Que somos un país desmemoriado no es ninguna novedad. Tenemos querencia a barrer bajo la alfombra las miserias que arrastramos sin recapacitar sobre las causas que las provocaron. Más que memoria histórica, lo que nos va a los carpetovetones es la "memoria histriónica". A priori puede no parecer una dolencia grave. Sin embargo, olvidar dónde está la piedra, para tropezar una y otra vez con ella, no parece cosa de seres muy evolucionados.
Con ese bichejo que pulula ahora en el planeta pasa un poco lo mismo. No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a una pandemia. La peste, el sarampión, la viruela... actuaron, y algunos aún perviven en los países más pobres, masacrando impunemente millones de vidas humanas.
Ahora tenemos un enemigo igualmente invisible que está modificando nuestra vida en muchas formas. Al principio de la pandemia, eruditos augures y visionarios de relumbre aseguraron que el Covid iba a cambiar la percepción de nuestro mundo. Que actuaría como un revulsivo para conectar nuestras desangeladas neuronas y recapacitar sobre lo que es verdaderamente esencial para la supervivencia de nuestra especie. Que, por ejemplo, una limpiadora o un barrendero serían vistos con otros ojos y se entendería que, un trabajo humilde, es fundamental para la salubridad general. Que es más fácil que te salve la vida una señora enarbolando un trapo con lejía que un youtuber (...)
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