miércoles, 30 de septiembre de 2020

El vergonzoso historial delictivo de la Legión a su paso por Fuerteventura


Gonzalo Tejerina Lobo · kaosenlared.net    18/8/20


Los majoreros y la Legión española vieron cruzar sus caminos entre 1976 y 1995. Hasta entonces, hogares con la puerta abierta y dejar el coche sin cerrar con llave, había sido el proceder normal en una isla en la que prácticamente todos, menos de 20.000 habitantes, se conocían. En 13 años se habían denunciado dos robos de vehículos. Solo en enero de 1976,  hubo veinte robos. ¿Qué había cambiado? La respuesta es sencilla. El Gobierno había metido una extraña forma de terrorismo de estado en esa idílica isla.
Algunos consideran a la Legión un cuerpo de élite. Otros, para que negarlo, me incluyo, un nido de descerebrados y psicópatas. El hecho es, que además de lo mejor de cada casa, delincuentes comunes de medio mundo redimían sus condenas si a cambio se alistaban en el grupo de la famosa cabra. La combinación de lo más fascista y “grillao” del territorio nacional, con lo más lumpen de otros estados, daba como resultante una cuadrilla ingobernable que además debía ser precisamente liderada por mandos franquistas que se negaban sistemática y conscientemente a abandonar sus métodos de disciplina a base de humillaciones, que degradaban al ser humano a la mínima expresión de lo que se supone que es.
Instalado allí desde 1958, el Tercio Don Juan de Austria inició su traslado con la huida y abandono del Sahara por parte española, en 1975, tras la Marcha Verde. Ya en Fuerteventura, los robos, atropellos, atracos, secuestros de barcos de recreo e incluso aviones de pasajeros, narcotráfico, prostitución, allanamientos de morada, voladuras, atentados, peleas con los lugareños… hicieron de la isla un “paraíso”. Por no hablar de la expropiación de tierras a las familias o las molestias y peligros que de por si suponen los campos de tiro y maniobras propias de los militares. Por si esto fuera poco, el paso de la Legión por Fuerteventura iba a suponer 7 muertes en escasos seis años desde el día de su llegada, las dos primeras en los cinco primeros meses, además de otras muchos  asesinatos cometidos por ex legionarios que se quedaron a vivir en las islas Canarias.
El 27 de abril de 1976, Pablo Espinel de Vera, de 43 años y alcalde pedáneo de Guisgey, Puerto Cabras, trabajaba en la cuadra que tenía junto a su casa. Dos legionarios, de un grupo de cinco, se acercaron, armados, para pedirle algo, por las buenas o por las malas. Le dispararon un primer tiro e hizo el intento de llegar a casa y coger su escopeta de caza para defenderse, pero sería ametrallado antes de poder hacerlo. Para lavarse las manos, a aquellos que la liaban, el ejército los consideraba desertores, aunque hubiesen cometido el crimen una hora después de salir del cuartel. Así fue en el caso de Andrés del Teso y José Gaspar Piris, condenados a 30 años por este asesinato.  
Apenas dos semanas después, los chicos del Tercio volvieron a “regalar” un muerto a la isla. El día 12 de mayo, cuando Fuerteventura se preparaba para la visita del Gobernador Civil, legionarios a 140 kilómetros por hora en un coche robado, chocaron de frente con el vehículo en el que iba el Presidente del Cabildo Insular, Santiago Hormiga Domínguez, de 59 años. Tras dos semanas hospitalizado con 7 fracturas de cráneo, murió el día 26 (...)
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