martes, 15 de agosto de 2023

“A veces me siento un fracasado, soñé y trabajé por algo que no ha salido bien”, de Ritama Muñoz-Rojas

  3/11/2022

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Pedro Caba (Madrid, 1934) fue el médico del Partido, que era como se llamaba en los años de la clandestinidad al Partido Comunista de España; y muchas cosas más. Visto ahora, la bata blanca con la que recibía a sus pacientes era sobre todo roja y con mucha tela; sus pacientes eran personas que demandaban una consulta médica, claro; pero también se mezclaban en la sala de espera activistas o personas que movían muchos hilos para transformar su país en un Estado democrático, con militares con barba en plan rojo progre a los que Olvido, la más inteligente colaboradora de Caba, la enfermera que lo controlaba todo, fichaba desde el primer momento. “Este de la barba tan bohemia es un espía”. Estamos hablando de los tiempos duros de la dictadura, tiempos en los que los enfermos a los que veía el doctor Caba eran, entre otros, Pasionaria, Carrillo, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Buero Vallejo, los funcionarios de la embajada cubana o de la rusa, y sobre todo, activistas, sindicalistas que entraban y salían de Carabanchel y acudían a la consulta; unas veces por una receta médica, otras, por un carnet o pasaporte. 

Habría que retroceder hasta la guerra del 36 para trazar bien la trayectoria de Pedro Caba y contar sus recuerdos de aquellos años trágicos que él vivió en Extremadura; su padre, encarcelado; su madre y él durmiendo en un parque. Historias de la guerra y posguerra que no se pueden perder, así como hablar de sus libros de relatos o de medicina, que son muchos. Pero en esta ocasión vamos a hablar con Pedro Caba de la militancia en la clandestinidad contra el franquismo. Y empezamos por uno de los símbolos de esa lucha, el cuadro de Juan Genovés que estaba en la mayoría de las casas de los opositores al régimen. Uno de los que sale en esa foto que se usó para reclamar la amnistía de los presos políticos tras la muerte del dictador es, precisamente, Pedro Caba.

La foto de Juan Genovés es un icono del movimiento antifranquista. Ahí está usted.

Conocía a la familia de Valencia y algo a él, y al llegar a Madrid renovamos nuestra amistad. Genovés venía a mi consulta médica, que aquello era un foco… Alguna vez vino como paciente, pocas, más bien venía como amigo. Un día me dijo: “Tengo un proyecto, te lo voy a explicar”. Consistía en ir a la puerta de la cárcel para recibir con un abrazo a los que salían. Él hacía la foto. Y todos tenían que salir de espaldas, porque era el símbolo de la reconciliación. En la foto están Marcelino Camacho y Josefa, su mujer; dos albañiles de Comisiones Obreras, Macario y Arcadio: Macario era un dirigente sindical muy activo, y Arcadio, además de comunista, era un santo, un santo laico. Los dos estuvieron en la cárcel y salieron con la primera amnistía cuando murió Franco. Eran los dirigentes máximos de las huelgas de la construcción.

Pedro Caba pasó la guerra en Extremadura y después, a los seis años, llegó con sus padres a Burjassot, una localidad pegada a Valencia. Los tres primeros años de Medicina los estudió allí, pero con 21 años, le detuvieron un 1 de mayo, le abrieron un expediente y le expulsaron de la facultad; entonces tuvo que trasladarse a Madrid. “Usted no va a estudiar Medicina más”, le dijeron. Llegó a Madrid y se hizo médico. La ventaja de aquellos tiempos sin ordenadores en los que era complicado cruzar la información. 

¿Por qué se metió en política?

Por un cura de Marchalenes (Valencia) que al lado de la parroquia tenía un local y hablábamos de política. Nunca de Dios ni de Jesucristo.  Él fue quien me propuso hacer propaganda del 1 de mayo; era el que imprimía los panfletos ¿Que si era rojo? ¡Rojísimo!

Y se afilió al Partido Comunista. ¿Cuándo?

En Madrid, en el año 54. En la facultad de Medicina ya me había hecho con un grupo de amigos de ideas progresistas. Un día fui a ver a un enfermo, un tal Antonio Montoya que acababa de llegar de Francia y vivía por la Avenida de los Toreros; llego a la casa y veo las estanterías sin libros y además habla él y su mujer con acento raro, afrancesado. Le dije: “Vamos a ver Antonio, vas a hablar claramente; tú estás aquí clandestino; y me has llamado a mí porque sabes algo de mí”. Me dijo que era miembro del Comité Central del Partido Comunista; yo le dije que quería entrar. Te mandaremos a alguien, me dijo. Y esa persona fue Alberto Villa Landa, un médico. Vino a verme a la consulta. En ese momento éramos tres los médicos del Partido Comunista: Villa Landa, el hijo de un cura y yo. Desde la dirección del partido se nos pidió que nos infiltráramos en organismos oficiales; organizamos el congreso de los médicos jóvenes. Se daban cuenta de que éramos unos rojos, pero curiosamente, García Miranda, un excombatiente de derecha, que era el presidente del Colegio de Médicos, nos apoyaba a sabiendas de lo que éramos. Hacía un doble juego. Al final, fuimos elegidos como representantes de los médicos jóvenes en el Colegio de Médicos. En ese grupo estaba Donato Fuejo y fuimos ocupando puestos. Era la idea que tenía Moscú de que había que infiltrarse en sindicatos y otros organismos.

Llega la etapa como médico rural y su participación en una fuga de presos. 

Me presenté a unas plazas de médico para asistencia domiciliaria en pueblos, y las saqué. Elegí tres localidades en Guadalajara: Puebla de Valles, Valdesotos y una colonia penitenciaria, en el Espanto, que estaba construyendo el pantano del Vado. Un día me metí en la iglesia para verla; de pronto entra un hombre con una escoba y se pone a insultar a todos los santos. Iba a limpiar la iglesia, pero se cagaba en la madre de todos los santos; me enteré de que era de Ronda, que había sido alcalde, anarquista, había estado en la cárcel. Y me hice amigo de él; más tarde, con un preso también amigo, planeamos la escapada de presos. Ronda me dijo que el día de la virgen de las Mercedes se hacía una fiesta y que todo el mundo bebía y lo pasaban muy bien. Se nos ocurrió que un preso simulara un ataque epiléptico. “Explícale cómo lo tiene que hacer y tú vas como médico”. Se organizó todo el lío del ataque epiléptico y, mientras, se escaparon once presos. No cayó ninguno. Al cabo de los años me hicieron un homenaje. La Guardia Civil lo tenía claro: “Esto ha sido el cabrón de Ronda y el médico”. A Ronda le pegaron una paliza, pero a mí solo me insultaron. Hubo denuncia de la Guardia Civil, pero el juez, que debía ser progresista, hizo un informe a nuestro favor. Y volví a Madrid (...)




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