
AGOSTO: RELATO DE UNA MÉDICA DE FAMILIA
+ 21 de septiembre de 2020 

Soy médica de Atención Primaria en Madrid y he decidido marcharme a trabajar fuera

Una de razones es la inestabilidad: cuando las médicas jóvenes terminamos, como mucho en Madrid podemos aspirar a tener contratos de vacaciones, de suplencias, semanales o mensuales, y esto provoca que vayamos cambiado de centro de salud y que encadenemos contratos temporales. Si tenemos suerte podemos optar a alguna baja y con más suerte aún, a una baja maternal, con la que podemos pasar seis o nueve meses en el mismo centro de salud. Esta situación no se ha modificado durante la pandemia, de hecho se ha agravado, porque la precariedad sigue siendo la misma, pero ahora con el añadido de que cada centro de salud ha tenido que autoorganizarse.

Además, la atención está siendo principalmente telefónica, aunque se sigan viendo pacientes presenciales. Vivir con esa incertidumbre laboral, a la que se añade que no podemos realizar bien nuestro trabajo porque cada semana o incluso cada día nos tenemos que adaptar a equipos nuevos, circuitos nuevos, agendas distintas, pacientes que no conoces... nos impide dar una asistencia de calidad (...)

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